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Entrevista en el periódico “ABC”, Madrid (6-X-2002)

¿Monseñor Echevarría, cómo se siente al ver que la Iglesia rinde homenaje al fundador del Opus Dei y consagra su mensaje?

Muy feliz, por el cariño que tengo a quien sigo llamando “Padre”. A la vez, sé que a él no le gustaba llamar la atención, estar en el candelero. “Ocultarse y desaparecer, que sólo Jesús se luzca”, era su lema constante. Ahora, desde el Cielo, seguirá diciendo: “para Dios toda la gloria”.

En todo caso, mañana no conseguirá ocultarse...

Es cierto, pero las canonizaciones no son un acto de homenaje. Representan, sin duda, la confirmación de la vida ejemplar de una persona, y testifican, sobre todo, el reconocimiento de la acción de la gracia divina en esa alma; además, se nos presentan como una ocasión para renovar el deseo de convertirnos, de ser fieles a Cristo. En ese deseo de conversión diaria, que debe continuar después del 6 de octubre, confluyen todos mis sentimientos desde que supe la fecha de la canonización.

El interés mundial es enorme. ¿Considera el Opus Dei este momento como un triunfo?

En absoluto. Sería no sólo empequeñecer la Obra sino empequeñecernos personalmente. Mire usted, un cristiano no viene a triunfar en la Tierra sino a trabajar, utilizando el prestigio profesional para servir a la Iglesia, a la sociedad y a las almas. Nuestro fundador nos repitió que la gloria del Opus Dei es no tener gloria humana; es servir a todas las almas, sin discriminación alguna. La canonización del fundador no es un momento de triunfo sino de humildad.

¿Por qué de humildad?

Porque es una buena ocasión de comparar la propia vida con el ideal que nos enseñó y, sobre todo, que él encarnó en su vida. La distancia será aun más clara cuando, con el paso del tiempo, se comprenda todavía mejor la grandeza de su figura. Tenemos que ser muy humildes. Josemaría Escrivá se esforzaba por ocultarse y desaparecer para que quedase más claro que la Obra era de Dios. Él se consideraba tan sólo “un instrumento inepto y sordo”. Esto nos enseña a descubrir que la grandeza de la persona humana es dejar actuar a Dios en la propia alma, y cooperar con responsabilidad.

Escrivá de Balaguer “democratizó” la santidad, y el Papa lo propone como ejemplo a toda al Iglesia. Pero ¿cómo pueden imitar a un sacerdote las mujeres y los hombres de a pie, que llevan una vida completamente distinta y afrontan problemas muy diferentes?

El beato Josemaría repitió con una insistencia machacona que él no era el modelo: el único modelo es Cristo y el modelador es el Espíritu Santo, solía decir. En este caso, como en toda canonización, la Iglesia invita no tanto a imitar la personalidad de un determinado santo, sino a aprender, mirando a ese santo, a imitar a Cristo. Y el beato Josemaría, sacerdote secular que amaba el mundo y la secularidad, nos invita a imitar a Cristo en todo momento y en todo lugar, en las diversas circunstancias de la vida ordinaria.

Estoy persuadido de que la figura de San Josemaría será siempre muy actual. La mejor respuesta a su pregunta será la Plaza de San Pedro durante la ceremonia de la canonización. Se encontrará decenas de miles de personas corrientes, gente que nunca sale en los periódicos, que pasa sus apuros para llegar a fin de mes, que intenta ser feliz procurando estar cerca de Cristo cada día. Y que han querido venir a Roma para agradecer a Dios el regalo de este santo que les ha ayudado a descubrir la grandeza de su vocación cristiana.

¿Cómo fue la batalla de Josemaría Escrivá para que la Santa Sede aceptase en el Opus Dei como cooperadores a mujeres y hombres no católicos e incluso no cristianos?

Pienso que el sustantivo “batalla” no es apropiado. La petición que presentó, en los años cuarenta, para admitir como cooperadores del Opus Dei a otros cristianos no católicos y también a no cristianos, constituía una novedad. Por eso no fue acogida, en un primer momento. Pero nuestro fundador no se desanimó e insistió en su petición. Se trataba de un respetuoso forcejeo que en absoluto enturbiaba la estima recíproca entre el fundador del Opus Dei y sus interlocutores. Finalmente, ya en 1950, la Santa Sede acogió la demanda de Josemaría Escrivá, que manifiesta su apertura, su amplitud de corazón y su respeto a la libertad de las conciencias.

O sea, que fue “respetuoso”, pero forcejeó...

Ese episodio me parece significativo, porque resume la actitud de fondo del beato Josemaría en todo el proceso fundacional y, al mismo tiempo, refleja la sabia prudencia de gobierno de la Santa Sede. Mons. Escrivá sabía que estaba planteando cuestiones nuevas, pero deseaba proceder siempre de acuerdo con el Papa y los obispos, con amor y respeto a la autoridad de la Iglesia.

En el Congreso internacional del pasado mes de enero con motivo del Centenario, el vicepresidente mundial de las sinagogas, el Gran Rabino Ángel Kreiman explicó que el fundador del Opus Dei desarrollaba, en la práctica, la teología de la Creación por Dios y de su perfeccionamiento por el hombre que ocupa el centro del Antiguo Testamento. ¿Puede ser la santificación del trabajo un punto de encuentro con nuestros “hermanos mayores”?

Conservo un grato recuerdo de mi encuentro con el Gran Rabino Ángel Kreiman, a quien testimonié mi afecto por el pueblo judío, durante ese Congreso Internacional en el que pude saludar también a varios participantes hindúes y musulmanes.

Los cristianos compartimos con el pueblo hebreo la fe en el Dios verdadero y en la Creación, y el aprecio por el trabajo. El fundador del Opus Dei solía subrayar la importancia de unas palabras del Génesis, el primero de los libros del Antiguo Testamento: Dios colocó al hombre sobre la tierra para que la dominara con su trabajo y la hiciera rendir en beneficio suyo y de los demás. Hay muchos motivos para la estima recíproca y la colaboración.

La biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada cita unas notas del diario de Josemaría Escrivá en las que relata el descubrimiento intensísimo de la filiación divina el 16 de octubre de 1931 mientras viajaba en un tranvía madrileño leyendo el ABC. Aquella “oración más subida”, según sus notas, ¿tuvo como espoleta casual alguna de las noticias de aquel día? ¿La siguió recordando el resto de su vida?

Efectivamente, el apunte indica que estaba leyendo el diario ABC, pero no precisa más. En esas notas no consta si su oración estuvo o no relacionada directamente con lo que acababa de ver en esas páginas. Muchas veces recordó la oración que tuvo aquel día: aseguraba que advirtió con luz nueva esa verdad cristiana fundamental que es el amor paternal de Dios. Dios no se muestra jamás indiferente a la suerte de los hombres. Es un Padre que, con frase de Camino, nos ama más que todas las madres del mundo juntas puedan amar a sus hijos.

Usted habrá vivido al lado del fundador otras jornadas de gran intensidad espiritual. ¿Cuáles recuerda de modo más vivo?

Aunque no ocultaba la situación de su alma, no le gustaba hablar en detalle de su trato con Dios, que llenaba sus jornadas. Recuerdo que un día de noviembre de 1973 nos contaba algo que le había sucedido la víspera. Durante unos momentos más específicamente dedicados a la oración con el Señor, se había sentido movido a escribir unas palabras en latín: “Tenui eum, nec dimittam, lo tengo agarrado y no lo soltaré”. Son palabras que expresaban todo su amor, sus deseos de unión con Dios y de fidelidad hasta la muerte. Y nos decía: “Llevaba yo dos días con esta comezón. No son locuciones de Dios. Son inquietudes que pone en el alma, que no descansa hasta que las descubre”.

¿Y qué gestos recuerda de modo más personal porque se refieran a usted? ¿Cómo era, de cerca, el fundador del Opus Dei?

Le conocí en el año 1948. Mons. Escrivá pasaba unos días en Madrid, y yo acudí, con otros miembros del Opus Dei, a una tertulia en la que nos habló con gran fuerza de fidelidad a la vocación cristiana que habíamos recibido de Dios. Después nos invitó a tres de nosotros a acompañarle en un viaje rápido a Segovia, donde tenía que hacer algunas gestiones. Lo recuerdo muy bien: estuvo cantando, bromeando, riendo, y también hizo consideraciones muy sobrenaturales. Aquel día me quedó muy claro que el Opus Dei es una familia, y su fundador, un padre para todos nosotros.

A Escrivá de Balaguer le gustaba bendecir las últimas piedras de los edificios en lugar de las primeras. ¿Es la canonización “su” última piedra? ¿La consideran ustedes un punto de llegada o un punto de partida?

Todo depende de la perspectiva. Porque, en cierto modo, la vida de los santos se prolonga en la historia de la Iglesia, mediante su intercesión y su ejemplo. Para los fieles de la Prelatura, la canonización es un nuevo punto de partida, un recomenzar ilusionado, una llamada a la conversión. El punto de llegada al que debemos dirigirnos todos los hombres es el Reino de los Cielos.

Entre la gente que ha venido a la canonización se está haciendo una colecta para promover programas educativos en África, el continente de los disgustos. ¿Tiene el Opus Dei predilección por África?

El beato Josemaría no tuvo oportunidad de visitar África, pero manifestó por ella un gran aprecio. Me impresióno la ilusión con la que impulsó los comienzos de la labor del Opus Dei en ese continente, y con que seguía las noticias que llegaban sobre el desarrollo del apostolado. Yo he podido acudir a África en diversas ocasiones, primero acompañando a Mons. Álvaro del Portillo —el primer sucesor de Mons. Escrivá de Balaguer—, y después como Prelado del Opus Dei. Junto a las visibles dificultades que atraviesa el continente, he experimentado siempre la profunda alegría de encontrar a muchas personas llenas de fe y de deseos de empeñarse para ayudar a construir el futuro de sus pueblos. Hay mucho que dar a África, pero también mucho que aprender y que recibir de África.

El Proyecto Harambee 2002 quiere ser un grano de arena en esa línea. En este momento alegre de la canonización, es un modo de recordar con hechos a quien sufre necesidad. El término harambee expresa en swahili una realidad y una esperanza: que todos juntos podemos superar los obstáculos. Quizá por eso, África ocupa un lugar especial en el corazón de todos los católicos y de muchas otras personas de buena voluntad.

Algunas personas que convivieron con Escrivá me han dicho que están contentísimas pero que, al mismo tiempo, se reavivan los recuerdos y la nostalgia, la “morriña”...

La separación física, en 1975, nos costó mucho a todos. Pero a mí, por lo menos, me llena de alegría que haya recibido el premio de contemplar la presencia de Dios. Yo siento “morriña” sólo en el sentido de que, aunque nos ayuda con su intercesión desde el Cielo, en los momentos de importancia desearía tener la seguridad de su consejo explícito. Pero también nos damos cuenta de que nunca quiso ser imprescindible. Y cuando nos decía que llegaría un momento en que tendríamos que tomar el relevo, lo decía con gran sinceridad. Para que nos hiciésemos cargo de que somos responsables, con nuestra vida personal, no sólo de hacer el Opus Dei, sino de ser Opus Dei.

Romana, n. 35, Julio-Diciembre 2002, p. 332-336.

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