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El Gran Jubileo, año intensamente eucarístico

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros[1]. La historia de los hombres se ha encontrado con la presencia de Dios hecho hombre: un rostro, un cuerpo, unos pies que caminan, un corazón que late... Dios, que es Amor, nos ha amado hasta el anonadamiento de sí mismo; y, para satisfacer por nosotros el rescate del pecado, ha querido hacerse uno de nosotros.

La Eucaristía, renovada sacramentalmente en el Sacrificio del Altar y custodiada en el Sagrario, manifiesta la actualidad de la Redención en la historia. Como el Papa ha recordado recientemente, «Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la Eucaristía»[2].

Precisamente «para destacar su presencia viva y salvífica en la Iglesia y en el mundo»[3], el Papa convocó, en el centro del Gran Jubileo, el Congreso eucarístico internacional que se ha celebrado en Roma del 18 al 25 de junio de este año. La Eucaristía tenía que ocupar un lugar privilegiado en la celebración del Año Santo. Más aún, como el Romano Pontífice había manifestado desde el primer momento, el año jubilar tenía que ser «un año intensamente eucarístico»[4]. Así también, el reconocimiento de la presencia real del Verbo encarnado en las especies eucarísticas debe ocupar un lugar privilegiado en la vida de fe del cristiano: en la Eucaristía está Jesucristo verdadera, real y sustancialmente, para que le tratemos, adoremos y recibamos. En palabras del Beato Josemaría, «la devoción a la Sagrada Eucaristía ha de ser nuestra primera devoción»[5].

El año jubilar nos llama a reencontrar el verdadero Amor, esa caridad que es paciente y benigna, que no busca lo suyo, que se complace con la verdad, que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta[6]. Esta enseñanza paulina es una invitación a corresponder y permanecer fieles a la entrega de Jesucristo. Es una lección que se puede aprender en la escuela de la Eucaristía. Desde el escenario donde tuvo lugar la Última Cena, el Santo Padre ha renovado la invitación a entrar en esa escuela en la que muchos «han encontrado el consuelo prometido por Jesús» en la noche del Jueves Santo; han hallado «el apoyo para soportar sus sufrimientos, el alimento para retomar el camino después de cada desaliento, la energía interior para confirmar la propia elección de fidelidad»[7].

El misterio eucarístico, en el que se anuncia y celebra la muerte y resurrección de Cristo en espera de su venida, es «el centro de la vida de la Iglesia»[8] Es lógico pues que el Santo Padre invite a «volver frecuentemente con el espíritu a este Cenáculo» sintiéndonos, en cierto sentido, moradores de esa «casa» en la que Jesucristo instituyó la Eucaristía. De tal forma que se pueda decir de nosotros, «respecto al Cenáculo, lo que el salmista dice de los pueblos respecto a Jerusalén: El Señor escribirá en el registro de los pueblos: éste ha nacido allí» (Sal 87 [86], 6)[9].

El año jubilar nos convoca a un renovado impulso de la tarea evangelizadora, y solamente una fe fuerte como la que exige el misterio de la Eucaristía puede arrastrar a otras almas al seguimiento de Dios. El Papa lo ha recordado durante los días del Congreso eucarístico. «La Iglesia y todos los creyentes», ha dicho, «encuentran en la Eucaristía la fuerza indispensable para anunciar y testimoniar a todos el Evangelio de la salvación. La celebración de la Eucaristía, sacramento de la Pascua del Señor, es en sí misma un acontecimiento misionero, que introduce en el mundo el germen fecundo de la vida nueva»[10].

[1] Jn 1, 14.

[2] JUAN PABLO II, Homilía durante la Misa en la solemnidad del Corpus Christi, 22-VI-2000.

[3] JUAN PABLO II, Carta apostólica Tertio millennio adveniente, 10-XI-1994, n.55.

[4] JUAN PABLO II, Carta apostólica Tertio millennio adveniente, 10-XI-1994, n.55.

[5] Apuntes de una Meditación, 14-VI-1960.

[6] Cfr. 1 Cor 13, 4-7.

[7] JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 23-III-2000, n.14.

[8] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n.1343.

[9] JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 23-III-2000, n.3.

[10] JUAN PABLO II, audiencia general, 21-VI-2000.

Romana, n. 30, Enero-Junio 2000, p. 8-9.

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