Discurso a los participantes en el Congreso UNIV’2002 (25-III-2002)
Amadísimos jóvenes:
1. Me alegra daros una cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido a Roma con ocasión de la ya tradicional cita romana del UNIV. Participaréis en los ritos de la Semana santa y realizaréis así una significativa experiencia religiosa. Doy gracias al Señor, que me brinda la oportunidad de encontrarme también este año con vuestra asociación, la cual reúne a jóvenes de diversas nacionalidades, que participan en las múltiples actividades formativas de la prelatura del Opus Dei. ¡Gracias por vuestra visita y bienvenidos a esta casa, que es vuestra casa!
2. Durante vuestra estancia en Roma queréis profundizar vuestra formación cristiana, y como tema habéis elegido tres palabras: estudio, trabajo y servicio. El término “servicio” representa una clave de lectura para comprender los otros dos términos que lo preceden. En efecto, el estudio y el trabajo presuponen una actitud personal de disponibilidad y de entrega, que llamamos precisamente servicio. Se trata de la típica dimensión que debe caracterizar el modo de ser de la persona. Lo reafirma el concilio Vaticano II cuando dice que el hombre sólo puede encontrarse plenamente a sí mismo a través de la entrega sincera (cf. Gaudium et spes, 24). Con esta apertura a los hermanos, queridos jóvenes, cada uno de vosotros perfecciona, también gracias al estudio y al trabajo, aspectos fundamentales de su propia misión, haciendo fructificar los talentos que Dios le ha dado generosamente. ¡Cuán útiles son, al respecto, las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, de cuyo nacimiento este año se celebra el centenario! Solía subrayar con frecuencia que a Jesús se le conoce en el Evangelio como carpintero (cf. Mc 6, 3), más aún, como el hijo del carpintero (cf. Mt 13, 55). El Hijo de Dios, aprendiz en la escuela de José, no sólo consideró el trabajo manual como una fuente de subsistencia, por lo demás necesaria, sino también como un “servicio” a la humanidad, y de hecho lo transformó en un elemento integrante del designio salvífico. De este modo, es un ejemplo para nosotros, a fin de que cada uno, siguiendo su propia vocación, explote plenamente sus potencialidades, poniéndolas al servicio del prójimo.
3. Durante estos días de Semana santa, el misterio de la cruz domina la reflexión de los creyentes. Desde esta perspectiva podemos comprender mejor el valor del servicio, del trabajo y, para vosotros, queridos jóvenes, también del estudio. La cruz es símbolo de un amor que se hace entrega total y gratuita. ¿No testimonia la cruz el amor de Cristo a nosotros? La cruz es una silenciosa cátedra de amor, en la que se aprende a amar en serio. Al seguir a Cristo, Rey crucificado, los creyentes aprenden que “reinar” es servir buscando el bien de los demás, y descubren que en la entrega sincera de sí se expresa el sentido auténtico del amor. San Pablo nos repite que Jesús “nos amó y se entregó por nosotros” (cf. Ga 2, 20). “Esta dignidad del trabajo —escribió el Beato Escrivá— está fundada en el Amor”. Y continuaba: “El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. (...) El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor” (Es Cristo que pasa, n. 48). Cuando, fieles a este itinerario espiritual, os aplicáis seriamente al estudio y al trabajo, os convertís realmente en sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5, 13-14). Esta es la invitación que os dirige a vosotros, jóvenes, el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud: ser sal de la tierra y luz del mundo en la vida diaria. Este camino no es fácil y, a menudo, está en contraste con la mentalidad de vuestros coetáneos. Ciertamente, implica ir contra corriente con respecto a comportamientos y modas que dominan en la actualidad.
4. Queridos muchachos y muchachas, que todo ello no os sorprenda, pues el misterio de la cruz lleva a un estilo de vida y de acción que no va de acuerdo con el espíritu de este mundo. A este respecto, el Apóstol advierte muy oportunamente: “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 2). Resistid, queridos jóvenes de UNIV, a la tentación de la mediocridad y del conformismo. Sólo así podréis hacer de la vida un don y un servicio a la humanidad; sólo de este modo contribuiréis a aliviar las heridas y los sufrimientos de los numerosos pobres y marginados aún presentes en nuestro mundo tecnológicamente avanzado. Para ello, dejad que la ley de Dios os oriente hoy en el estudio y, en el futuro, en la actividad profesional. Así resplandecerá “vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). Para que todo esto sea posible es preciso poner en el primer lugar la oración, diálogo íntimo con Aquel que os llama a ser sus discípulos. Sed muchachos y muchachas de actividad generosa, pero, al mismo tiempo, de profunda contemplación del misterio de Dios. Haced que la Eucaristía sea el centro de vuestra jornada. En unión con el sacrificio de la cruz, que en ella se representa, ofreced el estudio y el trabajo, de modo que vosotros mismos seáis “sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” (1 Pe 2, 5).
Junto a vosotros está siempre María, como estuvo junto a Jesús. A ella, Ancilla Domini y Sedes sapientiae, le encomiendo vuestros propósitos y anhelos. Por mi parte, os aseguro un constante recuerdo en la oración, a la vez que os deseo un fecundo Triduo pascual y una santa Pascua. Con estos sentimientos, os bendigo de corazón a todos.
Romana, n. 34, enero-junio 2002, p. 33-35.