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Ordenaciones

El 5 de noviembre, en la Basílica de San Eugenio, en Roma, el Prelado del Opus Dei confirió la ordenación diaconal a 35 fieles de la Prelatura. En la homilía, Mons. Echevarría animó a los diáconos, y a todos los fieles, a que sigan una vida de intensa oración. En efecto, como señalaba Ferdinando Cancelli en un artículo publicado en el “Osservatore Romano” el 16-XI-2011, unos días después de la ordenación, la vida contemplativa (aquel tratar a Dios —conocerle y conocerte— del que hablaba san Josemaría en el n. 91 de Camino), fue el tema central en la homilía, de la que ofrecemos a continuación algunos puntos:

“La oración no se agota en la recitación de oraciones vocales, cosa muy oportuna siempre que se haga con pausa y atención”.

“Lógicamente, el cristiano no debería contentarse sólo con este modo de dirigirse a Dios: es preciso mantener un diálogo personal con Él, de tú a tú; un diálogo hecho de la escucha de su voz y de nuestras palabras”.

“Benedicto XVI está desarrollando una catequesis sobre la oración. Con ella se propone animar a los cristianos a hablar habitualmente con el Señor, con la Virgen, con los santos, no solamente en los casos de necesidad”.

“Nuestra aspiración ha de ser la de llegar a convertirnos en personas que se saben siempre en la presencia de Dios y que, en consecuencia, procuran mantener una conversación con Él en todas las circunstancias”.

Asimismo, advirtió a los fieles: “No penséis que se trata de algo muy difícil. Rezar es dirigir el pensamiento a nuestro Creador con espíritu de adoración, de acción de gracias, en petición de ayuda... La plegaria sale al encuentro de los deseos más profundos del corazón humano, porque hemos sido creados para amar y servir a Dios en la tierra, y luego gozar de Él eternamente”.

También, citando a Benedicto XVI, ha constatado que “hoy día nos hallamos absorbidos por muchas actividades y trabajos; por eso, hoy más que nunca es necesario hallar momentos concretos para hablar con Dios, momentos para recogernos en silencio y meditar sobre lo que el Señor nos quiere enseñar, sobre cómo está presente y actúa en el mundo y en nuestra vida: ser capaces de detenernos un momento y de meditar”.

“El Santo Padre recuerda que san Agustín comparaba la meditación a la asimilación del alimento y utilizaba un verbo que recurre en toda la tradición cristiana: rumiar”.

“Para que los pasajes del Evangelio y los misterios de Dios acaben por convertirse en algo familiar para nosotros, sean guía de nuestra vida y nos nutran espiritualmente, es necesario hacerlos resonar en nuestro interior”.

“Y no olvidemos que acercarse con frecuencia al sacramento de la Confesión es otro modo de rezar, porque el perdón de Dios ayuda a hacer oración con paz”.

“Si, con la ayuda del Espíritu Santo, nos tomamos en serio los tiempos dedicados a la meditación, quedaremos maravillados de sus efectos en nuestra existencia y en la de los demás: estaremos más serenos y contentos, porque las preocupaciones se disiparán como la niebla a la luz del sol; pondremos más atención en el servicio de los demás; cumpliremos mejor nuestro trabajo y contribuiremos a realizar una siembra abundante de paz y de alegría en el mundo entero”.

Romana, n. 53, Julio-Diciembre 2011, p. 277-279.

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