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El ejemplo de los primeros cristianos en las enseñanzas del Beato Josemaría

Domingo Ramos-Lissón

Universidad de Navarra

Introducción

El aprecio del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer por los primeros cristianos se encuentra presente en sus escritos más antiguos[1]. Ya en Consideraciones Espirituales incitaba al lector para que se adentrara en el conocimiento de la vida de los primeros fieles y tratara de acomodar su conducta a esos modelos primigenios[2]. Esta alta estima la extendió también a los Padres de la Iglesia, como se puede observar leyendo sus Homilías[3]. Lo que llama poderosamente la atención es que su interés por los primeros cristianos estará presente —como veremos— a lo largo de toda su vida[4].

Una primera cuestión a dilucidar —aunque pueda parecer obvia— sería la siguiente: ¿a quiénes llamaba el Beato Josemaría con esa expresión de "primeros cristianos"? En sus escritos podemos constatar que considera como tales a quienes vivieron en un arco de tiempo que va desde el núcleo inicial de los "Doce" primeros seguidores del Señor[5] hasta los comienzos del siglo IV, cuando tiene lugar la persecución de Diocleciano y Maximiano[6]. Pensamos, por otra parte, que el lapso de los tres primeros siglos de la Era cristiana representa, con bastante precisión, una primera etapa de la vida de la Iglesia que posee ya una especificidad y unas coordenadas propias, que cambiarán significativamente a partir del Edicto de Milán del 313[7].

También cabe preguntarse por la procedencia social o cultural de los cristianos de las primeras generaciones, sobre todo si tenemos en cuenta que el cristianismo nace en el seno de la "oikumene", en un momento histórico en el que la sociedad romana aparecía configurada en estratos sociales muy separados[8]. En este sentido observa don Álvaro del Portillo que: «la realidad del Opus Dei recuerda la de los primeros cristianos (...): cada comunidad de fieles reunía a personas de todos los estratos sociales, de todas las proveniencias: gentes convertidas a la fe de Cristo, que era la que les aglutinaba. Estaban representadas en esas comunidades todas las profesiones: había médicos como Lucas, juristas como Zela, financieros como Erasto, universitarios como Apolo, artesanos como Alejandro, pequeños y grandes comerciantes, vigilantes de las cárceles y sus familias, soldados y oficiales, un procónsul —Sergio Paulo—, etc.: eran pobres y ricos, esclavos y libres, gente civil y militares, como Sebastián»[9].

La opción metodológica que hemos adoptado tiene como punto de partida la documentación escrita del Fundador del Opus Dei, en los lugares donde menciona a los primeros cristianos, ya sea con esta misma expresión u otras similares, o con nombres concretos de los primeros fieles. También hemos procurado situar algunos rasgos someros del ambiente histórico de la época, en la medida que podía ayudar a una mejor contextualización de lo tratado, pero sin ánimo de exhaustividad. En nota aparecerán igualmente las referencias bibliográficas y algunas aclaraciones complementarias.

Así pues, desde estos presupuestos vamos a fijar nuestra atención en la santificación de la vida ordinaria en los cristianos de las primeras generaciones, a través de las enseñanzas del Beato Josemaría. Prestaremos especial atención, en primer lugar, a los aspectos más sobresalientes de la llamada universal a la santidad en medio del mundo, para pasar después al análisis de las situaciones que componen la vida ordinaria de un cristiano con respecto a la santificación de la vida familiar y social. A continuación, examinaremos la proyección apostólica. Por último, haremos un breve resumen conclusivo.

1. La llamada a la santidad en medio del mundo: características principales

Una de las enseñanzas más reiteradas por el Beato Josemaría ha sido la llamada a la santidad en medio del mundo. Este mensaje lo explicitaba muy claramente cuando le preguntaban por la vocación al Opus Dei. En una entrevista que le hace un periodista norteamericano, contesta ilustrando su respuesta con un paralelismo entre la llamada al Opus Dei y la de los primeros fieles: «Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho sencillo y sublime del Bautismo. No se distinguían externamente de los demás ciudadanos»[10].

De las múltiples sugerencias que nos ofrece el texto citado, tal vez convenga subrayar de modo especial, la de la búsqueda de la santidad[11]. Pero hay que entender bien esa búsqueda, en el sentido de respuesta a una llamada que Dios ha ofrecido con anterioridad. El Beato Josemaría Escrivá tiene muy presente que la santidad es un don de los hijos de Dios[12], al que es preciso corresponder con humildad «ya que no son nuestras fuerzas las que nos salvan y nos dan la vida, sino el favor divino. Es ésta una verdad que no puede olvidarse nunca, porque entonces el endiosamiento se pervertiría y se convertiría en presunción, en soberbia y más pronto o más tarde, en derrumbamiento espiritual ante la experiencia de la propia flaqueza y miseria»[13].

De ahí que no considere la santidad como algo abstracto, que se queda anclado en el mundo de las ideas, sino como una realidad encarnada en personas singulares, con nombres propios y manifestaciones externas que se expresaban hasta en el mismo trato fraterno de los primeros seguidores del cristianismo: «'Saludad a todos los santos. Todos los santos os saludan. A todos los santos que viven en Éfeso. A todos los santos en Cristo Jesús, que están en Filipos'. —¿Verdad que es conmovedor ese apelativo —¡santos!—que empleaban los primeros fieles cristianos para denominarse entre sí?

—Aprende a tratar a tus hermanos»[14].

De algunos de esos "santos" conocemos sus nombres e incluso ocupan un lugar en el santoral de la Iglesia[15], de otros —la inmensa mayoría— no tenemos esos datos, simplemente porque los avatares de la historia han impedido que llegaran hasta nosotros.

a) La novedad cristiana

La novedad aparece ya desde los comienzos, como un elemento configurador del mensaje cristiano. No en vano la palabra "Evangelio", que tiene raíces muy profundas en el cristianismo primitivo, connota ese sentido de novedad[16]. Una faceta que emerge de la recepción del bautismo, y que es apreciada como tal no sólo por los primeros convertidos al cristianismo, sino también por parte de los judíos y paganos[17]. El sentido de lo novedoso cristiano se comprende mejor si hacemos un análisis comparativo —aunque sea somero— con las religiones coetáneas del siglo I. Esas religiones de la antigüedad estaban muy vinculadas al culto externo, bien fuera por su pertenencia a una determinada etnia, como le sucedía al pueblo de Israel, bien porque se tributara ese culto a los dioses de una polis (civitas), como acontecía en el mundo griego; dándose además una estrecha unión entre lo sacro y lo civil[18]. Existían además otros anclajes de la religiosidad pagana que el cristianismo venía a superar[19], y de ahí que se presentara para muchos como una auténtica nova religio.

El Beato Josemaría tiene también una clara conciencia de la novedad que significa el Opus Dei, y la enlaza con la novitas christiana de los primeros tiempos: «Esta novedad nuestra, hijos míos, es tan antigua como el Evangelio. (...) Así la auténtica espiritualidad del Evangelio fue produciendo frutos abundantes de santidad, en todos los ambientes cristianos de la primera hora»[20].

En otra ocasión no dudará en adjetivar esta novedad, como vieja novedad[21], en tanto que esa novedad participa de la perenne vitalidad de lo divino: «Esta novedad de la Obra —escribe— no es la novedad de un simple fenómeno humano. Es la novedad de las cosas de Dios, que como buen Padre provee a su familia con cosas viejas y nuevas (cfr. Matth. XIII, 52). Novedad, hijas e hijos míos, que no envejece, en cuanto es participación de la única buena-nueva, y que supone —como fenómeno social de los fieles cristianos— la vuelta maravillosa al espíritu con que vivieron los primeros fieles el mensaje de salvación»[22].

Para el Beato Josemaría la novedad cristiana arranca —como no puede ser menos— del seguimiento de Cristo: «Desde que Jesucristo dijo que Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Ioann. XIV, 6), e invitó a todos a seguirle (cfr. Matth. XVI, 24), brotó con fuerza en el alma de muchos fieles —desde los primeros tiempos de la Iglesia— el deseo de hacer realidad la búsqueda de la perfección trazada por el Evangelio y practicada ejemplarmente por el mismo Jesucristo: vida de santidad personal y de actividad apostólica»[23].

El texto que acabamos de transcribir nos ofrece una síntesis muy lograda a la hora de aglutinar el seguimiento y la imitación de Cristo con la búsqueda de la santidad. Esta síntesis se fundamenta en la que realizaron con sus vidas los primeros seguidores del Señor, algunos de cuyos testimonios han llegado hasta nosotros, como los de Clemente Romano, Ignacio de Antioquía o Policarpo de Esmirna, entre otros[24].

b) La radicalidad de la vida cristiana

Ahora bien, el seguimiento de Cristo es también algo novedoso por la radicalidad que conlleva, como hemos señalado en otro lugar[25]. Se puede decir que ningún hombre de la antigüedad clásica o judía se atrevió nunca a pedir a quien le siguiera lo que exigió el Señor. Jesús demanda a sus seguidores una amplísima renuncia que, en algunos casos, detalla con minuciosidad: casa, hermanos, hermanas, padre, madre, esposa, hijos, campos[26].

La nota de radicalidad es señalada por el Beato Josemaría, por ejemplo, en la homilía El Gran Desconocido, a partir del testimonio de vida cristiana narrado en el libro de los Hechos: «En los Hechos de los Apóstoles —dice— se describe la situación de la primitiva comunidad cristiana con una frase breve, pero llena de sentido: perseveraban todos en las instrucciones de los Apóstoles, en la comunicación de la fracción del pan y en la oración (Act II, 42) (...). Es doctrina que se aplica a cualquier cristiano, porque todos estamos igualmente llamados a la santidad. No hay cristianos de segunda categoría, obligados a poner en práctica sólo una versión rebajada del Evangelio»[27]. Es decir, las exigencias de la llamada a la santidad afectan a todo cristiano, y a todos se les pide una respuesta que comporte asumir la perfección que ha sido propuesta por el Señor[28]. Así lo expresaba en Camino: «Tienes obligación de santificarte. —Tú también. ¿Quién piensa que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos?

A todos, sin excepción, dijo el Señor: 'Sed perfectos, como mi Padre Celestial es perfecto'»[29].

Para comprender mejor este aspecto nos puede ayudar la consideración del martirio como un ejemplo de entrega plena, hasta dar la vida, en la radicalidad de la vocación cristiana. Así lo expresaba S. Ignacio de Antioquía, camino de Roma, cuando escribe: «Ahora comienzo a ser discípulo. Que nada visible o invisible me envidie, para que alcance a Cristo. (...) Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios»[30]. Por otra parte, el cristiano de los primeros siglos sabía que la recepción del bautismo llevaba consigo el deber de testimoniar, con su propia vida, la fe que profesaba en Cristo[31].

La perfección paradigmática del martirio irá creando también una atmósfera propicia para que se abra camino la idea de un martirio "espiritualizado" o si se prefiere "incruento", que expresa también el compromiso bautismal cristiano vivido con plenitud[32]. Desde esta óptica se comprende que el Beato Josemaría declarara al ser preguntado sobre la vocación al Opus Dei: «Voy a decírselo en pocas palabras: buscar la santidad en medio del mundo, en mitad de la calle. Quien recibe de Dios la vocación específica al Opus Dei sabe y vive que debe alcanzar la santidad en su propio estado, en el ejercicio de su trabajo, manual o intelectual. (...). La vocación recibida es igual a la que surgía en el alma de aquellos pescadores, campesinos, comerciantes o soldados que sentados cerca de Jesucristo en Galilea, le oían decir: Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto (Mt 5, 48)»[33].

Ese modo de vivir la radicalidad del compromiso cristiano es equivalente a la vivencia de una entrega martirial espiritualizada, que identifica con Cristo en su obediencia perfecta a la voluntad de Dios Padre. En esa clave hay que leer algunos puntos de Camino, que nos hablan de martirio: «¡Qué bien has entendido la obediencia cuando me has escrito: 'obedecer siempre es ser mártir sin morir'!»[34]. «Quieres ser mártir. —Yo te pondré un martirio al alcance de la mano: ser apóstol y no llamarte apóstol, ser misionero —con misión— y no llamarte misionero, ser hombre de Dios y parecer hombre de mundo: ¡pasar oculto!»[35].

c) La centralidad de la oración

La santidad a la que el cristiano está llamado no es una meta inasequible: todos podemos alcanzar la identificación con Cristo[36]. Esta finalidad se lleva a cabo con la puesta en práctica de unos medios determinados, tal y como hicieron los primeros fieles. Desde esta perspectiva enfocaba el Beato Josemaría su enseñanza:

«—Ser santo no es fácil, pero tampoco es difícil. Ser santo es ser buen cristiano: parecerse a Cristo. —El que más se parece a Cristo, ése es más cristiano, más de Cristo, más santo.

—Y ¿qué medios tenemos? —Los mismos que los primeros fieles, que vieron a Jesús, o lo entrevieron a través de los relatos de los Apóstoles o de los Evangelistas»[37].

Será, en efecto, la imitación y el seguimiento de Cristo un elemento configurador de la ascética cristiana. Por eso, a la hora de considerar y valorar los medios ascéticos, la vida de oración ocupará un puesto señero[38]. La mirada del Fundador del Opus Dei se centrará, de nuevo, en la figura del Señor y sus primeros seguidores:

«Recordad lo que, de Jesús, nos narran los Evangelios. A veces, pasaba la noche entera ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros discípulos la figura de Cristo orante![39] Después de contemplar esa constante actitud del Maestro, le preguntaron: Domine, doce nos orare (Lc 11, 1), Señor, enséñanos a orar así. San Pablo —oratione instantes (Rom 12, 12), en la oración continuos, escribe— difunde por todas partes el ejemplo vivo de Cristo. Y San Lucas, con una pincelada, retrata la manera de obrar de los primeros fieles: animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en la oración (Act 1, 14)»[40].

Este modo de actuar de los primeros cristianos estimula al Beato Josemaría a proyectar su ejemplo entre los jóvenes, y así se lo indicará a sus hijos: «Tened especial interés en darles a conocer la vida de oración de los cristianos primeros: Los Hechos son un arsenal encantador de noticias»[41].

Una visión globalizante de lo que venimos diciendo sobre la oración nos la ofrece la homilía Vida de oración:

«En los Hechos de los Apóstoles se narra una escena que a mí me encanta, porque recoge un ejemplo claro, actual siempre: perseveraban todos en la enseñanza de los Apóstoles, y en la comunicación de la fracción del pan, y en la oración (Act 2, 42). Es una anotación insistente, en el relato de la vida de los primeros seguidores de Cristo: todos, animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración (Act 1, 14). Y cuando Pedro es apresado por predicar audazmente la verdad, deciden rezar. La Iglesia incesantemente elevaba su petición por él (Act 12, 5).

La oración era entonces, como hoy, la única arma, el medio más poderoso para vencer en las batallas de la lucha interior: ¿hay entre vosotros alguno que esté triste? Que se acoja a la oración (Iac 5, 13). Y San Pablo resume: orad sin interrupción (Tes 5, 17), no os canséis nunca de implorar»[42].

En síntesis, vemos cómo el Beato Josemaría pone especial énfasis en sub-rayar la importancia de la «vida de oración». Habría que añadir que no es difícil encontrar expresiones similares en otros lugares de su obra escrita, tales como: «oración constante»[43], «la oración se hace continua»[44], etc., que nos hablan de ese trato ininterrumpido con Dios, que lleva al cristiano a la contemplación divina[45]. O dicho con otras palabras de nuestro autor: «La oración se hace continua, como el latir del corazón, como el pulso. Sin esa presencia de Dios no hay vida contemplativa; y sin vida contemplativa de poco vale trabajar por Cristo, porque en vano se esfuerzan los que construyen, si Dios no sostiene la casa»[46].

2. La vida ordinaria como ámbito de santificación

En los escritos y en la predicación del Beato Josemaría es muy abundante la referencia a la santificación de la vida ordinaria del cristiano[47]. Se podría reiterar, una vez más, que la santidad a la que alude se desenvuelve normalmente en medio de las ocupaciones de la vida ordinaria. Así en la homilía Trabajo de Dios cita un conocido pasaje de la llamada Epístola a Diogneto: «Saboread estas palabras de un autor anónimo de esos tiempos, que resume la grandeza de nuestra vocación: los cristianos son para el mundo lo que el alma para el cuerpo. Viven en el mundo, pero no son mundanos, como el alma está en el cuerpo, pero no es corpórea. Habitan en todos los pueblos, como el alma en todas las partes del cuerpo (...). Y no es lícito a los cristianos abandonar su misión en el mundo, como al alma no le está permitido separarse voluntariamente del cuerpo»[48]. Por tanto, será en ese ámbito de lo ordinario donde el cristiano ha de poner en práctica los medios que le van a permitir realizar su tarea santificadora[49].

a) Santificación en la vida familiar

Las familias cristianas de los primeros tiempos son consideradas por el Beato Josemaría el modelo en el que han de mirarse los componentes de las familias actuales[50]. Oigamos sus palabras: «Por eso, quizá no puede proponerse a los esposos cristianos mejor modelo que el de las familias de los tiempos apostólicos: el centurión Cornelio, que fue dócil a la voluntad de Dios y en cuya casa se consumó la apertura de la Iglesia a los gentiles; Aquila y Priscila, que difundieron el cristianismo en Corinto y en Éfeso y que colaboraron en el apostolado de San Pablo; Tabita, que con su caridad asistió a los necesitados de Joppe. Y tantos otros hogares de judíos y de gentiles, de griegos y de romanos, en los que prendió la predicación de los primeros discípulos del Señor»[51].

Al ser preguntado en una entrevista sobre la importancia de educar a los niños en la vida de piedad, el Beato Josemaría responde: «Considero que es precisamente el mejor camino para dar una formación cristiana auténtica a los hijos. La Sagrada Escritura nos habla de esas familias de los primeros cristianos —la Iglesia doméstica, dice San Pablo (1 Cor 16, 19)—, a las que la luz del Evangelio daba nuevo impulso y nueva vida»[52].

Inculcó a sus hijos la esencial dimensión de familia del Opus Dei: «Todos los que pertenecemos al Opus Dei, hijos míos, formamos un solo hogar: la razón de que constituyamos una sola familia no se basa en la materialidad de convivir bajo un mismo techo. Como los primeros cristianos, somos cor unum et anima una (Act. IV, 32) y nadie en la Obra podrá sentir jamás la amargura de la indiferencia»[53]. Este fuerte sentido de unidad se encuentra estrechamente ligado al entendimiento de la Obra como una parte de la Iglesia[54], que procura ser fiel a su vocación específica[55].

Pero, a la vez que subraya con vigor la unidad de la Obra, el Beato Josemaría destaca la necesidad de establecer esas pequeñas comunidades cristianas —las antecitadas Iglesias domésticas paulinas— en torno a unas familias. «De este modo —escribe— formamos pequeñas comunidades cristianas, en todos los grados y en todos los planos de la sociedad, que son una fuente real de vida fraterna y de caridad, de cariño evangélico»[56].

También en el seno de la familia cristiana de los primeros siglos se desarrolla la virginidad[57] como género de vida que se profesa propter regnum caelorum[58]. Los primeros cristianos que vivían la virginidad sin apartarse del mundo[59], lo hacían en el propio ámbito familiar. A ellos alude el Fundador del Opus Dei, cuando en una Instrucción dirigida a sus hijos se refiere a este precedente, que convendrá tener en cuenta en la vida de la Obra, tanto en el aspecto jurídico, como en el espiritual:

«Antes de recogernos —dice— en ese recipiente jurídico, han de tener presente, y nosotros también, que los primeros fieles cristianos —incluso aquellos ascetas y aquellas vírgenes, que dedicaban personalmente su vida al servicio de la Iglesia— no se encerraban en un convento: se quedaban en medio de la calle, entre sus iguales. Este es nuestro caso, puesto que no nos hemos de diferenciar en nada de nuestros compañeros y de nuestros conciudadanos»[60].

Y un poco más adelante en la misma Instrucción expone el motivo por el que algunos miembros del Opus Dei viven el celibato o la virginidad: «Tened siempre presente que es el Amor —el Amor de los amores— el motivo de nuestro celibato: no somos por tanto solterones, porque el solterón es una desgraciada criatura que nada sabe de amor»[61]. El celibato —recuerda en otro momento— proporciona «mayor libertad de corazón y de movimiento, para dedicarse establemente a dirigir y sostener empresas apostólicas, también en el apostolado seglar»[62].

Si lanzamos nuestra mirada a la primitiva cristiandad nos percataremos que la motivación para vivir el celibato y la virginidad por parte de fieles corrientes, es la misma que acaba de mencionar el Beato Josemaría[63].

b) Santificación en la vida social

La variopinta composición de la sociedad le servía al Beato Josemaría de excelente ocasión para mostrar la riqueza santificadora que se le ofrece al cristiano de todos los tiempos, comenzando por los primeros. Así lo expresaba en una de sus Cartas: «Lo mismo que entre los primeros seguidores de Cristo, en nuestros Supernumerarios está presente toda la sociedad actual, y lo estará la de siempre: intelectuales y hombres de negocios; profesionales y artesanos; empresarios y obreros; gentes de la diplomacia, del comercio, del campo, de las finanzas y de las letras; periodistas, hombres de teatro, del cine y del circo, deportistas. Jóvenes y ancianos. Sanos y enfermos. Una organización desorganizada, como la vida misma, maravillosa; especialización verdadera y auténtica del apostolado, porque todas las vocaciones humanas —limpias, dignas— se hacen apostólicas, divinas»[64].

Para quien conozca el pensamiento del Fundador del Opus Dei, las palabras que acabamos de transcribir le situarán ante un aspecto central entre las realidades que se han de santificar, según el espíritu del Opus Dei: el trabajo ordinario[65]. Desde este ángulo de visión podemos leer la siguiente reflexión de Surco: «Te está ayudando mucho —me dices— este pensamiento: desde los primeros cristianos, ¿cuántos comerciantes se habrán hecho santos?

Y quieres demostrar que también ahora resulta posible... —El Señor no te abandonará en este empeño»[66].

Es relevante que, en este punto —como en otros muchos—, después de buscar la referencia testimonial de los primeros fieles, el Beato Josemaría salte inmediatamente a la concreción que es aplicable al hombre de nuestros días. Se nota que su sintonía con los primeros seguidores de Cristo no se queda en el plano de la "teoría", sino que late con fuerza su celo apostólico por aquellas personas que puedan recibir su mensaje. Es claro para el Beato Josemaría el sentido santificador del trabajo, a partir de la llamada a la santidad que está presente en todo cristiano: «La actitud del hombre de fe es mirar la vida, con todas sus dimensiones, desde una perspectiva nueva: la que nos da Dios. (...) Esta es la razón por la cual os tenéis que santificar, contribuyendo al mismo tiempo a la santificación de los demás, de vuestros iguales, precisamente santificando vuestro trabajo y vuestro ambiente»[67].

Aunque ya hemos aludido a ello, puede resultar conveniente recordar aquí, las grandes dificultades de la vida cultural y política que impregnaban la sociedad en la época imperial romana, y que los primeros fieles tuvieron que superar. Permítasenos traer a la memoria, al menos de forma enumerativa, algunos de los más importantes obstáculos que hubieron de remontar: las persecuciones del Imperio Romano[68], con su secuela de martirios[69] a lo largo de tres siglos; los ataques de la élite intelectual, entre los que destacan los de Frontón de Cirta, Celso y Porfirio[70]; las chanzas burlescas de autores como Luciano[71]; la condena de la opinión pública[72]; las acusaciones de ateísmo, de cultos extranjeros, de charlatanismo y de magia, de convites tiesteos, de antropofagia, etc.[73]. La respuesta cristiana, aunque existan variantes en su formulación, es inequívoca: proclamar la verdad, cumpliendo el mandato de Jesús[74], aún a fuer de que esa actuación le acarree la muerte a quien la manifieste.

3. Proyección apostólica

Proclamar la verdad de Cristo, como decíamos, es la gran tarea de los primeros cristianos y, por eso será uno de los grandes atractivos que descubrirá en ellos el Beato Josemaría. Para él este modo de actuar apostólico será también un ejemplo para los hombres de nuestro tiempo: «Para seguir las huellas de Cristo, el apóstol de hoy no viene a reformar nada, ni mucho menos a desentenderse de la realidad histórica que le rodea... —Le basta actuar como los primeros cristianos, vivificando el ambiente»[75].

Pero aunque la razón de fondo en este modo de proceder sea siempre la del seguimiento de Cristo, el Fundador del Opus Dei percibe la falta de conocimiento de la verdad de Jesús en el mundo circundante[76] y, por tanto, su mirada se dirige también a los primeros fieles, que se encontraron con el mismo problema: «Se vuelve a repetir, en la vida nuestra, la vida de los primeros cristianos. También nosotros encontramos a nuestro paso, en tantas ocasiones, la más desoladora ignorancia religiosa, que nos exige un profundo y continuado apostolado de la doctrina. Y esto no sólo entre los paganos de nuestro tiempo, sino aun entre no pocos que se ofenderían si no se les llamara católicos»[77].

Otra característica digna de consignarse es el modo personalizado de la acción apostólica, que encontramos hecho realidad en la conducta de los cristianos de la primera hora[78]:

«Así actuaron los primeros cristianos. No tenían, por razón de su vocación sobrenatural, programas sociales ni humanos que cumplir; pero estaban penetrados de un espíritu, de una concepción de la vida y del mundo, que no podía dejar de tener consecuencias en la sociedad en la que se movían.

Con un apostolado personal semejante al nuestro, fueron haciendo prosélitos y, durante su cautividad, ya enviaba Pablo a las iglesias los saludos de los cristianos que vivían en la casa del César (Philip. IV, 22). ¿No os conmueve aquella carta que dirige el Apóstol a Filemón, que es un testimonio vivo de cómo el fermento de Cristo —sin pretenderlo directamente— había dado un nuevo sentido, por el influjo de la caridad, a las estructuras de la sociedad heril? (cfr. Phile. 8-12; Ephes. VI, 5 ss.; Colos. III, 22-25; I Tim. VI, 1 y 2; I Petr. II, 18 ss.).

Somos de ayer y llenamos ya el orbe y todas vuestras cosas: las ciudades, las islas, las aldeas, los municipios, los concejos, los mismos campamentos, las tribus, las decurias, el palacio, el senado, el foro: sólo os hemos dejado vuestros templos, escribía —poco después de un siglo— Tertuliano (Tertuliano, Apologeticus, 37)»[79].

Aun cuando estas últimas palabras de Tertuliano haya que tomarlas con alguna cautela, dada la vehementia cordis del escritor africano, es indudable que la expansión del cristianismo a finales del siglo II y principios del III es muy considerable, dentro de los confines del Imperio Romano[80]. En la línea argumentativa del Beato Josemaría, la cita tertulianea le sirve para mostrar la eficacia del apostolado individualizado que practicaron nuestros primeros hermanos en la fe.

Un aspecto del apostolado individual es el de testimoniar con la propia vida la fe que se profesa. El tema tiene una honda raíz bíblica[81] y patrística[82], y toca un punto capital del mensaje cristiano: la coherencia entre la fe y su práctica en la vida del seguidor de Cristo. De ahí que el Beato Josemaría lo recuerde a sus hijos: «Y de esta manera, con un apostolado individual, silencioso y casi invisible, llevan a todos los sectores sociales, públicos y privados, el testimonio de una vida semejante a la de los primeros fieles cristianos»[83].

Pero no se ha de olvidar que el testimonio cristiano está alimentado y promovido por la caridad. Así lo pone de manifiesto el Beato Josemaría en su homilía Con la fuerza del amor de 1967: «Qué bien pusieron en práctica los primeros cristianos esta caridad ardiente, que sobresalía con exceso más allá de las cimas de la simple solidaridad humana o de la benignidad de carácter. Se amaban entre sí, dulce y fuertemente, desde el Corazón de Cristo. Un escritor del siglo II, Tertuliano, nos ha transmitido el comentario de los paganos, conmovidos al contemplar el porte de los fieles de entonces, tan lleno de atractivo sobrenatural y humano: mirad cómo se aman (Tertuliano, Apol., XXXIX), repetían»[84].

Con todo, el testimonio debe ir acompañado de la palabra, que tiene una enorme fuerza comunicativa, y como siempre el referente supremo es Cristo. De su talante dialogador aprenderán las primeras generaciones cristianas a realizar un apostolado personal dialógico[85]. Escuchemos en este sentido lo que el Fundador del Opus Dei escribía a sus hijos:

«Podríamos continuar hojeando el Evangelio y contemplar tantas conversaciones de Jesús con los hombres: toda su vida ha sido un continuo diálogo, en busca de las almas; (...). Los primeros Doce —para predicar el Evangelio— tuvieron una conversación maravillosa con todas las personas a las que encontraron, a las que buscaron, en sus viajes y peregrinaciones. No habría Iglesia, si los Apóstoles no hubieran mantenido ese diálogo sobrenatural con todas aquellas almas. Porque el apostolado cristiano no es más que eso: ergo fides ex auditu, auditus autem per verbum Christi (Rom. X, 17); ya que la fe proviene del oír, y el oír depende de la predicación de la palabra de Jesucristo.

¡Qué bien lo entendieron las primeras generaciones cristianas, de las que tanto me gusta hablar, porque son como un modelo de nuestra vocación!»[86].

Un ejemplo más de cómo la primera generación cristiana valoraba la palabra para comunicar el mensaje de Jesús, nos lo glosa el Beato Josemaría con una gran expresividad en la homilía Para que todos se salven:

«Ahora viene a propósito traer a nuestra memoria la consideración de un episodio, que pone de manifiesto aquel estupendo vigor apostólico de los primeros cristianos. No había pasado un cuarto de siglo desde que Jesús había subido a los cielos, y ya en muchas ciudades y poblados se propagaba su fama. A Éfeso, llega un hombre llamado Apolo, varón elocuente y versado en las Escrituras. Estaba instruido en el camino del Señor, predicaba con fervoroso espíritu y enseñaba exactamente todo lo perteneciente a Jesús, aunque no conocía más que el bautismo de Juan (Act 18, 24-25).

En la mente de ese hombre ya se había insinuado la luz de Cristo: había oído hablar de Él, y lo anuncia a los otros. Pero aún le quedaba un poco de camino, para informarse más, alcanzar del todo la fe, y amar de veras al Señor. Escucha su conversación un matrimonio, Aquila y Priscila, los dos cristianos, y no permanecen inactivos e indiferentes. No se les ocurre pensar: éste ya sabe bastante, nadie nos llama a darle lecciones. Como eran almas con auténtica preocupación apostólica, se acercaron a Apolo, se lo llevaron consigo y le instruyeron más a fondo en la doctrina del Señor (Act 18, 26)»[87].

El comentario del Fundador del Opus Dei a este pasaje de los Hechos de los Apóstoles muestra su admiración por el vigor del celo apostólico, que empapa todo el episodio narrado, pero a la vez también hace hincapié en la pronta determinación que lleva a Priscila y Aquila a instruir a Apolo. Es la misma determinación que no se detendrá ni siquiera en los momentos supremos del martirio, aprovechando incluso una ocasión tan excepcional para acercar a Cristo también a sus perseguidores, y tratar así de conseguir su conversión[88].

El apostolado personal, basado en el amor, tendrá también la nota del entusiasmo, propia de quien descubre las inmensas riquezas del mensaje cristiano. Escribe a este propósito el Beato Josemaría: «Me parece tan bien tu devoción por los primeros cristianos, que haré lo posible por fomentarla, para que ejercites —como ellos—, cada día con más entusiasmo, ese Apostolado eficaz de discreción y de confidencia»[89].

Una última cuestión, que se instalaría en el terreno de la finalidad de toda acción apostólica, es la de los resultados. Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer responde con gran realismo, sin caer en utopías, y, con el aval de quien lo tiene bien experimentado, que estarán en relación con la respuesta a la llamada a la santidad: «La eficacia del apostolado nuestro dependerá siempre de nuestro empeño por ser santos. Y la santidad tiene ahora los mismos medios que en los tiempos de los primeros cristianos: no hay otros»[90].

Resumen conclusivo

Una primera impresión que surge de la lectura de los textos seleccionados del Beato Josemaría es su proximidad —casi inmediatez— con los primeros seguidores de Jesús. Se tiene la sensación de haber superado la barrera del tiempo. Por otra parte, estos escritos rezuman frescura y calor, es decir, los primeros cristianos no son un referente al que se alude de una forma "teórica", sino que tienen el vigor de quienes han encarnado con plenitud la doctrina de Cristo. Se nota que el Fundador del Opus Dei sintoniza sus propias vivencias espirituales con el modelo que ellos representan. En esta misma línea hay que inscribir sus comentarios a pasajes de la Escritura —especialmente del libro de los Hechos de los Apóstoles—, que protagonizan el quehacer apostólico de los primeros seguidores de Cristo.

El testimonio de los primeros fieles, en cuanto a la santificación de la vida ordinaria, representa una manera de vivir el cristianismo, que tiene el atractivo de lo recién nacido y a la vez la plenitud de quien ha seguido al Señor con todas las exigencias que Él ha señalado. Ha quedado muy evidenciado que la llamada a la santidad es la misma en el siglo I que en nuestros días, no sólo en cuanto a la naturaleza intrínseca de la misma, sino también en relación con los medios para alcanzarla. Lo mismo sucede con las exigencias de la vida cristiana: la santidad vivida por nuestros primeros hermanos en la fe estaba fundamentada en el bautismo, con una nota de radicalidad, que lleva al discípulo de Cristo, incluso hasta el martirio. Téngase en cuenta, además, que esta llamada a la santidad tenía lugar en medio del mundo, es decir, en la vida ordinaria y entre personas de todos los estamentos sociales, y en no pocas ocasiones con serias dificultades políticas y sociales. Esta plenitud de vida cristiana es la que verá reflejada Mons. Escrivá de Balaguer en los fieles del Opus Dei.

Mirando también la dimensión apostólica de los primeros cristianos, el Beato Josemaría descubrirá unos perfiles de actuación personalizada, que son pautas de conducta aplicables a nuestros días, avaladas además por los resultados positivos alcanzados en los tres primeros siglos. Así en una espléndida unidad se conjugan el testimonio de unas personas que viven el mensaje de Jesús, y la palabra de ese mensaje, que se comunica persona a persona en el propio ambiente familiar y social.

[1] Así lo manifestaba en 1933: «Nuestra mayor ambición ha de ser la de vivir como vivió Cristo Señor Nuestro; como vivieron también los primeros fieles, sin que haya división por motivos de sangre, de nación, de lengua o de opinión» (Carta 16-VII-1933, n. 19).

[2] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Consideraciones Espirituales, Imprenta Moderna, Cuenca 1934, p. 99. Este punto será reproducido íntegramente en Camino, Gráficas Turia, Valencia 1939, n. 925.

[3] A título de ejemplo bástenos recordar el número considerable de citas de S. AGUSTÍN, que figuran en sus Homilías (cfr. D. RAMOS-LISSÓN, La presencia de San Agustín en las Homilías del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, en «Scripta Theologica» 25 (1993) 901-942). Cfr. Id., El uso de los "loci" patrísticos en las "Homilías" del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, en «Anuario de Historia de la Iglesia» 2 (1993) 17-28.

[4] La última referencia escrita que hemos encontrado procede de una homilía, El matrimonio vocación cristiana, de la Navidad de 1970 (BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 34ª ed., Rialp, Madrid 1997, nn. 29-30). Cuando estaba en el tramo postrero de su vida terrena, volvería a recordar a sus hijos en el Opus Dei: «De vosotros se puede decir lo mismo que de los primeros cristianos: ¡mirad cómo se aman!» (19-II-1975 en Guatemala).

[5] Cfr. Carta 24-X-1965, n. 13.

[6] Deducimos ese término ad quem por la mención (cfr. más adelante la nota n. 9.) de San Sebastián en Instrucción, 8-XII-1941, n. 90, nota 128. Este santo sufrió el martirio durante la persecución de Maximiano (+ aprox. 304).

[7] Algunos autores, como A. Hamman, consideran como primeros cristianos a quienes vivieron durante los dos primeros siglos, como lo muestra el título de una conocida obra suya: La vie quotidienne des premiers chrétiens (95/197), Hachette, Paris 1971.

[8] Cfr. A. D'ORS, Derecho Privado Romano, 9ª ed., Eunsa, Pamplona 1997, pp. 48-53; 275-304.

[9] MONS. ÁLVARO DEL PORTILLO, nota 128 en BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Instrucción, 8-XII-1941.

[10] Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 18ª ed., Rialp, Madrid 1996, n. 24. En este mismo sentido ver ibid., n. 62.

[11] Cfr. Carta 11-III-1940, n. 21.

[12] Cfr. F. OCÁRIZ, La filiación divina, realidad central en la vida y en la enseñanza de Mons. Escrivá de Balaguer, en VV. AA., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, 2ª ed., Eunsa, Pamplona 1985, p. 178 s.; S. GAROFALO, El valor perenne del Evangelio, en «Scripta Theologica» 24 (1992) 27; J. BURGGRAF, El sentido de la filiación divina, en M. BELDA y otros (eds.) Santidad y mundo. Estudios en torno a las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 1996, pp. 109-127.

[13] Es Cristo que pasa, n. 133. Conviene hacer notar el empleo del término endiosamiento, pues vemos en él un equivalente al de "théosis", "théopoiesis" (="deificación", "divinización") que aparece ya en CLEMENTE DE ALEJANDRÍA (Protréptico, XI, 114,4 [SC 2,183]). Esta expresión será muy utilizada por los Padres de la Iglesia en Oriente, y cuenta con una rica polisemia a la hora de expresar la acción del Espíritu Santo en el cristiano (cfr. G. W. H. LAMPE, A Patristic Greek Lexicon, 2ª ed., Claredon Press, Oxford 1968, pp. 649 s.; B.P.T. BILANIUK, The mystery of theosis or divinization, en «Orientalia Christiana Analecta» 195 (1973) 337-359).

[14] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 66ª ed., Rialp, Madrid 1997, n. 469. En este mismo sentido emplea también esta palabra en otras obras suyas: Es Cristo que pasa, n. 96; Forja, 9ª ed., Rialp, Madrid 1996, n. 622.

[15] Acta Sanctorum, JOANNES MEURSIUM, Antwerp-Bruxelles, 1643 ss; Martyrologium Romanum, Marietti, Torino 1922.

[16] Cfr. G. FRIEDRICH, s. v. Evangelion, en «Grande Lessico del Nuovo Testamento» 3, 1060-1106.

[17] Cfr. D. RAMOS-LISSÓN, La novità cristiana negli apologisti del II secolo, en «Studi e Ricerche sull'Oriente Cristiano» 15 (1992) 18s.

[18] Cfr. A. J. FESTUGIÈRE, Le monde gréco-romain au temps de Notre Seigneur, I, Bloud & Gay, Paris 1935, pp. 53 s.

[19] Cfr. G. BARDY, La conversión al cristianismo durante los primeros siglos, trad. esp., Desclée de Brouwer, Bilbao 1961, pp. 136-157.

[20] Carta 11-III-1940, n. 21.

[21] Carta 9-I-1932, n. 91.

[22] Carta 25-I-1961, n. 13.

[23] Carta 11-III-1940, n. 21.

[24] Cfr. D. RAMOS-LISSÓN, El seguimiento de Cristo (En los orígenes de la espiritualidad de los primeros cristianos), en «Teología Espiritual» 30 (1986) 3-27.

[25] Cfr. ibid., p. 25; Id., La radicalidad de la vida espiritual de los primeros cristianos, en «XX Siglos» 5 (1994) 42-57.

[26] Cfr. Mt 19, 29 (=Mc 10, 29; Lc 18, 29). Es una renuncia que afecta incluso al propio yo (cfr. Mt 10, 39; 16, 24; Lc 14, 25-33; Jn 12, 23-26).

[27] Es Cristo que pasa, n. 134. Un buen comentario a este texto lo encontramos en J. M. CASCIARO, La santificación del cristiano en medio del mundo, en Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, pp. 117 s.

[28] Cfr. Mt 5, 48.

[29] Camino, n. 291.

[30] IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Romanos, V, 3-VI, 3 (FPatr 1,154-156).

[31] El propio Ignacio de Antioquía afirmará esta disposición en el cristiano diciendo: «Si por Éste no estamos dispuestos a morir [para participar] en su pasión, su vida no está en nosotros» (Magnesios, V, 2 [FPatr 1,130]); cfr. Efesios, X, 3 (FPatr 1,114).

[32] Así lo expresaba Clemente de Alejandría en el siglo II: «Si el martirio consiste en confesar a Dios, el alma que vive puramente en el conocimiento de Dios, que obedece sus mandamientos, es mártir en la vida y en las palabras (...) este hombre es bienaventurado, porque realiza no el martirio ordinario, sino el martirio gnóstico, dejándose guiar de acuerdo con el Evangelio, por amor del Señor» (Stromata, IV, 4, 15 [GCS 52,255]). Conviene aclarar que Clemente emplea aquí la palabra "gnóstico" en el sentido genuino de la "gnosis cristiana", es decir, de "auténtico conocedor de Dios". Esto es algo totalmente distinto de los gnósticos heterodoxos, que tuvo que combatir el mismo Clemente en su propia ciudad de Alejandría.

[33] Conversaciones, n. 62.

[34] Camino, n. 622.

[35] Ibid., n. 848.

[36] Cfr. A. ARANDA, El cristiano, Alter Christus, ipse Christus en el pensamiento del beato Josemaría Escrivá de Balaguer, en VV.AA., Santidad y mundo, cit., pp. 129-187.

[37] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja, n. 10. En el mismo sentido se puede citar también Camino, n. 470; Carta 19-III-1967, n. 139.

[38] Sobre los aspectos más relevantes de la oración en los primeros siglos del cristianismo ver: A. HAMMAN, La oración, trad. esp., Herder, Barcelona 1967, pp. 439-776. La vida de oración como actitud contemplativa tiene un lugar destacado en los escritos del Beato Josemaría: Ver por ejemplo, BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Vida de oración, en Amigos de Dios, 23ª ed., Rialp, Madrid 1997, nn. 238-255. Sobre este aspecto en su vida y doctrina: cfr. J. M. CASCIARO, La santificación del cristiano en medio del mundo, pp. 150-157; F. OCÁRIZ, La filiación divina, realidad central en la vida y en la enseñanza de Mons. Escrivá de Balaguer, en Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, pp. 200-203; G. COTTIER, La oración y la estructura fundamental de la fe, en Santidad y mundo, cit., pp. 91-108; M. BELDA, Contemplativos en medio del mundo, en «Romana» 27 (1998) 326-340.

[39] La representación iconográfica del "orante" ha tenido un enorme influjo en el arte cristiano de los primeros siglos (cfr. H. LECLERCQ, s.v., orante, en «Dictionnaire D'Archeologie Chrétienne et de Liturgie», 12, 2291-2322).

[40] Es Cristo que pasa, n. 119.

[41] Instrucción, 9-I-1935, n. 258.

[42] Amigos de Dios, n. 242.

[43] Es Cristo que pasa, n. 116.

[44] Ibid., n. 8.

[45] Ibid., n. 107

[46] Ibid., n. 8.

[47] Basta un repaso a sus homilías publicadas en Es Cristo que pasa y en Amigos de Dios para llegar a esa conclusión.

[48] Amigos de Dios, n. 63. La cita reproducida en el texto está tomada de la Epístola a Diogneto, VI, 1-10 (SC 33 bis, 64-66).

[49] Cfr. M. A. TABET, La santificación en la propia situación de vida. Comentario exegético a 1Cor 7, 17-24, en «Romana» 6 (1988/1) 169-176; G. DALLA TORRE, La animación cristiana del mundo, en Santidad y mundo, pp. 191-210.

[50] Cfr. BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, El matrimonio vocación cristiana, en Es Cristo que pasa, nn. 22-38. Vid. también C. BURKE, El Beato Josemaría Escrivá y el matrimonio. Camino humano y vocación sobrenatural, en «Romana» 19 (1994/2) 374-384; F. GIL HELLÍN, La vida familiar, camino de santidad, en «Romana» 20 (1995/1) 224-236; B. CASTILLA CORTÁZAR, Consideraciones sobre la antropología "varón-mujer" en las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, en «Romana» 21 (1995/2) 434-447. Sobre el concepto de familia en esta época ver A. DE MIER VÉLEZ, Aspectos relativos al término "familia" en el cristianismo antiguo, en «Religión y Cultura» 30 (1994) 437-463.

[51] Es Cristo que pasa, n. 30. En otra ocasión reproducirá un texto de Tertuliano (Ad uxorem,II,8,6 [CCL 1,393-394]), en el que se describe la excelencia del matrimonio cristiano (Ibid, n. 29).

[52] Conversaciones, n. 103. Tenemos noticia de algunas "iglesias domésticas": la que se reunía en la casa de Estéfanas (1 Cor 1, 16); la de la casa de Filemón (Filem. 2); la de Cornelio (Act 16, 15); la de Lidia (Act 16, 31); la de Onesíforo (2 Tim 1, 6). La actividad de San Ignacio de Antioquía también debió realizarla casa por casa (cfr. Smirneos, XIII, 1 [FPatr 1,178-180]). Esta situación perdura a lo largo del siglo II, según nos testifica Justino, pues en las Actas de su martirio a la pregunta del prefecto Rústico sobre el lugar donde se reunía con los cristianos, Justino le responde: «Donde cada uno prefiere y puede» (Acta Justini et soc, III, 1 [BAC 75,312]).

[53] Carta 6-V-1945, n. 23.

[54] La expresión concreta que en ocasiones empleaba el Fundador del Opus Dei para definir la Obra era: «El Opus Dei es una partecica de la Iglesia» (P. RODRÍGUEZ, El Opus Dei como realidad eclesiológica, en P. RODRÍGUEZ-F. OCÁRIZ-J. L. ILLANES, El Opus Dei en la Iglesia, 3ª ed., Rialp, Madrid 1993, p. 22).

[55] Cfr. Instrucción, mayo-1935, n. 1.

[56] Ibid., 85. Completa este pasaje de la Instrucción una nota (155) de Mons. Álvaro del Portillo, que explicita su sentido: «Se trata, realmente, de un retorno a los primeros tiempos del cristianismo, en los que los fieles tenían cor unum et anima una (Act. IV, 32) y, llenos de ese cariño evangélico, se reunían en los hogares de unos y de otros, para alabar y dar gracias a Dios; para recibir la formación, oyendo la palabra divina, explicada de un modo conveniente según las necesidades de cada pequeña comunidad; y para hacer sus planes de apostolado y proselitismo. —Estos son, precisamente, los fines de las reuniones en los hogares de nuestros hermanos Supernumerarios, fuente real de vida fraterna y de caridad».

[57] Sobre la virginidad y el ascetismo en los primeros siglos se puede consultar: T. CAMELOT, Virgines Christi. La virginité aux premiers siècles de l'église, Paris 1944; J. JOUBERT, La virginité ou les vrais noces, en «Revue de Droit Canonique» 40 (1990) 117-133.

[58] Cfr. Mt 19, 12. La virginidad y el celibato eran muy apreciados en la antigua Iglesia. Podemos mencionar algunos testimonios: CLEMENTE ROMANO, Epístola Corintios, I, 38, 2 (FPatr 4,120); IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Esmirneos, XIII, 1 (FPatr 1,178-180); HERMAS, Pastor, Visiones I, 2, 4; II, 3, 2 (FPatr 6,66;78); Semejanzas, IX, 29, 1; IX, 31, 3 (FPatr 6,274;276-278); MINUCIO FÉLIX, Octavio, 31 (CSEL 2,44-45); CIPRIANO, Sobre el vestido de las vírgenes, 3-6 (CSEL 3/1, 189-192); METODIO DE OLIMPO, Banquete, Himno (SC 95,310-321).

[59] El nacimiento del monacato, con el consiguiente apartamiento del mundo es un fenómeno posterior que tiene sus orígenes a finales del siglo III (cfr. L. BOUYER, La spiritualité du Nouveau Testament et des Pères, Aubier, Paris 1966, p. 369).

[60] Instrucción, 8-XII-1941, n. 81.

[61] Ibid., n. 84.

[62] Conversaciones, n. 92.

[63] Como botón de muestra podemos citar lo que escribe Atenágoras en el siglo II: «Y hasta es fácil hallar a muchos entre nosotros hombres y mujeres, que han llegado a la vejez célibes, con la esperanza de más íntimo trato con Dios» (Legación, 33 [BAC 116,703-704]).

[64] Carta 9-I-1959, n. 11.

[65] Sobre la santificación del trabajo en el pensamiento del Beato Josemaría: J. L. ILLANES, La santificación del trabajo, Palabra, Madrid 1981; Id., Trabajo, caridad, justicia, en Santidad y mundo, pp. 211-242; J. M. AUBERT, La santificación del trabajo, en Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, pp. 215-224; P. P. DONATI, El significado del trabajo en la investigación sociológica actual y el espíritu del Opus Dei, en «Romana» 22 (1996/1) 122-134. Sobre el trabajo y la espiritualidad de los primeros cristianos: S. FELICI(Ed.), Spiritualità del lavoro nella catechesi dei Padri del III-IV secolo, (Biblioteca de Scienze Religiose 75), LAS, Roma 1986; A. QUACQUARELLI, L'educazione al lavoro: dall'antica comunità cristiana al monachesimo primitivo, en «Vetera Christianorum» 25 (1988) 149-163.

[66] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco, 15ª ed., Rialp, Madrid 1997, n. 490.

[67] Es Cristo que pasa, n. 46. Toda la homilía En el taller de José expresa, en una apretada síntesis, la enseñanza de Fundador del Opus Dei sobre la santificación del trabajo: cfr. Es Cristo que pasa, nn. 39-56.

[68] Cfr. P. ALLARD, Histoire des persécutions pendant les deux premiers siècles, 2 vols., 3ª ed., Gabalda, Paris 1903-1905; T. BAUMEISTER, Mártires y perseguidos en el cristianismo primitivo, en «Concilium» (E) 19 (1983) 312-320; J. SIAT, La persécution des chrétiens au début du IIe s. d'après la lettre de Pline le Jeune et la réponse de Trajan en 112, en «Études Classiques» 63 (1995) 161-170.

[69] Cfr. L. CIGNELLI, Significato del martirio: Pensieri dei Padri della Chiesa, en «Studi Francescani» 92 (1995) 19-41.

[70] Cfr. P. de LABRIOLLE, La réaction païenne. Étude sur la polemique antichrétienne du Ier au VIe siècle, Artisan du livre, Paris 1948; D. RAMOS-LISSÓN, Alegorismo pagano y alegorismo cristiano en Orígenes. La polémica contra Celso, en A. GONZÁLEZ BLANCO (Ed.), Cristianismo y aculturación en tiempos del Imperio Romano, en «Antigüedad y Cristianismo» (Murcia) 7 (1990) 125-136.

[71] LUCIANO, De morte Peregrini, Loeb Classical, Harvard University Press- William Heinemann, Cambridge (Ma)-London 1962, Lucian, V, pp. 1-51.

[72] Un eco de esta condena lo encontramos en TERTULIANO, Apologeticum, III, 1 (CCL 1,91).

[73] Cfr. H. LECLERCQ, Accusations contre les chrétiens, en «Dictionnaire D'Archeologie Chrétienne et de Liturgie» 1, 265 y ss.

[74] Mc 16, 15. Tenemos además los testimonios de los Apologistas cristianos del siglo II y del III. A modo de ejemplo de lo que decimos podemos aducir un texto de Arístides que lo corrobora: «Están dispuestos [los cristianos] a dar sus vidas por Cristo, pues guardan con firmeza sus mandamientos, viviendo santa y justamente según se lo ordenó el Señor Dios, dándole gracias en todo momento por toda comida y bebida y por los demás bienes. (...) Éste es, pues, verdaderamente el camino de la verdad, que conduce a los que por él caminan al reino eterno, prometido por Cristo en la vida venidera» (Apología, XV, 10-11 [BAC 116,131]).

[75] Surco, n. 320. En este mismo sentido se expresa en Camino, n. 376.

[76] La mente perspicaz de Clemente de Alejandría detectaba ya en su época que «no existe otro mal que la ignorancia» (Stromata, VI, 113, 3 [GCS 52,488]).

[77] Carta 15-VIII-1953, n. 19. La necesidad de dar doctrina le llevará a asociarla también al campo de la opinión pública (Carta 30-IV-1946, n. 73).

[78] Cfr. G. BARDY, La conversión al cristianismo durante los primeros siglos, cit., pp. 294-307.

[79] Carta 9-I-1959, n. 22.

[80] Cfr. K. BAUS, Manual de Historia de la Iglesia, dirigida por H. JEDIN, I, trad. esp., Herder, Barcelona 1966, pp. 311-319.

[81] Cfr. Mt 5, 16; Iac 2, 17.

[82] Cfr. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Magnesios, IV (FPatr 1,130); Efesios X, 1-2 (FPatr 1,114).

[83] Instrucción para la obra de San Gabriel, mayo-1935, n. 94.

[84] Amigos de Dios, n. 225.

[85] Cfr. D. RAMOS-LISSÓN, El diálogo entre el poder político romano y los cristianos, según la literatura martirial de los tres primeros siglos, en D. RAMOS-LISSÓN(ed.), El diálogo Fe-Cultura en la Antigüedad cristiana, Eunate, Pamplona 1996, pp. 199-225.

[86] Carta 24-X-1965, n. 13.

[87] Amigos de Dios, n. 269.

[88] Podemos traer a colación la acción apostólica de la mártir Potamiena que consigue la conversión del soldado Basílides, camino del martirio, tal y como nos lo cuenta EUSEBIO DE CESAREA, Historia eclesiástica, VI, 5. Cfr. D. RAMOS-LISSÓN, La conversion personnelle dans la littérature des martys dans l'antiquité chrétienne (I-III siècles), en «Studia Patristica» 29 (1997) 101-108.

[89] Camino, n. 971. Un ejemplo de vivir ese entusiasmo de los primeros fieles es el recogido en los Hechos de los Apóstoles, protagonizado por Cleofás y su compañero de Emaús, y que ha dado lugar al punto 917 de Camino: «"Nonne cor nostrum ardens erat in nobis, dum loqueretur in via?" —¿Acaso nuestro corazón no ardía en nosotros cuando nos hablaba en el camino? Estas palabras de los discípulos de Emaús debían salir espontáneas, si eres apóstol, de labios de tus compañeros de profesión, después de encontrarte a ti en el camino de su vida».

[90] Carta 19-III-1967, n. 139.

Romana, n. 29, Julio-Diciembre 1999, p. 292-307.

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