envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

Entrevista concedida a la Revista de Antiguos Alumnos del Instituto de Estudios Empresariales de Montevideo (IEEM)

Uruguay (Año XIII, n. 6, Diciembre-2010)

¿Cuál ha sido el interés del Opus Dei en promover una Escuela de Negocios? ¿Y por qué en Uruguay?

La finalidad de la Prelatura del Opus Dei es participar en la misión evangelizadora de la Iglesia Católica, promoviendo entre los cristianos de toda condición una conducta coherente con la fe, a través de la santificación del trabajo y de la vida ordinaria.

Naturalmente, la Prelatura se ocupa de dar formación a sus fieles —también a otras personas que lo desean—, para que cada uno, con libertad y responsabilidad personales, pueda contribuir al desarrollo de la Iglesia y de la sociedad. Un miembro del Opus Dei ha de esforzarse en poner en práctica su fe y promover, a una con colegas y amigos, proyectos encaminados a resolver las necesidades materiales y espirituales de sus conciudadanos.

La iniciativa del IEEM proviene del interés de algunos fieles del Opus Dei, Cooperadores y amigos, y de otras personas, conscientes de que una Business School en Uruguay ayuda a fomentar la rectitud y la profesionalidad en el trabajo de la dirección de empresas y, en consecuencia, al mejoramiento de los ambientes profesionales.

Conservo muy presente el afán sobrenatural y humano de San Josemaría Escrivá de Balaguer cuando impulsaba iniciativas como ésta, porque era consciente del bien que una Escuela de Dirección de empresas, inspirada por el espíritu del Evangelio, puede producir en la sociedad. Contemplaba anticipadamente el despliegue de una institución de gran altura profesional, dedicada a la formación y al perfeccionamiento de empresarios y directivos, que ponga en primer término el servicio a los demás y la voluntad de dar al propio trabajo una orientación plenamente cristiana y, por tanto, verdaderamente humana.

¿Por qué en Uruguay? Esta iniciativa surge también del deseo de los fieles del Opus Dei en esta tierra y de quienes participan en sus apostolados, por llevar el mensaje de Cristo a las actividades ordinarias y servir a todos los uruguayos. Por otro lado, y por los mismos motivos, también en Uruguay han comenzado otras iniciativas sociales como el Centro de Apoyo al Desarrollo Integral (CADI), el Centro Educativo Los Pinos —ambos en el barrio Casavalle (Montevideo)—, las Escuelas familiares agrarias Los Nogales y Las Camelias, etc.

¿Cuál cree usted que debe ser el «espacio» que la fe cristiana debería ocupar en las funciones del management?

La fe cristiana no ocupa «espacio», no se puede confundir con un libro, en el que están escritos un conjunto de principios y verdades, colocado junto a otros en una estantería. La fe brinda un conocimiento más profundo del mundo y de las actividades humanas. Con el resplandor de la fe, el actuar del cristiano cobra un nuevo relieve, una profundidad que antes no se sospechaba. La fe alienta a la persona a descubrir en todas sus actividades la mano providente de Dios que quiere hacerle partícipe del obrar divino (cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 45). Ser consecuentes con la fe en las funciones de management no requiere incluir un nuevo departamento de «fe cristiana», como si se tratase de una habilidad estratégica o de liderazgo que se añade a otras tantas. A San Josemaría le dolía el hecho de que «muchos cristianos han perdido el convencimiento de que la integridad de vida, reclamada por el Señor a sus hijos, exige un auténtico cuidado en realizar sus propias tareas, que han de santificar, descendiendo hasta los pormenores más pequeños (...). El trabajo de cada uno, esa labor que ocupa nuestras jornadas y energías, ha de ser una ofrenda digna para el Creador, operatio Dei, trabajo de Dios y para Dios: en una palabra, un quehacer cumplido, impecable» (San Josemaría, Amigos de Dios, n. 55). Quienes se ocupan de tareas de management no asimilarían la unidad de vida propia del cristianismo si se limitaran a cumplir sus deberes hacia Dios en un ámbito exclusivamente «personal» —incluso siendo generosos en la ayuda material a las iniciativas apostólicas—, pero siendo negligentes en impregnar sus deberes familiares, profesionales y sociales con el espíritu del Evangelio.

Como señaló San Josemaría, la gran osadía de la fe cristiana es proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, por la gracia, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Esta fe conduce al empresario no sólo a respetar a todos —sin manipulaciones ni manejos egoístas—, sino también a querer y respetar de verdad a cada uno, comenzando por los más próximos, y manifestando ese afecto con obras concretas de servicio. Recuerdo que, en un expresivo diálogo con directivos de una Escuela de Dirección de empresas, uno de los asistentes preguntó a San Josemaría cuál debería ser la primera virtud de un empresario. La respuesta se centró en la caridad, «porque con la justicia sola no se llega». El Fundador del Opus Dei afirmaba que «la mejor caridad está en excederse generosamente en la justicia» (ibidem, n. 83) y también: «Justicia es dar a cada uno lo suyo; pero yo añadiría que esto no basta. Por mucho que cada uno merezca, hay que darle más, porque cada alma es una obra maestra de Dios» (ibidem).

Un empresario, animado por la fe cristiana, sabrá buscar con rectitud la justicia y servir en el ámbito de las relaciones laborales. Perseguirá, en el ejercicio de su función, el bien de las personas, y no sólo unas meras y caducas satisfacciones materiales. La doctrina social de la Iglesia señala que la actividad económica no ha de tender solamente a multiplicar los bienes producidos, con el único objetivo de aumentar el lucro o el poder, sino que debe estar ordenada ante todo al servicio de las personas, de todo el hombre y de la entera comunidad humana (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2426).

La fe cristiana, por tanto, al aportar también una rica concepción del ser humano, no sólo no resulta extraña a la dirección de empresas, sino que le proporciona una perspectiva realmente humanizadora, atenta al servicio de los demás, descubridora de nuevos horizontes.

Usted visitó dos veces Uruguay, ¿piensa que en un país donde el laicismo ha tenido una particular influencia, se puede esperar que arraiguen los principios de la doctrina social de la Iglesia?

Uruguay nació católico y la impronta cristiana está presente en la sociedad. Ciertamente el laicismo ha tenido una particular influencia, como en otros lugares. Sin embargo, incluso entre quienes carecen del don de la fe, se encuentran ideales con raíces cristianas, compatibles con los principios de la doctrina social de la Iglesia. No se puede olvidar que estos principios son expresión de la verdad íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y de la fe, y que, como se ha demostrado en innumerables ocasiones, son punto de contacto con las personas sin fe. Me refiero, por ejemplo, a la igualdad fundamental entre todos los seres humanos y al rechazo de las discriminaciones injustas; al principio de solidaridad, por el que cada uno, con una determinación firme y perseverante, se empeña por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 193) y, especialmente, cuidemos de los más pobres y desfavorecidos (cfr. Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 30-XII-1987, n. 42); a la confianza en la libertad y en la responsabilidad de las personas, que se manifiesta en los principios de participación y de subsidiariedad.

Por eso, un comportamiento cristiano, conducido según los principios de la doctrina social de la Iglesia, atrae, porque concuerda con ideales que nacen en el corazón de los hombres de buena voluntad. Su fuerza de atracción se encuentra, especialmente, en el modelo de actuación que tenemos los cristianos: Nuestro Señor Jesucristo, que es la luz del mundo (Jn 8, 12), que vino a traer la redención del pecado, a restituir a los hombres a la amistad con Dios, a abrir las puertas a la vida eterna.

Como afirmé al inicio, Uruguay nació católico, y tiene que seguir siendo católico hasta el final de los tiempos. Que los principios de la doctrina social de la Iglesia arraiguen depende de los cristianos, de que sepan y se esfuercen por poner en práctica plenamente las exigencias de la fe en el quehacer personal y social.

¿Qué razones cristianas daría usted para ser optimistas en cuanto a que el mundo puede hallar fórmulas que eviten el sufrimiento de tantos miles, como consecuencia de las crisis económicas?

Un cristiano no tiene más que motivos para ser optimista en cualquier situación. Quizá, a veces, nos dejamos llevar demasiado por miras simplemente humanas y olvidamos que Dios asumió nuestra condición humana y se hizo pobre, que quiso padecer una muerte atroz, por amor nuestro, para rescatarnos de los lazos del pecado, el único mal absoluto, y así alcanzarnos la felicidad eterna. Entonces contemplamos sólo la cruz —con minúscula—, los sufrimientos, sin considerar que la Cruz —la Cruz con mayúscula— trajo la salvación del mundo y que después viene la Resurrección.

Las crisis son ocasiones en las que los cristianos estamos llamados a ser luz y esperanza para los demás. Por nuestra fe, somos optimistas y debemos transmitir esa visión a nuestro alrededor. Las crisis se superan rezando y trabajando. El cristiano debe ir por delante con su honradez de ciudadano, siendo ejemplar. El buen ejemplo ayuda a superar la estructura del egoísmo, del mero utilitarismo, y la sustituye por la de la reciprocidad y la donación. Es verdad que la lógica del mercado y las relaciones estrictamente contractuales se basan en el intercambio, pero «la actividad económica —como recuerda Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate— no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil» (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 29-VI-2009, n. 36); es preciso informar el actuar del empresario, discípulo de Cristo, con la caridad, que le impulse a no «prescindir de la gratuidad, que fomenta y extiende la solidaridad y la responsabilidad por la justicia y el bien común en sus diversas instancias y agentes» (ibidem, n. 38).

Me consta que en el IEEM se procura dar a los empresarios uruguayos una buena preparación en gestión empresarial, a la vez que fomenta su preocupación por resolver las necesidades de la comunidad. Porque, para impulsar el desarrollo y para combatir la pobreza y la corrupción, se necesita una buena formación moral, también en la doctrina social de la Iglesia, y una sólida formación empresarial: es preciso fomentar un deseo constante por generar trabajo e inversión, administrar con honradez y transparencia, remunerar a las personas con justicia y generosidad, realizar el trabajo con la mayor perfección posible.

Recuerdo que, cuando vinieron los primeros fieles del Opus Dei a estas queridísimas tierras, se encontraron con muchas dificultades, vivieron en condiciones de mucha pobreza, pero supieron sobrellevar las dificultades con fe en Dios y trabajando. Los frutos de esos primeros años son tangibles en muy diversas iniciativas apostólicas que buscan el desarrollo integral de uruguayos de todos los ambientes, también gracias al apoyo y al interés de muchos empresarios, que se han comprometido generosamente para hacer posibles esas iniciativas de servicio cristiano a la sociedad.

Romana, n. 51, Julio-Diciembre 2010, p. 363-367.

Enviar a un amigo