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Cornelio Fabro y san Josemaría Escrivá de Balaguer. “L’Osservatore Romano” (25-VI-2011)

(Artículo de Mons. Fernando Ocáriz, Vicario general de la Prelatura del Opus Dei)

Este año se cumple el centenario del nacimiento de Cornelio Fabro (Flumignano, Udine, 24-VIII-1911 / Roma, 4-V-1995), religioso estigmatino, gran filósofo y profesor universitario. Para mí, además, su recuerdo está ligado a su relación con san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, aunque nunca se encontraron.

El P. Cornelio Fabro manifestó con frecuencia la pena que sentía por no haber conocido personalmente a san Josemaría, a quien sin embargo conoció y admiró profundamente a través de sus escritos. Mucho contribuyó también a este conocimiento su amistad con S.E. Mons. Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaría, y con otros miembros de la Prelatura del Opus Dei, en especial con el filósofo Carlos Cardona.

La admiración y veneración de Cornelio Fabro por san Josemaría fueron, en cierto modo, intuitivas ante un mensaje que se le presentaba con el encanto del Evangelio sine glossa, como oí decir al P. Fabro más de una vez. Esa admiración iría después in crescendo, también desde el punto de vista intelectual, por medio de una reflexión atenta, que no se quedaba en la superficie sino que iba siempre al núcleo de las cuestiones. Pienso que también por eso Cornelio Fabro, ya en los primeros años 70, nos animaba a poner por obra el proyecto de san Josemaría que más tarde se concretaría en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

No puedo dejar de recordar, con sincera gratitud, el deseo, muchas veces manifestado por el P. Fabro —y realizado con la autorización de sus Superiores— de donar a nuestra Universidad su imponente biblioteca: imponente no sólo cuantitativamente (unos 30.000 volúmenes), sino sobre todo cualitativamente. ¿Y cómo no recordar las reuniones y los seminarios impartidos por él con estudiantes y profesores de la Santa Cruz?

Cornelio Fabro dedicó varios escritos a comentar, con su habitual rigor, algunos de los elementos centrales de las enseñanzas de san Josemaría. Haré una breve referencia sólo a dos de esos textos, que considero de particular valor. En primer lugar, el artículo titulado El primado existencial de la libertad, que desarrolla y amplía un texto más breve publicado en L’Osservatore Romano en 1977 con el título Un maestro de libertad cristiana.

El P. Fabro —que, como es sabido, estudió y escribió mucho sobre el tema de la libertad— percibe y explica muy bien la original profundidad con la que san Josemaría nos hace penetrar en el conocimiento de ese gran don de Dios que es la libertad, tanto en el orden de la naturaleza como, aún más, en el de la gracia: la libertad de los hijos de Dios, por la que Cristo nos ha liberado. «Es verdadera y completamente libre —escribe Fabro— sólo el cristiano que es completamente dócil a los impulsos de la gracia (...). Este mensaje evangélico brilla con luz especial en las enseñanzas del fundador del Opus Dei. Es una paradoja, la más profunda paradoja de la existencia: pero en el Cristianismo las verdades más altas aparecen siempre en forma paradójica. Así, la verdadera, es decir “real” libertad del hombre herido por el pecado y debilitado en su espíritu, está en la verdadera, es decir “real” obediencia a Dios, a través de la renuncia a sí mismo y al espíritu del mundo, a través del sufrimiento de la vida presente, a través de la nostalgia de la vida eterna».

Pero no se trata solamente de una doctrina. Como también escribe Cornelio Fabro, «en perfecta consonancia con el Concilio Vaticano II, el fundador del Opus Dei propone, como primer bien que ha de respetarse y estimularse en el empeño del cristiano, precisamente la libertad personal; de modo que el primado de la libertad no sólo es reconocido en la doctrina, sino vivido en la práctica, también respecto a los demás hombres». Pero «el primado existencial de la libertad cristiana, con tanta energía predicado por Mons. Escrivá de Balaguer —concluye Fabro—, no deja al hombre abandonado a sus propias fuerzas, pues es inseparable de la afirmación de que a Cristo no se llega más que a través de la Cruz y bajo la guía y la ayuda de Santa María, Madre de Dios, de Cristo, y Madre nuestra».

El otro texto del P. Fabro al que quiero referirme se titula El temple de un Padre de la Iglesia. Se trata de un amplio análisis de los temas centrales en las enseñanzas del fundador del Opus Dei, a partir de sus obras ya publicadas en aquel momento (en 1992). Es un estudio muy detallado, que conduce al P. Fabro a la conclusión de que san Josemaría «une la emoción mística con la más segura ortodoxia doctrinal, consiguiendo introducir al lector, con suavidad y firmeza, en las vías de la contemplación más apasionada y del más incisivo apostolado. No me parece excesivo afirmar que, en nuestros días, estas obras constituyen una fuente inagotable de inspiración para la nueva aurora de la Iglesia de Dios, en su presencia en el mundo».

La difusa secularización de nuestros días es, ciertamente, un obstáculo a la presencia salvífica de la Iglesia en el mundo. En el contexto de la reflexión sobre el pensamiento del fundador del Opus Dei, el P. Fabro escribe que «al desafío de la secularización, la Iglesia responde con Escrivá de la manera más radical y eficaz: no atrincherando al cristiano detrás de una barricada construida para defenderlo y tampoco enviándolo ingenuamente a abrazar una cultura hecha para cancelarlo; sino afirmando que la Encarnación del Verbo es el fundamento perennemente actual y operante de la transformación en Cristo del hombre y, a través del trabajo del hombre, de toda la creación».

De la profundidad con la que Cornelio Fabro captó los aspectos centrales del mensaje espiritual de san Josemaría da cuenta la agudeza de su mente especulativa. El mismo P. Fabro explicaba que su actividad filosófica se había desarrollado siguiendo tres direcciones fundamentales. La primera, de interpretación y profundización en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, llevó a lo que Fabro llamaba tomismo esencial, centrado en el redescubrimiento del ser como acto y la correspondiente noción de participación. Una segunda dirección fue el estudio de la filosofía moderna y contemporánea, que le condujo a individuar con rigor la pertenencia esencial del ateísmo a la filosofía de la inmanencia. La tercera constituye una defensa de la oposición de Kierkegaard a Hegel, con la afirmación kierkegaardiana de la libertad como independencia de la persona para comprometerse en la elección del Absoluto, es decir, de Dios.

Estas tres direcciones son convergentes y no pueden ser consideradas un mero rechazo del pensamiento moderno en función de una reproposición de la filosofía tomista. En el itinerario intelectual de Cornelio Fabro, encontramos un gran empeño por asumir y valorizar cuanto de positivo hay en el pensamiento moderno a la luz de la filosofía realista y cristiana. También en esto se puede ver una profunda sintonía con la actitud intelectual de san Josemaría, que, por ejemplo, escribió: «Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características: — amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica; — afán recto y sano —nunca frivolidad— de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia...; — una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos; — y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida» (Surco, 428).

De la profundidad con la que el P. Fabro captó los elementos centrales de las enseñanzas de san Josemaría también da cuenta el hecho de que el filósofo Fabro era, además, teólogo, y no sólo por motivo de su preparación para el sacerdocio y de sus posteriores estudios y publicaciones, sino también y sobre todo porque siempre entendió su dedicación a la filosofía como algo inseparable de la vida cristiana y sacerdotal: como un servicio a la Verdad que es Jesucristo. Pocos días después del 50º aniversario de su ordenación sacerdotal, en una carta del 25 de abril de 1985, el P. Fabro me decía: «La divina Providencia y la continua protección de la Madre de Dios me han asistido siempre, y especialmente en los momentos de mayor riesgo y sufrimiento. Los considero un signo de la divina misericordia: cupio dissolvi et esse cum Christo. Aguardo con confianza, y diría que con serena alegría, la venida de “Aquel que ha de venir”: 50 años en continua aspiración, al servicio de la verdad, con la mirada puesta en mi miseria, pero también con infinita gratitud por una meta tan alta, que me lleva a sumergirme en mi nada y levantarme hacia lo alto con la esperanza que no defrauda».

Romana, n. 52, Enero-Junio 2011, p. 115-118.

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