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Contemplativos en medio del mundo, de Manuel Belda

Manuel Belda

Pontificia Universidad de la Santa Cruz

1. El Beato Josemaría, «contemplativo itinerante»

En el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, se lee: «Ya desde el final de los años veinte, Josemaría Escrivá, auténtico pionero de la sólida unidad de vida cristiana, sintió la necesidad de llevar la plenitud de la contemplación a todos los caminos de la tierra»[1]. Un poco más adelante, continúa el Decreto: «Los rasgos más característicos de su personalidad no hay que buscarlos tanto en sus egregias cualidades para la acción como en su vida de oración, y en la asidua experiencia unitiva que hizo verdaderamente de él un contemplativo itinerante»[2].

En el primer texto que acabamos de citar, se pone de relieve cómo el Beato Josemaría —impulsado por el carisma fundacional que recibió el 2 de octubre de 1928— insistió desde los comienzos del Opus Dei en la unidad de vida cristiana, una de cuyas manifestaciones primordiales, en el espíritu de la Obra, es precisamente la plenitud de la contemplación en medio del mundo[3]. En efecto, el Fundador del Opus Dei repetía incansablemente que el camino de santidad que le hizo ver Dios, era un camino de almas contemplativas, utilizando con gran frecuencia la expresión contemplativos en medio del mundo, que le resultaba especialmente querida: «Nosotros vivimos en la calle, ahí tenemos la celda: somos contemplativos en medio del mundo»[4].

El segundo texto citado del Decreto, al llamar al Fundador del Opus Dei «contemplativo itinerante» nos muestra que el ideal por él predicado no era una utopía, ni el fruto de una reflexión teológica abstracta, sino una realidad que él había encarnado en su propia existencia, por lo que era capaz de mostrar con el testimonio de su vida y obras la posibilidad de alcanzar la contemplación en medio del mundo. A continuación, recogemos algunos episodios biográficos del Beato Josemaría, entre los muchos que se podrían traer a colación, que corroboran esta afirmación.

En sus Apuntes íntimos, dejó constancia de un hecho sucedido el 16 de octubre de 1931: «Día de Santa Eduvigis 1931: Quise hacer oración, después de la Misa, en la quietud de mi iglesia. No lo conseguí. En Atocha, compré un periódico (el A.B.C.) y tomé el tranvía. A estas horas, al escribir esto, no he podido leer más que un párrafo del diario. Sentí afluir la oración de afectos, copiosa y ardiente. Así estuve en el tranvía y hasta mi casa»[5]. Años más tarde, rememorando aquel suceso, escribía: «La oración más subida la tuve (...) yendo en un tranvía y, a continuación vagando por las calles de Madrid, contemplando esa maravillosa realidad: Dios es mi Padre. Sé que, sin poderlo evitar, repetía: Abba, Pater! Supongo que me tomarían por loco»[6]. Y en una meditación del año 1954, comentaba así este acontecimiento: «Es quizá la oración más subida que Dios me ha dado. Aquello fue el origen de la filiación divina que vivimos en el Opus Dei»[7].

Ciertamente —como se dirá después—, la contemplación en medio del mundo no consiste sólo en rezar por la calle o mientras se realizan las actividades ordinarias. Consiste, sobre todo, en contemplar a Dios en esas actividades, a través del trabajo y de las tareas de la vida familiar y social, como enseña muchas veces el Fundador del Opus Dei. Sin embargo, no deja de ser significativo que la oración considerada por el Beato Josemaría como la más elevada en su vida, hubiera tenido lugar precisamente en medio de la calle, como si Dios le hubiera querido confirmar de modo práctico la posibilidad de alcanzar la contemplación en medio del mundo. Así parece interpretarlo él en otro texto relativo a aquel suceso: «Estaba yo en la calle, en un tranvía: la calle no impide nuestro diálogo contemplativo; el bullicio del mundo es, para nosotros, lugar de oración»[8].

En otro momento, el Fundador del Opus Dei relató este sucedido, de finales de febrero de 1932: «El sábado último me fui al Retiro, de doce y media a una y media (...) y traté de leer un periódico. La oración venía con tal ímpetu que, contra mi voluntad, tenía que dejar la lectura: y entonces ¡cuántos actos de Amor y abandono puso Jesús en mi corazón y en mis labios!»[9]. Aquí podemos apreciar de nuevo cómo Dios le daba una elevada oración en una situación ordinaria, en esta ocasión en medio de un parque público. El verse arrebatado en oración cuando intentaba leer el periódico debió de ocurrir más veces, a juzgar por lo que anotó en el párrafo de sus Apuntes íntimos inmediatamente anterior al citado: «Quiero anotar algo, porque es raro, que Jesús suele darme oración cuando leo la prensa»[10]. Por su parte, Mons. Álvaro del Portillo ilustraba este hecho con el siguiente testimonio: «No dudo en afirmar que Dios le dio con creces el don de la contemplación infusa. He recordado cómo, muy frecuentemente, durante el desayuno, mientras ambos hojeábamos los periódicos, apenas nuestro Padre empezaba a leer, se quedaba absorto, inmerso en Dios; apoyaba su frente en la palma de la mano y dejaba de leer el periódico para hacer oración. Grande fue mi emoción cuando, después de su muerte, leí en sus Apuntes íntimos esta anotación de 1934, en que plasma con extrema sencillez su diálogo con el Señor: Oración: aunque yo no te la doy (...), me la haces sentir a deshora y, a veces, leyendo el periódico, he debido decirte: ¡déjame leer! —¡Qué bueno es mi Jesús! Y, en cambio, yo...»[11]. Y, un poco más adelante, añadía: «El 17 de mayo de 1970 decía: Vamos a ser piadosos, a enseñar a los demás con nuestra vida a rezar, a convencer a la gente que hay que rezar. Nosotros debemos llevar todas las cosas a Dios en una continua oración. Ésta fue, en síntesis su vida: rezar constantemente, reconducir todo al Señor, logrando la plenitud de la contemplación en medio del mundo. Rezó hasta el último momento, hasta que el Señor le llamó a su lado»[12].

Finalizaremos este apartado citando simplemente un punto de Forja, de indudable sabor autobiográfico, donde se refleja de modo admirable la experiencia contemplativa en medio del mundo alcanzada por el Beato Josemaría: «Jesús, que mis distracciones sean distracciones al revés: en lugar de acordarme del mundo, cuando trate Contigo, que me acuerde de Ti, al tratar las cosas del mundo»[13].

2. La oración contemplativa

Antes de adentrarnos propiamente en el estudio de las enseñanzas del Beato Josemaría sobre la contemplación en medio del mundo, es necesario referirnos brevemente a la noción de oración contemplativa.

El tema de la contemplación es uno de los grandes capítulos de la Teología espiritual[14]. Aunque a lo largo de la historia de la espiritualidad se han ofrecido numerosas y variadas explicaciones de este fenómeno de la vida sobrenatural, se puede afirmar que la tradición teológica ha señalado algunas características fundamentales de toda verdadera contemplación cristiana.

El primero de estos rasgos esenciales consiste en considerar la contemplación como la cúspide de la vida de oración. A modo de ejemplo señalaremos que, hacia el año 1145, un autor medieval resumía de esta manera la tradición patrística sobre el desarrollo de la vida de oración: «Un día, durante el trabajo manual, mientras yo pensaba en los ejercicios del hombre espiritual, he aquí que percibí repentinamente cuatro grados: la lectura, la meditación, la plegaria y la contemplación (...). La lectura es la aplicación del espíritu a las Sagradas Escrituras. La meditación es la investigación cuidadosa de una verdad escondida, con la ayuda de la razón. La plegaria es la devota aplicación del corazón hacia Dios para ahuyentar el mal y obtener el bien. La contemplación es la elevación a Dios del alma que es arrebatada al paladear los goces eternos. La inefable dulzura de la vida bienaventurada, la lectura la busca, la meditación la encuentra, la plegaria la pide, la contemplación la saborea. Es la palabra misma del Señor: “Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7, 7). Buscad leyendo y encontraréis meditando; llamad rogando y entraréis contemplando. La lectura lleva el alimento a la boca, la meditación lo mastica y lo tritura, la plegaria capta el sabor y la contemplación es ese sabor mismo, que da gozo y restablece»[15].

En una clásica definición de contemplación, encontramos otra de esas características fundamentales: «La contemplación es ciencia de amor, la cual (...) es noticia infusa de Dios amorosa, que juntamente va ilustrando y enamorando el alma, hasta subirla de grado en grado hasta Dios, su Criador, porque sólo el amor es el que une y junta el alma con Dios»[16]. Enseña aquí el Doctor Místico que la contemplación es al mismo tiempo conocimiento y amor de Dios, fruto de la acción conjunta de la fe y de la caridad, y también que es un don infuso por Dios en el alma[17].

Por su parte, San Francisco de Sales nos ofrece la siguiente definición: «Contemplación (...) es una amorosa, simple y permanente atención del espíritu a las cosas divinas»[18]. Aquí, además del papel de la caridad, se pone de relieve que la contemplación consiste esencialmente en una atención o mirada del espíritu, que reviste las características de simplicidad y persistencia.

Recientemente, el Catecismo de la Iglesia Católica, basándose en la tradición espiritual cristiana, enseña que la contemplación —junto a la oración vocal y a la meditación— es una de las tres expresiones principales de la vida de oración[19], y la más sencilla de las tres[20]. También señala el Catecismo que la contemplación es una mirada de fe persistente[21], así como su carácter infuso[22] y su relación con la caridad[23].

En las enseñanzas del Beato Josemaría sobre la oración contemplativa, se encuentran todas las características fundamentales que acabamos de señalar. En su homilía Hacia la santidad, donde traza el itinerario de la vida de oración, indica con claridad que éste desemboca necesariamente en la oración contemplativa. En efecto, después de explicar que las oraciones vocales, el trato con la Humanidad Santísima de Jesús y la purificación pasiva del alma son indispensables para el progreso en la vida de oración, anuncia la llegada de un momento en que «el corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales!»[24]. Este «entretenerse amorosamente» con cada una de las Personas de la Santísima Trinidad es ya la oración contemplativa, una situación donde «sobran las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se mira!»[25]. Para el Fundador del Opus Dei, la oración contemplativa es esencialmente «un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio»[26], donde el alma «se siente y se sabe también mirada amorosamente por Dios, a todas horas»[27].

En este contexto, el Beato Josemaría subraya con fuerza que la oración contemplativa no constituye un fenómeno extraordinario de la vida espiritual: «No me refiero a situaciones extraordinarias. Son, pueden muy bien ser, fenómenos ordinarios de nuestra alma: una locura de amor que, sin espectáculo, sin extravagancias, nos enseña a sufrir y a vivir, porque Dios nos concede la Sabiduría»[28]. Para él, la contemplación es un don que Dios no niega a quien se empeña seriamente en la oración: «¿Ascética? ¿Mística? No me preocupa. Sea lo que fuere, ascética o mística, ¿qué importa?: es merced de Dios. Si tú procuras meditar, el Señor no te negará su asistencia»[29]. Y precisamente porque la contemplación no es un fenómeno extraordinario, no está reservada a unos pocos privilegiados: «Fe y hechos de fe (...) Eso es ya contemplación y es unión; ésta ha de ser la vida de muchos cristianos, cada uno yendo adelante por su propia vía espiritual —son infinitas—, en medio de los afanes del mundo, aunque ni siquiera hayan caído en la cuenta»[30].

3. La contemplación en medio del mundo

A lo largo de la historia de la espiritualidad, se ha considerado durante muchos siglos que la contemplación era un fenómeno reservado exclusivamente al estado de vida religioso, hasta el punto de que la locución «vida contemplativa» se utilizaba como equivalente a «vida religiosa». Esto era debido a que se daba por supuesta la incompatibilidad entre la acción o vida activa, y la contemplación o vida contemplativa. En consecuencia, una vida en medio del mundo era considerada como un obstáculo insuperable para el cristiano que quisiera llegar a ser contemplativo: para ello, éste tenía que abandonar necesariamente las actividades seculares[31].

Uno de los rasgos esenciales del mensaje espiritual que Dios confió al Beato Josemaría es precisamente la plena y abierta proclamación de la contemplación en medio del mundo: «La contemplación no es cosa de privilegiados. Algunas personas con conocimientos elementales de religión piensan que los contemplativos están todo el día como en éxtasis. Y es una ingenuidad muy grande. Los monjes, en sus conventos, están todo el día con mil trabajos: limpian la casa y se dedican a tareas, con las que se ganan la vida. Frecuentemente me escriben religiosos y religiosas de vida contemplativa, con ilusión y cariño a la Obra, diciendo que rezan mucho por nosotros. Comprenden lo que no comprende mucha gente: nuestra vida secular de contemplativos en medio del mundo, en medio de las actividades temporales»[32].

Desde los comienzos del Opus Dei, el Beato Josemaría enseñaba que los fieles laicos debían aspirar a conducir una existencia contemplativa en y a través de su vida ordinaria, lo cual representaba una indiscutible novedad en el ambiente teológico-espiritual de la primera mitad del siglo XX. Pocas semanas antes de ser elegido como sucesor de San Pedro, el Cardenal Albino Luciani ponía de relieve dicha realidad: «En 1941, al español Víctor García Hoz le dijo el sacerdote después de confesarse: “Dios le llama por los caminos de la contemplación”. Se quedó desconcertado. Siempre había oído que la “contemplación” era asunto de los santos destinados a la vida mística, y que solamente la lograban unos pocos elegidos, gente que, por lo demás, se apartaba del mundo. “En cambio yo —escribe García Hoz—, en aquellos años ya estaba casado, tenía dos o tres hijos y la esperanza —confirmada después— de tener más, y trabajaba para sacar adelante a mi familia” ¿Quién era aquel confesor revolucionario que se saltaba a cuerpo limpio las barreras tradicionales, proponiendo metas místicas incluso a los casados? Era Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote español, fallecido en Roma en 1975, a los setenta y tres años»[33].

Vamos a tratar de delinear ahora los rasgos característicos de la contemplación en medio del mundo según las enseñanzas del Beato Josemaría. En primer lugar señalaremos cómo en éstas aparece claramente indicado que la oración contemplativa no se ha de limitar a unos momentos concretos durante el día: ratos dedicados expresamente a la oración personal y litúrgica, participación en la Santa Misa, etc., sino que ha de abarcar toda la jornada, hasta llegar a ser una oración continua. Ya en 1930 escribía: «Estamos obligados a hacer de nuestra vida ordinaria una continuada oración, porque somos almas contemplativas en medio de todos los caminos del mundo»[34]. Y en 1940 afirmaba lo siguiente: «Donde quiera que estemos, en medio del rumor de la calle y de los afanes humanos —en la fábrica, en la universidad, en el campo, en la oficina o en el hogar—, nos encontramos en sencilla contemplación filial, en un constante diálogo con Dios. Porque todo —personas, cosas, tareas— nos ofrece la ocasión y el tema para una continua conversación con el Señor»[35].

En las enseñanzas del Beato Josemaría la posibilidad de alcanzar esta oración continua depende estrechamente de una realidad, que constituye el eje de la vida espiritual de los fieles del Opus Dei: la santificación en medio del mundo a través del trabajo profesional. En efecto, cuando describía el espíritu que Dios le había confiado, señalaba que éste «se apoya como en su quicio, en el trabajo profesional ejercido en medio del mundo. La vocación divina nos da una misión, nos invita a participar en la tarea única de la Iglesia, para ser así testimonio de Cristo ante nuestros iguales los hombres y llevar todas las cosas hacia Dios»[36].

El Fundador del Opus Dei solía sintetizar sus enseñanzas sobre la santificación del trabajo con una fórmula ternaria, muy frecuente en sus escritos: santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo[37], o bien, con la frase equivalente: santificar la profesión, santificarse en la profesión y santificar a los demás con la profesión[38]. Al formular esta trilogía, seguía habitualmente el orden citado, lo cual expresa su profunda convicción de que la santidad personal (santificarse en el trabajo) y el apostolado (santificar con el trabajo) no son realidades que se alcanzan sólo con ocasión del trabajo, como si éste fuera algo marginal a la santidad, sino precisamente a través del trabajo, que ha de ser santificado en sí mismo (santificar el trabajo). Con la frase central del tríptico: santificarse en el trabajo, quería dejar claro que el cristiano corriente, que por voluntad divina se halla plenamente inmerso en las realidades temporales, debe santificarse no sólo mientras trabaja, sino también precisamente por medio de su trabajo, que de este modo se convierte en medio de santificación. Así lo afirmaba explícitamente en un texto de junio de 1930, donde describe a los fieles del Opus Dei como «simples cristianos. Masa en fermento. Lo nuestro es lo ordinario, con naturalidad. Medio: el trabajo profesional. ¡Todos santos!»[39]. Y, pocos meses antes, había escrito: «Hemos venido a decir, con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa —homo peccator sum (Luc. V, 8), decimos con Pedro—, pero con la fe de quien se deja guiar por la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio, porque esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad: no es necesario abandonar el propio estado en el mundo, para buscar a Dios, si el Señor no da a un alma la vocación religiosa, ya que todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo»[40]. En sus Apuntes íntimos encontramos un texto paralelo al anterior: «(...) estando nosotros siempre en el mundo, en el trabajo ordinario, en los propios deberes de estado, y allí, a través de todo, ¡santos!»[41].

Como se puede observar, el Fundador del Opus Dei enseña con nitidez que el cristiano corriente ha de santificarse en todos los momentos de su vida ordinaria y no sólo cuando trabaja, ya que el trabajo por él presentado como medio de santificación no es el trabajo en un sentido genérico e impreciso, sino en el sentido concreto y específico de trabajo profesional[42], es decir, aquél que «connota la vida ordinaria en su totalidad, vista a partir de uno de los factores o elementos que más honda y radicalmente contribuyen a estructurarla y dotarla de osamenta. Más aún, de un factor o elemento que, incidiendo fuertemente en la persona —el hombre crece y madura en el trabajo—, redunda a la vez en el configurarse y crecer de las sociedades. Santificar la vida ordinaria y santificar el trabajo —el trabajo profesional— son realidades solidarias entre sí, de manera que se reclaman la una a la otra. No cabe hablar de santificación del trabajo, sino en el interior de un proyecto de orientación de toda la vida vivida cara a Dios. Y no cabe pensar en una santificación de la vida ordinaria sin una real y efectiva santificación del trabajo profesional»[43].

Cuando el Beato Josemaría propone el trabajo profesional como medio de santificación para el cristiano corriente no está enseñando que el trabajo, considerado como mera actividad humana, santifique por sí mismo, por decirlo de algún modo, ex opere operato, como santifican los sacramentos, porque en sus enseñanzas, la expresión santificarse en el trabajo es inseparable de santificar el trabajo, es decir, el trabajo «que santifica» es al mismo tiempo un trabajo «santificado», o sea, el que reúne las siguientes características: estar bien hecho humanamente, elevado al plano de la gracia —y por tanto realizado en estado de gracia—, llevado a cabo con rectitud de intención —para dar gloria a Dios—, por amor a Dios y con amor a Dios[44]. En definitiva, el trabajo que constituye un medio de santificación es el que, con la gracia divina, se realiza de tal manera que ha llegado a convertirse en oración. Así lo afirma explícitamente el Beato Josemaría en el texto siguiente: «No entenderían nuestra vocación los que (...) pensaran que nuestra vida sobrenatural se edifica de espaldas al trabajo: porque el trabajo es para nosotros, medio específico de santidad. Lo que quiero deciros es que hemos de convertir el trabajo en oración y tener alma contemplativa»[45]. Y, repitiendo con otras palabras esta misma enseñanza, insistía: «No olvidéis una cosa todos, que el arma del Opus Dei no es el trabajo: es la oración. Por eso convertimos el trabajo en oración y tenemos alma contemplativa»[46]. En definitiva, para el Fundador del Opus Dei el trabajo santificado y santificante no es otro medio de santificación, yuxtapuesto a la oración y distinto de ella, sino el trabajo que ha llegado a identificarse con la oración. En estas palabras suyas vemos plenamente realizada dicha identificación: «Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración»[47].

Ya hemos señalado anteriormente que, en las enseñanzas del Beato Josemaría, el trabajo es la actividad emblemática o representativa de toda la vida ordinaria de un cristiano inmerso en las realidades seculares. Por eso no nos extraña encontrar textos suyos donde afirma que es precisamente esa vida la que ha de llegar a ser oración: «Lo extraordinario nuestro es lo ordinario: lo ordinario hecho con perfección. Sonreír siempre, pasando por alto —también con elegancia humana— las cosas que molestan, que fastidian: ser generosos sin tasa. En una palabra, hacer de nuestra vida corriente una continua oración»[48].

Algún autor ha negado la posibilidad de transformar el trabajo, y con él, la entera vida ordinaria en oración, al considerar que ésta consiste en un «pensar en Dios», y reducirla de este modo a los actos del entendimiento, en aras de una concepción puramente intelectualista de la oración[49]. Por el contrario, Mons. Álvaro del Portillo, reflexionando sobre las enseñanzas del Fundador del Opus Dei, sostiene dicha posibilidad y explica el fundamento teológico de la misma: «Pero, ¿es verdaderamente posible transformar la entera existencia, con sus conflictos y turbulencias, en una auténtica oración? Debemos responder decididamente que sí. De lo contrario, sería como admitir de hecho que la solemne proclamación de la llamada universal a la santidad realizada por el Concilio Vaticano II, no es más que una declaración de principios, un ideal teórico, una aspiración incapaz de traducirse en realidad vivida para la inmensa mayoría de los cristianos (...) El fundamento teológico de la posibilidad de transformar en oración cualquier actividad humana y, por tanto, también el trabajo, es ilustrado por el Santo Padre Juan Pablo II en la Encíclica Laborem exercens (n. 24), donde, al describir algunos elementos para una espiritualidad del trabajo, afirma: “Puesto que el trabajo en su dimensión subjetiva es siempre una acción personal, actus personae, se sigue que en él participa el hombre entero, el cuerpo y el espíritu (...) Al hombre entero ha sido dirigida la Palabra del Dios vivo, el mensaje evangélico de la Salvación”. Y el hombre debe responder a Dios que lo interpela con todo su ser, con su cuerpo y con su espíritu, con su actividad. Esta respuesta es precisamente la oración. Puede parecer difícil poner en práctica un programa tan elevado. Sin la ayuda divina es ciertamente imposible. Pero la gracia nos eleva muy por encima de nuestras limitaciones. El Apóstol dicta una condición precisa: hacer todo para la gloria a Dios, con absoluta pureza de intención, con el anhelo de agradar a Dios en todo (cfr. 1 Cor 10, 13)»[50]. Como se puede observar en este texto, Mons. Álvaro del Portillo, tomando pie de la antropología teológica de Juan Pablo II en su aplicación concreta a la realidad del trabajo, sostiene una concepción de la oración globalizante, podríamos decir «personalista», donde el sujeto de la misma es la persona entera, con su cuerpo y con su alma. Por ello, cuando un cristiano realiza su trabajo profesional con perfección humana, con rectitud de intención, con y por amor de Dios, está ya haciendo oración: todo su actuar —no sólo su pensar, sino también su obrar corporal— expresa externamente la comunión de amor con Dios que existe en su corazón, y esto constituye una verdadera oración, que se podría llamar «oración de las obras», ya que en ella se ora con y a través de las obras[51]. En último término, es la virtud de la caridad la que dignifica el trabajo, que sin dejar de ser trabajo en un plano humano, resulta elevado por el amor de Dios a una dimensión teologal, donde es al mismo tiempo verdadera oración. Así lo afirmaba explícitamente el Beato Josemaría: «El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas. Es justo que se nos diga: ora comáis, ora bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios (1 Cor X, 31)»[52].

Volviendo a la trilogía antes mencionada, entendemos mejor ahora que lo contenido en la expresión santificarse en el trabajo no es una mera compaginación, más o menos conseguida, entre ocupaciones temporales y vida teologal, entre el trabajo y la oración. A decir verdad, lo que allí se propone no es una yuxtaposición entre las dos realidades, sino más bien la plena unión de ambas, de tal forma que los dos conceptos llegan a identificarse. Así lo enseñaba el Beato Josemaría: «Nuestra vida es trabajar y rezar, y al revés, rezar y trabajar. Porque llega un momento en que no se saben distinguir estos dos conceptos, esas dos palabras, contemplación y acción, que terminan por significar lo mismo en la mente y en la conciencia»[53].

En el texto recién citado, se apunta una nueva idea del Fundador del Opus Dei, que constituye un paso adelante decisivo para su proclamación de la contemplación en medio del mundo. Esta idea consiste en la afirmación de que el trabajo santificado y santificante no sólo es oración, sino también esverdadera oración contemplativa Citaremos a continuación dos textos, en los que esta afirmación se encuentra más desarrollada. Por ejemplo, en 1945 escribía: «Cuando respondemos generosamente a este espíritu, adquirimos una segunda naturaleza: sin darnos cuenta, estamos todo el día pendientes del Señor y nos sentimos impulsados a meter a Dios en todas las cosas, que, sin Él, nos resultan insípidas. Llega un momento, en el que nos es imposible distinguir dónde acaba la oración y dónde comienza el trabajo, porque nuestro trabajo es también oración, contemplación, vida mística verdadera de unión con Dios —sin rarezas—: endiosamiento»[54]. Y en otra ocasión afirmaba: «Nosotros miramos al Cielo, aunque la tierra, salida de las manos de Dios, es bonita y la amamos. No somos mundanos pero hemos de amar el mundo, queremos estar en él. Ni separamos tampoco la contemplación de la acción: contemplo porque trabajo; y trabajo porque contemplo. Nuestra vida interior infunde así en nuestra tarea fuerzas nuevas: la hace más perfecta, más noble, más digna, más amable. No nos aleja de nuestras ocupaciones temporales, sino que nos lleva a vivirlas mejor»[55].

De este modo, las actividades humanas nobles no constituyen para el Beato Josemaría un obstáculo de cara a la contemplación, por lo que no es necesario alejarse del mundo para alcanzarla. Es más, ya que el trabajo proporciona la materia para la misma, cuando más inmerso está un cristiano corriente en las realidades temporales, más espíritu contemplativo puede y debe poseer. En 1935 escribía que la vocación al Opus Dei «nos ha de llevar a tener una vida contemplativa en medio de todas las actividades humanas (...), haciendo realidad este gran deseo: cuanto más dentro del mundo estemos, tanto más hemos de ser de Dios»[56].

No se trata, pues, de una contemplación rebajada o de segunda categoría, sino de unaverdadera oración contemplativa Si tenemos en cuenta lo que veíamos más arriba, esto es, que él considera —con la tradición espiritual cristiana— que la oración contemplativa es esencialmente un mirar a Dios[57], no nos sorprenderá ahora encontrar textos donde afirma que este mirar es posible a través del trabajo y de las demás realidades de la vida del cristiano corriente. En este sentido, escribe en Forja: «Nunca compartiré la opinión —aunque la respeto— de los que separan la oración de la vida activa, como si fueran incompatibles. Los hijos de Dios hemos de ser contemplativos: personas que, en medio del fragor de la muchedumbre, sabemos encontrar el silencio del alma en coloquio permanente con el Señor: y mirarle como se mira a un Padre, como se mira a un Amigo, al que se quiere con locura»[58]. Y este mirar a Dios se realiza precisamente a través de los acontecimientos y circunstancias que entretejen la vida ordinaria, como escribe en el mismo libro: «Contempla al Señor detrás de cada acontecimiento, de cada circunstancia, y así sabrás sacar de todos los sucesos más amor de Dios, y más deseos de correspondencia, porque Él nos espera siempre, y nos ofrece la posibilidad de cumplir continuamente ese propósito que hemos hecho: “serviam!”, te serviré»[59].

En una homilía pronunciada en el campus de la Universidad de Navarra, el Fundador del Opus Dei señalaba que es posible mirar a Dios a través de las realidades seculares: «Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir (...). Realizad las cosas con perfección, os he recordado, poned amor en las pequeñas actividades de la jornada, descubrid —insisto— ese algo divino que en los detalles se encierra»[60]. En este mismo lugar, el Beato Josemaría hace hincapié en que, para un cristiano corriente, la vida ordinaria es el lugar donde ha de encontrar a Dios: «Hijos míos, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres»[61]. En un estudio teológico sobre esta homilía, P. Rodríguez propone como una de las enseñanzas centrales de la misma, la tesis siguiente: «Las situaciones que parecen más vulgares, arrancando desde la materia misma, son metafísica y teológicamente valiosas: son el medio y la ocasión de nuestro encuentro continuo con el Señor», y después de realizar un análisis teológico de la expresión «materialismo cristiano» empleada por el Beato Josemaría, escribe: «La unidad entre la vida de relación con Dios y la vida cotidiana —trabajo, profesión, familia— no viene desde fuera sino que se da en el seno mismo de esta última, porque aquí, en la vida común, se da una inefable “epifanía” de Dios, particular y personal para cada cristiano: ese algo santo, que cada uno debe descubrir»[62].

4. Conclusión

«“Contemplativos en medio del mundo”, unidos a Dios y reconociendo su realidad en y a través de las variadas ocupaciones y situaciones del mundo, éste es, en suma, el ideal que Mons. Escrivá propone como meta de la vida de oración»[63]. Desarrollando esta idea, podemos afirmar que la contemplación en medio del mundo es una modalización existencial de la oración contemplativa, modalización peculiar que surge del carisma fundacional que el Beato Josemaría recibió en 1928. En efecto, por medio de este carisma, el Espíritu Santo le impulsó a abrir un camino de santidad en medio del mundo, cuyo quicio o núcleo más profundo es la santificación del trabajo y de toda la existencia secular ordinaria. Las hijas e hijos espirituales del Beato Josemaría, al participar en dicho carisma mediante la vocación específica al Opus Dei, perfilan su vida espiritual con una fisonomía característica que, como común denominador, incluye necesariamente este rasgo esencial del espíritu de la Obra, es decir, la plenitud de la contemplación en medio del mundo[64], contemplación que se realiza en y por medio de las actividades de la vida ordinaria, y que constituye un modo específicamente secular de vivir la oración contemplativa. Al mismo tiempo, y debido al estrecho nexo existente entre la vocación y la misión, la contemplación de los fieles del Opus Dei está también modalizada por la manera concreta en que participan en la misión de la Iglesia, esto es, la santificación de todas las personas y la animación cristiana del mundo, por medio de la santificación del trabajo profesional y de toda su existencia secular cristiana, de tal modo que alcanzar la contemplación en medio del mundo constituye para ellos una condicio sine qua non en orden a la realización de esta misión específica. Así lo afirmaba el Beato Josemaría, dirigiéndose a sus hijas e hijos en el Opus Dei: «La luz será tinieblas, si tú no eres contemplativo, alma de oración continua; y la sal perderá su sabor, sólo servirá para ser pisada por la gente, si tú no estás metido en Dios»[65].

Quizás este ideal pudiera parecer a alguien difícilmente alcanzable, pero el Fundador del Opus Dei no dudaba mínimamente de su factibilidad. En efecto, al elegirlo como instrumento para fundar el Opus Dei, Dios mismo depositó en su alma la profunda convicción teologal de que dicho ideal era realizable. Él lo explicaba diciendo que Dios, al conceder a una persona la gracia de la vocación al Opus Dei, se compromete también a otorgarle todas las gracias necesarias para que pueda llevar a cabo todo lo que comporta dicha vocación, en este caso concreto, la contemplación en medio del mundo: «La realidad maravillosa de nuestra vocación, que nos lleva a buscar al Señor a través de la perfecta realización del trabajo ordinario, hace que recibamos las gracias necesarias para convertir nuestra vida entera en una continua oración: el espíritu de la Obra nos quiere contemplativos en el trabajo y en el descanso, en la calle y en la vida de familia»[66].

La contemplación en medio del mundo no es una quimera, sino una realidad vivida por millares de personas. En efecto, en el Congreso General Especial del Opus Dei que tuvo lugar en Roma durante los años 1969-70, se aprobó una moción donde se afirmaba que «se llega de hecho a una contemplación efectiva y continua en medio de cualquier actividad realizada en el mundo —por absorbente que ésta sea—, como lo ha demostrado la experiencia universal de la diversidad de socios de la Obra en todo tiempo y lugar (...). Nos referimos a la contemplación, no como a una meta utópica o poco asequible; expresamos con ese término una realidad, vivida en medio del mundo —“en la calle”, como suele decirnos nuestro Padre— y a través de cualquier actividad profesional ya que “la unidad de vida de cada socio del Opus Dei le lleva a buscar a Dios en todo tiempo y en todas las cosas”»[67].

[1] Decreto pontificio sobre el ejercicio heroico de las virtudes del Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer, en «Romana» 6 (1990/1) 23: «Iam ergo ab exeunte tertia huius seculi decade, Iosephmaria Escrivá, tamquam verus praecursor arctissimae unitatis vitae christianae, plenitudinem contemplationis ‘in medias quoque mundi vias’ adducendam esse sensit».

[2] Ibid., 24: «Praecipua vero eius lineamenta non in egregiis tantum animi dotibus, quibus ad agendum praeditus erat, sed in ipsius vita orationis, necnon in assidua illa experientia unitiva qua vere effectus est peragrans contemplativus, reponenda esse videntur».

[3] No pudiendo analizar aquí en toda su amplitud la noción de «unidad de vida», intrínsecamente ligada en las enseñanzas del Beato Josemaría al concepto de contemplación en medio del mundo, remitimos a la siguiente bibliografía, en orden alfabético: A. ARANDA, Perfiles teológicos de la espiritualidad del Opus Dei, en «Scripta theologica» 22 (1990/1) 89-111; M. BELDA, El concepto de «unidad de vida» y su importancia en la espiritualidad laical, en Idem, Espiritualidad laical y oración, cap. 3, Santafé de Bogotá 1994, pp. 49-74; I. DE CELAYA, Unidad de vida y plenitud cristiana, en AUTORES VARIOS, Mons. Josemaría Escrivá y el Opus Dei, 2ª ed., Pamplona 1985, pp. 321-340; Idem, Vocación cristiana y unidad de vida, en AUTORES VARIOS, La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, Pamplona 1987, pp. 951-965; MONS. J. HERRANZ, Los laicos, testigos de Dios en el mundo, en AUTORES VARIOS, Secularidad, laicado y teología de la Cruz, Madrid 1987, pp. 23-55; J.L. ILLANES, Mundo y santidad, Madrid 1984, pp. 80-90, 222-225; Idem, La Iglesia en el mundo: la secularidad de los miembros del Opus Dei, en P. RODRÍGUEZ-F. OCÁRIZ-J.L. ILLANES, El Opus Dei en la Iglesia, cap. 3, Madrid 1993, pp. 230-236; A. QUIRÓS, Vida laical y contemplación, en AUTORES VARIOS, La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, cit., pp. 975-989; P. RODRÍGUEZ, Vocación. Trabajo. Contemplación, Pamplona 1986, pp. 118-122 y 212-218; Idem, Vivir santamente la vida ordinaria. Consideraciones sobre la homilía pronunciada por el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer en el campus de la Universidad de Navarra (8-X-1967), en «Scripta theologica» 24 (1992/2) 397-418; G.B. TORELLÓ, La santità dei laici, en AUTORI VARI, Chi sono i laici. Una teologia della secolarità, Milano 1987, pp. 81-109.

[4] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Carta 31-V-1954, n. 7 §2. Son numerosas las afirmaciones del Fundador del Opus Dei en este mismo sentido y con términos muy similares. Como recogeremos algunas de ellas a lo largo de nuestro estudio, nos limitamos a ofrecer aquí sólo una cita más: «El espíritu de la Obra nos quiere contemplativos en el trabajo y en el descanso, en la calle y en la vida de familia» (Carta 29-VII-1965, n. 1 §2). En adelante, todas las citas en que no se mencione al autor son del Beato Josemaría Escrivá.

[5] Apuntes íntimos, n. 334, 17-X-1931.

[6] Instrucción, V-1935/14-IX-1950, n. 22, nota 28.

[7] Meditación, 15-IV-1954.

[8] Carta 9-I-1959, n. 60 §2.

[9] Apuntes íntimos, n. 619, 29-II-1932.

[10] Ibid., n. 618, 26-II-1932.

[11] A. DEL PORTILLO, Entrevista sobre el Opus Dei (realizada por Cesare Cavalleri), 3ª ed., Madrid 1993, p. 134s.

[12] Ibid., p. 135.

[13] Forja, 9ª ed., Rialp, Madrid 1996, n. 1014. Además de los ya citados anteriormente, ofrecemos otro ejemplo concreto de esas «distracciones al revés» del Beato Josemaría, contenido en el siguiente episodio: «En octubre de 1945, dijo Misa en el oratorio de la nueva residencia de estudiantes Abando (Bilbao) —era la primera vez que allí se celebraba el Santo Sacrificio—, mientras los obreros aún trabajaban intensamente en otras zonas del edificio para acabarlo. Según cuenta el director de aquella residencia, Federico Suárez, catedrático de Universidad, antes de darles la Comunión, el Siervo de Dios se volvió y les dijo unas palabras: que estaba celebrando la Santa Misa con gran devoción y alegría, ofreciendo al Señor el trabajo de aquellos obreros, y que el ruido no le causaba la más mínima distracción pues esa situación era la adecuada para los socios del Opus Dei: ser contemplativos en medio del bullicio multiforme del mundo» (Romana Postulación de la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer. Artículos del Postulador, Roma 1979, n. 272, p. 95).

[14] Cfr. la voz Contemplation, en el Dictionnaire de Spiritualité, col. 1643-2193.

[15] GUIGO II EL CARTUJO, Scala claustralium, 1, 3 (PL 184, 475).

[16] SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, II, 18, 5, en Obras completas, 4ª ed., Editorial de Espiritualidad, Madrid 1992, p. 527.

[17] En otro lugar, San Juan de la Cruz ofrece la siguiente explicación del acto contemplativo: «En la contemplación de que vamos hablando, por la cual Dios, como habemos dicho, infunde de sí en el alma, no es menester que haya noticia distinta ni que el alma haga actos de inteligencia, porque en un acto la está Dios comunicando luz y amor juntamente, que es noticia sobrenatural amorosa, que podemos decir que es como luz caliente, que calienta, porque aquella luz juntamente enamora» (Llama de amor viva B, Canción 3, 49, en Obras completas, cit., p. 831s.).

[18] SAN FRANCISCO DE SALES, Tratado del amor de Dios, VI, 3, Editorial Católica, «B.A.C. Minor, 82», Madrid 1995, p. 345.

[19] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2699.

[20] Cfr. Ibid., n. 2713.

[21] Ibid., n. 2715: «La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. “Yo le miro y él me mira”, decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario (...)». Cfr. n. 2716.

[22] Ibid.: «Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la obediencia (...)».

[23] Ibid., n. 2719: «La contemplación es una comunión de amor portadora de vida para la multitud (...)». Cfr. n. 2709.

[24] Homilía Hacia la santidad, 26-XI-1967, en “Amigos de Dios”, 23ª ed., Rialp, Madrid 1997, n. 306.

[25] Ibid., n. 307.

[26] Ibid., n. 296.

[27] Ibid., n. 307.

[28] Ibid. Un poco después, añade: «Me interesa confirmar de nuevo que no me refiero a un modo extraordinario de vivir cristianamente» (Ibid., n. 312).

[29] Ibid., n. 308. Es probable que en estas palabras se contenga una velada alusión a la controversia teológica que tuvo lugar en las primeras décadas del siglo XX, sobre la naturaleza de la mística y la contemplación cristianas, y que indudablemente no resultaba desconocida al Fundador del Opus Dei. Para un estudio detallado del tema, véase: M. BELDA y J. SESÉ, La «Cuestión Mística». Estudio histórico-teológico de una controversia, Pamplona 1998.

[30] Ibid. En otra homilía, el Beato Josemaría señalaba la unión de la fe y la caridad en la oración contemplativa: «La liturgia de la santa Iglesia (...) ha sabido ofrecer el alimento de la verdadera piedad, recogiendo como lectura para la Misa un texto de san Pablo, en el que se nos propone todo un programa de vida contemplativa —conocimiento y amor, oración y vida—, que empieza con esta devoción al Corazón de Jesús. Dios mismo, por boca del Apóstol, nos invita a andar por ese camino: que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; y que arraigados y cimentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos, cuál sea la anchura y la grandeza, la altura y la profundidad del misterio; y conocer también aquel amor de Cristo, que sobrepuja todo conocimiento, para que os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3, 17-19)» (Homilía El Corazón de Cristo, paz de los cristianos, 17-VI-1966, en “Es Cristo que pasa”, 34ª ed., Rialp, Madrid 1997, n. 163).

[31] Veánse algunos ejemplos históricos concretos que ilustran este hecho en: J.L. ILLANES, Mundo y santidad, cit. en nota 3, pp. 44-53 y G.B. TORELLÓ, La spiritualità dei laici, en «Studi Cattolici» 45 (1964) 21s.

[32] Palabras en una reunión familiar, 30-X-1964 (Archivo General de la Prelatura, AGP, p. 01 VII/67, p. 7).

[33] Card. A. LUCIANI, Cercare Dio nel lavoro quotidiano, en «Il Gazettino» de Venecia, 25-VII-1978. Traducción española: Buscando a Dios en el trabajo cotidiano, en «La Actualidad Española», n. 1368, 10-IX-1978.

[34] Carta 24-III-1930, n. 17 §2.

[35] Carta 11-III-1940, n. 15 §2. En una homilía pronunciada en 1955, insistía en la misma idea: «Quisiera que hoy, en nuestra meditación, nos persuadiésemos definitivamente de la necesidad de disponernos a ser almas contemplativas, en medio de la calle, del trabajo, con una conversación continua con nuestro Dios, que no debe decaer a lo largo del día. Si pretendemos seguir lealmente los pasos del Maestro, ése es el único camino» (Homilía Vida de oración, 4-IV-1955, en “Es Cristo que pasa”, n. 238).

[36] Homilía En el taller de José, 19-III-1963, en “Es Cristo que pasa”, n. 45. En 1960 había escrito: «Vamos a pedir luz a Jesucristo Señor Nuestro, y rogarle que nos ayude a descubrir, en cada instante, ese sentido divino que transforma nuestra vocación profesional en el quicio sobre el que se fundamenta y gira nuestra llamada a la santidad» (Homilía Trabajo de Dios, 6-II-1960, en “Amigos de Dios”, n. 62).

[37] Cfr. por ejemplo, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 18ª ed., Rialp, Madrid 1996, n. 55; Es Cristo que pasa, n. 46.

[38] Cfr. por ejemplo, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 70; Es Cristo que pasa, n. 122.

[39] Apuntes íntimos, n. 35. En otro lugar, escribe: «Al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como una realidad redimida y redentora: no sólo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora» (Es Cristo que pasa, n. 47). Cfr. Conversaciones con Mons. Escrivá, nn. 10 y 24. Juan Pablo II se refirió así a esta enseñanza del Fundador del Opus Dei: «Con sobrenatural intuición, el Beato Josemaría predicó incansablemente la llamada universal a la santidad y al apostolado. Cristo convoca a todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana; por ello, el trabajo es también medio de santificación personal y de apostolado cuando se vive en unión con Jesucristo, pues el Hijo de Dios, al encarnarse, se ha unido en cierto modo a toda la realidad del hombre y a toda la creación» (Homilía durante la Santa Misa para la Beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer, 17-V-1992, en “L’Osservatore Romano”, 18 y 19-V-1992, p. 4s).

[40] Carta 24-III-1930, n. 2.

[41] Apuntes íntimos, n. 154, 2-II-1931.

[42] Recogemos otro texto del Beato Josemaría, donde llama al trabajo profesional «materia» de la santidad: «Nuestro trabajo profesional es la materia que hemos de santificar, la que nos santifica y la que hemos de emplear para santificar a los demás» (Instrucción, 8-XII-1941, n. 128).

[43] J.L. ILLANES, Trabajo, caridad y justicia, en Santidad y mundo. Estudios en torno a las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, M. BELDA, J. ESCUDERO, J.L. ILLANES, P. O’CALLAGHAN (ed.), Pamplona 1996, p. 219.

[44] Se pueden encontrar abundantes textos del Fundador del Opus Dei sobre esta enseñanza suya y valiosas reflexiones teológicas sobre la misma, en: J.L. ILLANES, La santificación del trabajo, 9ª ed., Madrid 1981, pp. 94-105; F. OCÁRIZ, El concepto de santificación del trabajo, en AUTORES VARIOS, La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, Pamplona 1987, pp. 881-891; P. RODRÍGUEZ, Reflexión teológica sobre el trabajo, en Vocación. Trabajo. Contemplación, cit. en nota 3, cap. 3, pp. 59-84.

[45] Carta 15-X-1948, n. 22 §1.

[46] AGP, P01 VII-1967, p. 10. Encontramos un texto paralelo en Surco, 15ª ed., Rialp, Madrid 1997, n. 497: «Trabajemos, y trabajemos mucho y bien, sin olvidar que nuestra arma es la oración. Por eso, no me canso de repetir que hemos de ser almas contemplativas en medio del mundo, que procuran convertir su trabajo en oración».

[47] Camino, 66ª ed., Rialp, Madrid 1997, n. 335.

[48] Carta 24-III-1930, n. 12. Vid. supra, nota 34.

[49] Por ejemplo, H. Sanson escribe: «Es cierto que, si la vida espiritual se reduce a la vida de oración, hay que rezar lo más posible y hasta intentar rezar continuamente. Realmente por haber sido entendida así la cosa se han ingeniado en inventar toda clase de artes que permitan al alma elevarse hacia Dios con la mayor frecuencia posible, puesto que, en la práctica, es bien evidente que no se puede pensar en Él todo el tiempo (...) Observemos, además, que esta oración continua parece psicológicamente incompatible con el trabajo intelectual profundo y con el trabajo manual absorbente; y, de no contar con gracias especiales, no parece convenir a los períodos de trabajo intenso que acaparan por entero al hombre» (Espiritualidad de la vida activa, Barcelona 1964, p. 63s).

[50] A. DEL PORTILLO, Il lavoro si trasformi in orazione, en «Il Sabato», Milán, 7-XII-1984 (la traducción es nuestra).

[51] El Catecismo de la Iglesia Católica confirma esta realidad, cuando dice: «Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor (...) “Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos encontrar realizable el principio de la oración continua” (ORÍGENES, De oratione, 12)» (n. 2745). Como se puede observar aquí, el Catecismo recurre a una idea de Orígenes con la que éste ofrece una solución al problema de la posibilidad de orar siempre. En la teología patrística encontramos varios autores que ofrecen soluciones a este problema, como Clemente de Alejandría, San Agustín, San Basilio, Evagrio Póntico, Casiano, entre otros. Para una visión de conjunto de la oración continua en la tradición patrística, véanse: F. GIARDINI, La preghiera incessante, en «Vita Consacrata» 29 (1993/4) 400-423; I. HAUSHERR, La oración perpetua del cristiano, en AUTORES VARIOS, Santidad y vida en el siglo, Barcelona 1969, pp. 125-190; MELCHIORRE DI SANTA MARIA, L’orazione perenne nella Tradizione Patristica, en «Rivista di Vita Spirituale» 15 (1961/2) 129-159.

[52] Homilía En el taller de José, 19-III-1963, en “Es Cristo que pasa”, n. 48. Junto a la caridad, en otros lugares hace también referencia al papel de la fe y de la esperanza en la elevación del trabajo al plano sobrenatural: «En nuestro trabajo hecho cara a Dios —en su presencia—, oramos sin interrupción, porque al trabajar como nuestro espíritu lo pide, ponemos en ejercicio las virtudes teologales en las que está la cumbre del vivir cristiano. Actualizamos la fe, con nuestra vida contemplativa, en ese diálogo constante con la Trinidad presente en el centro de nuestra alma. Ejercitamos la esperanza, al perseverar en nuestro trabajo, semper scientes quod labor vester non est inanis in Domino (1 Cor 15, 58), sabiendo que vuestro esfuerzo no es inútil ante Dios. Vivimos la caridad, procurando informar todas nuestras acciones con el amor de Dios, dándonos en un servicio generoso a nuestro hermanos los hombres, a las almas todas» (Carta 15-X-1948, n. 24 §2).

[53] Carta 9-I-1932, n. 14 §2. Un texto paralelo en Carta 31-V-1954, n. 20 §4: «Es esa unidad la que lleva a que, siendo dos las manos, se unan en la oración y en el trabajo. Trabajo que, al ser Opus Dei, es también oración: por eso no podemos decir que un hombre que viva el espíritu del Opus Dei es activo o contemplativo; porque la acción es contemplación y la contemplación es acción, en unidad de vida».

[54] Carta 6-V-1945, n. 25 §2.

[55] AGP, P01 VII-1967, p. 9.

[56] Instrucción, V-1935/14-IX-1950, n. 45. Un texto paralelo, en Forja, n. 740: «Nuestra condición de hijos de Dios nos llevará —insisto— a tener espíritu contemplativo en medio de todas las actividades humanas —luz, sal y levadura, por la oración, por la mortificación, por la cultura religiosa y profesional—, haciendo realidad este programa: cuanto más dentro del mundo estemos, tanto más hemos de ser de Dios».

[57] Vid. supra, notas 25, 26 y 27.

[58] Forja, n. 738.

[59] Ibid., n. 96.

[60] Homilía Amar al mundo apasionadamente, 8-X-1967, en Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, nn. 114 y 121. Cfr. también n. 116.

[61] Ibid., n. 113. A lo largo de la homilía insiste, con otras palabras, en esta misma idea: «A ese Dios invisible lo encontramos en las cosas más visibles y materiales. No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca» (n. 114); «Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios (...). En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria» (n. 116). En esta misma línea leemos en los Artículos del Postulador: «Hacer grandes por el amor las cosas pequeñas de cada día, fue uno de los puntos principales de su enseñanza y de su conducta cotidiana (...). Insistió, con sobrenatural tozudez, en la importancia de dar al Señor la ocupación que tenemos entre manos, de ordinario compuesta de acciones corrientes: ¡ahí nos espera Dios!» (n. 280).

[62] P. RODRÍGUEZ, Vivir santamente la vida ordinaria, art. cit. en nota 3, pp. 409 y 415. Otro buen comentario teológico de esta homilía en: A. GARCÍA SUÁREZ, Existencia secular cristiana. Notas a propósito de un libro reciente, en «Scripta theologica» 2 (1970) 145-164.

[63] J.L. ILLANES, Iglesia en el mundo: la secularidad de los miembros del Opus Dei, cit. en nota 3, pp. 269-270.

[64] Es tan esencial este rasgo del espíritu del Opus Dei, que su Fundador escribió: «No podemos perseverar en la vocación si no somos contemplativos, si no convertimos nuestra vida en Amor» (Instrucción, 8-XII-1941); «A un alma que no fuese prácticamente contemplativa, le faltaría el fundamento de la vida espiritual de los miembros del Opus Dei, y sería por tanto muy difícil que pudiera perseverar en la Obra» (AGP, P06, V, p. 210).

[65] Meditación La oración de los hijos de Dios, 4-IV-1955 (AGP, P 09, p. 35). A este respecto, es muy significativo el siguiente sucedido, narrado por Mons. Julián Herranz: «Permítanme evocar aquí un recuerdo personal de los primeros tiempos del Concilio: una conversación, a la que asistí en la sede central del Opus Dei en Roma, entre el Siervo de Dios Mons. Escrivá de Balaguer y algunos Padres y peritos conciliares, de los muchos que procuraron tener con el Fundador del Opus Dei un trato confiado y frecuente de amistad sacerdotal. Alguien (me parece recordar que fue el Arzobispo de Reims, Mons. François Marty, después Cardenal Arzobispo de París y Presidente de la Conferencia Episcopal francesa) dijo —repitiendo un concepto expuesto frecuentemente en el aula conciliar— que a los laicos corresponde la función de “animar cristianamente las estructuras del orden temporal, del mundo: así transformarán...”. “¡Si tienen alma contemplativa, Excelencia! —intervino sonriendo Mons. Escrivá—, porque, si no, no transformarán nada; más bien serán ellos los que se transformen: y, en lugar de cristianizar el mundo, se mundanizarán los cristianos”. Todos asintieron. Lo mismo sucedió pocos minutos más tarde, cuando a la afirmación de que los seglares cristianos deben ordenar las res temporales según el querer divino, añadió rápidamente el Siervo de Dios: “Sí, pero primero han de estar ellos bien ordenados por dentro, siendo hombres y mujeres de profunda vida interior, almas de oración y de sacrificio. Si no, en lugar de ordenar esas estructuras, esas realidades familiares y sociales, llevarán a ellas su propio desorden personal”» (J. HERRANZ, Los laicos, testigos de Dios en el mundo, cit. en nota 3, p. 44s).

[66] Carta 29-VII-1965, n. 1 §2.

[67] Atti del Congresso Generale Speciale. Sezione maschile, I, 11-IX-1969, texto citado en A. DE FUENMAYOR, V. GÓMEZ-IGLESIAS y J.L. ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, Pamplona 1989, p. 399, nota 65.

Romana, n. 27, julio-diciembre 1998, p. 326-340.

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