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Entrevista en el Corriere della Sera, Roma (5-X-2002)

1. La Iglesia propone a todos la santidad de su Fundador. Junto a obvias ventajas, ¿no corren el riesgo de un exceso de autoestima; autoestima de la que —según creo— no carecían?

No creo que exista un riesgo tal, porque —como es obvio— la canonización del Fundador del Opus Dei no significa la canonización de los fieles de la Prelatura. Es más, el contraste entre la santidad de Josemaría Escrivá y la realidad de la vida personal de cada uno de nosotros viene a ser ahora más evidente, es un acicate para continuar esforzándonos por superar nuestros defectos. Yo soy del Opus Dei desde 1948, y he sentido de continuo esta invitación: la vida del cristiano es conversión.

2. ¿Qué significado puede tener hoy, fuera del Opus Dei, la figura de Escrivá?

Hace poco, un Cardenal alemán afirmaba que la canonización significa la “desprivatización” de Josemaría Escrivá, que de ahora en adelante pertenece a toda Iglesia. Las enseñanzas de este sacerdote sobre la santificación del trabajo y de la vida ordinaria se han difundido ya mucho más allá de los confines de la Prelatura. Pertenecen a toda la Iglesia, como dijo el Papa Pablo VI —de venerada memoria— a mi predecesor, al recibirlo por vez primera. Y han significado para muchas personas el redescubrimiento de la alegría de ser cristianos en medio del mundo.

3. ¿Y fuera de la Iglesia? Quiero decir, ¿para el mundo?

Frente a algunas visiones del mundo como realidad extraña y a veces contrapuesta a la religión, al espíritu, el Beato Josemaría Escrivá repetía que “el mundo es bueno, porque ha salido de las manos de Dios”. Es más, animaba a convertirse en “contemplativos en medio del mundo”. Amaba al mundo apasionadamente, sin ingenuidad ni mundanidad. Quería valorizar todas las cosas de este mundo nuestro, con sus luces y sombras. Así el cristiano —por usar una expresión deportiva— juega siempre en casa: en el mundo no puede sentirse jamás de paso, como constreñido a defenderse. De esta forma también, el cristiano que ama al mundo encuentra innumerables puntos de contacto con todas las personas de buena voluntad que, aun sin haber recibido el don de la fe, comparten muchos valores humanos y sociales. La cruz de Cristo, decía Escrivá, es el “signo más”, en el mundo. Une, no separa.

4. La causa para hacer santo al Padre Pío ha durado 19 años, la de su fundador apenas dos años más. Son las canonizaciones más rápidas de los últimos tiempos. Pero se diría que Padre Pío era santo por aclamación popular. ¿Cómo se ha manifestado, por su lado, la “fama de santidad” de Escrivá?

Con un gran sentido de normalidad. Como expresión de la fe y de la plegaria de gente común, que acude a Josemaría Escrivá, quizás sin hacer ruido, para pedir una Dios a conversión espiritual, la curación de una enfermedad o un trabajo para sostener a la familia.

A la Postulación ha llegado en estos años la documentación médica relativa a 48 curaciones inexplicables. Pero a mi entender, son más significativos las relaciones recibidas sobre más de 100.000 favores de carácter “ordinario”, pero igualmente reales. No en vano, Josemaría Escrivá ha predicado incansablemente el valor de la vida ordinaria. De todas formas, estoy convencido de que muchos que acuden a Josemaría Escrivá lo hacen también al santo fraile de Pietrelcina, y viceversa.

5. El Opus Dei insiste en la modernidad de su Fundador. Que, sin embargo, en “Camino” tiene esta máxima: “Cuando un seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente: los seglares sólo pueden ser discípulos”. Usted, ¿cómo la interpreta?

No sé si usted conoce la edición crítico-histórica de Camino, recientemente publicada. Allí se explica que este punto fue escrito por Josemaría Escrivá en 1931, cuando tenía 29 años, siguiendo una idea de su director espiritual. Ciertamente, en esa época, la teología moral estaba estrechamente ligada a la confesión sacramental y, por tanto, a los confesores; y en este sentido debe interpretarse la frase. Por lo demás, el autor de Camino es el mismo que a lo largo de toda su vida hizo posible que millares de laicos, hombres y mujeres, estudiasen teología dogmática moral y espiritual, a nivel científico.

6. Si pudiera salvar una sola de la máximas de Escrivá, ¿cuál elegiría?

Me pone de verdad en un aprieto, ¡es el compromiso de la elección! Nunca me había planteado esta pregunta, ni me la planteo ahora, porque las considero todas oportunas y válidas. Digo la primera que me viene a la cabeza: “Decía un alma de oración: en las intenciones, sea Jesús nuestro fin; en los afectos, nuestro Amor; en la palabra, nuestro asunto; en las acciones, nuestro modelo”.

7. En este momento la Obra exulta. Pero hay un tiempo para exultar y otro para hacer penitencia. Cuando el Papa invitaba a los “hijos” de la Iglesia a reconocer públicamente sus pecados, ¿hubo alguna materia en la que se ejercitó la autocrítica de los hijos de Escrivá?

Ciertamente, para los fieles de la Prelatura éste es un momento de exultación; pero no de exaltación. Como decía antes, la canonización enciende en nosotros el deseo de conversión, de buscar ser más generoso con Dios y los demás.

Los fieles de Opus Dei han acogido en lo profundo del corazón —como por lo demás pienso que ha hecho el resto de los cristianos— la invitación de Juan Pablo II a pedir perdón. Además, de acuerdo con los consejos del Beato Escrivá, tratamos de entender la petición de perdón no como algo extraordinario o excepcional, como tampoco son excepcionales, desgraciadamente, nuestros errores. La autocrítica no es solamente cuestión de algunos momentos especiales. Por eso, y me parece oportuno ahora hablar en primera persona, yo busco pedir perdón todos los días, por mis ofensas a Dios y a los demás, sobre todo a los que me rodean. La capacidad de reconocer los propios errores va unida a la capacidad de perdonar, tema sobre el que el Papa continúa animando a todos los cristianos. Forma parte esencial de la vida de la Iglesia el Sacramento de la Confesión, sobre el que se insiste en el espíritu del Opus Dei, y no hay posibilidad de acercarse a este perdón sin un sincero arrepentimiento. ¿Más autocrítica que ésta?

En mi opinión, además de pedir perdón por los pecados ajenos, podemos hacer un gran bien a la Iglesia pidiendo todos los días perdón por nuestras culpas personales y perdonando a los demás siempre que sea necesario, también para que ninguno en el futuro deba pedir perdón por nuestra ceguedad o por nuestra dureza de corazón.

Romana, n. 35, Julio-Diciembre 2002, p. 321-323.

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