envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

Discurso en la dedicación de una plaza en honor de san Josemaría, Ovindoli, Italia (1-X-2013)

Es para mí un motivo de gran alegría tomar parte en esta celebración en honor de san Josemaría, que tanto amó a la tierra de los Abruzzi y que pasó por esta plazoleta el 5 de noviembre de 1949.

A san Josemaría le gustaba decir que para los cristianos corrientes, la vida cotidiana es el lugar de encuentro con Dios. En este momento, en esta plaza en el corazón de Ovindoli, estamos reunidos juntos para recordar que cada uno de nosotros está llamado a vivir el Evangelio «en medio de la calle, santificando la propia profesión u oficio y la vida del hogar, las relaciones sociales, toda actividad» (Amigos de Dios, n. 54).

Estos lugares eran queridos también por el beato Juan Pablo II, que varias veces pasó ratos de descanso y de oración entre las hermosas montañas de los Abruzzi, también aquí, en Ovindoli. Fue precisamente él quien definió a san Josemaría el “santo de lo ordinario”, y lo propuso como ejemplo para recordar a todos los bautizados que estaban llamados a la santidad en el trabajo y en la vida diaria. Todos nosotros hemos sido llamados a la santidad. Y la santidad consiste en amar a Dios y al prójimo. Todo trabajo se puede convertir en oración, porque puede ser un acto de amor. De hecho la mayoría de los fieles del Opus Dei desempeña oficios o trabajos que se podrían considerar poco importantes; pero no es así, porque lo que verdaderamente hace importante un trabajo es el amor con que se realiza.

El fin de la Prelatura del Opus Dei es precisamente la difusión de este mensaje entre la gente, al servicio y en colaboración con cada diócesis. Por este motivo, pido a todos vosostros que apoyéis con la oración el trabajo que llevan a cabo los fieles de la Prelatura del Opus Dei, laicos y sacerdotes, en Abruzzo, en Italia y en todo el mundo.

Son ya varios millares las personas que en los últimos 40 años han venido a los Casali delle Rocche, para participar en encuentros de oración y estudio, y también horas serenas de descaso. Al comienzo, la finca fue un donativo hecho al Centro ELIS; se trataba de un edificio muy sencillo, poco más que una ruina. Pero se convirtió en el actual Casale Antico. A ello se añadió luego lo que es ahora el Centro de congresos, gracias al trabajo de reforma y reconstrucción llevado a cabo en varios años por los profesores y alumnos de la Escuela Profesional del ELIS de Roma.

San Josemaría se alegró mucho cuando recibió la noticia de que empezaban las actividades en los Casali de Ovindoli, a finales de los años sesenta. Como manifestación de su amor por esta Región, promovió en aquellos mismos años el nacimiento del Centro internacional Tor d’Aveia, en San Felice de Ocre, en la otra vertiente del altiplano delle Rocche, dedicado sobre todo a reuniones de estudio, retiros espirituales y a la formación de futuros sacerdotes.

Como hemos escuchado, especialmente después del terremoto de 2009, los fieles del Opus Dei, junto a muchos amigos y colegas, han procurado intensificar las actividades en favor de la población de Abruzzo, para ayudar a la recuperación, que debe ser tanto material como espiritual. Es oficio de cada uno y de todos hacerse cargo de las necesidades de las personas que hay a su alrededor, empezando por los más pobres y necesitados. La llamada a la santidad no se puede reducir a algo subjetivo, individualista y privado. Como el Papa Francisco no se cansa de enseñar, el Señor nos llama a abrirnos personalmente a los demás: «Remad mar adentro —dijo hace poco—, salid de vosotros mismos; salir de nuestro pequeño mundo y abrirnos a Dios, para abrirnos cada vez más también a los hermanos. Abrirnos a Dios nos abre a los demás» (Papa Francisco, Discurso a los jóvenes de Cagliari, 22 de septiembre 2013).

Estoy seguro de que todos los que pasarán por esta plazoleta podrán contar con la especial y afectuosa intercesión de san Josemaría, para poder llevar a cabo esta gozosa tarea de abrirse al servicio del prójimo. La ceremonia de hoy nos anima, una vez más, a tomarnos en serio la llamada a la santidad, saliendo de nosotros mismos para darnos a los demás. Confío a la Virgen Santísima, la Madonna, estas intenciones, con la certeza de contar con su protección maternal.

Romana, n. 57, Julio-Diciembre 2013, p. 247-248.

Enviar a un amigo