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En la ordenación diaconal de fieles de la Prelatura, basílica de San Eugenio, Roma (29-X-2016)

Queridísimos hijos míos que vais a recibir el diaconado. Queridos hermanos y hermanas:

1. Acude a mi mente la inmensa felicidad de san Josemaría con ocasión de estas ordenaciones, y de otras en todo el mundo, y deseo que nos unamos también nosotros a su gozosa oración. Por eso hemos escuchado de nuevo, con sólida fe y afectuosa gratitud, las palabras del Señor al profeta Jeremías: «Antes de plasmarte en el seno materno, te conocí; antes de que salieras de las entrañas, te consagré, te puse como profeta de las naciones» (Jr 1,5). Son revelaciones dirigidas a cada uno de nosotros, los cristianos, porque Dios nos ha elegido antes de la creación del mundo, nos ha llamado a configurarnos con Cristo en el Bautismo y a seguir sus huellas, también como manifestación de correspondencia a su inmenso amor.

En el curso de los años, en la prelatura del Opus Dei, esta llamada universal a la santidad y al apostolado ha sido una constante del trabajo de sus fieles, hombres y mujeres. Todos formamos en la Iglesia «un solo cuerpo y un solo Espíritu —es san Pablo quien nos habla—, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados» (Ef 4,4).

En el celibato apostólico, en el sacerdocio y en el matrimonio, los cristianos participamos de la misma y única vocación, personalizada según el designio de Dios para cada uno de nosotros; y todos estamos llamados igualmente a la santidad. Hoy, además, quiero recordar que la ordenación diaconal de estos fieles de la Prelatura —y, dentro de seis meses, la presbiteral— no modifica su pertenencia al Opus Dei. Ciertamente, el Orden sagrado les confiere un nuevo estado, mediante el carácter y la gracia del sacramento; pero la llamada a identificarse con Jesucristo es, en el camino del Opus Dei, la misma, tanto para los sacerdotes como para los laicos, quedando inalterada, lógicamente, la diferencia entre el estado clerical y el laical.

2. San Josemaría repitió sin cansarse que los fieles de la Prelatura que reciben la ordenación no lo hacen con la idea de que así podrán tender más eficazmente a la santidad. Son perfectamente conscientes de que la vocación laical es plena y completa en sí misma; es decir, es una senda bien precisa para alcanzar la santidad cristiana, para servir a la Iglesia y a las almas.

Por eso, dirigiéndome ahora a vosotros, que dentro de poco seréis diáconos, os recuerdo las recomendaciones del Apóstol de los gentiles: «Que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor» (Ef 4,1-2). En cada uno de vosotros, la caridad —alma de todas las demás virtudes cristianas— adquiere la forma de caridad pastoral, ministerial. Vuestros deberes específicos —la predicación de la palabra de Dios, la administración de la Eucaristía y la participación en las ceremonias litúrgicas, el servicio a los demás— han de constituir una dedicación generosa y feliz a todos, en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.

Os recomiendo el consejo del Papa Francisco: «Leed y meditad asiduamente la Palabra del Señor para creer lo que habéis leído, enseñar lo que habéis aprendido en la fe y vivir lo que habéis enseñado» (Homilía, 17-IV-2016). Hacedlo con alegría. En definitiva, como dice san Pablo, procurad tener siempre en el corazón el propósito de «mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4,3).

3. No olvidéis nunca que a los ministros sagrados se dirigen de modo especial las palabras de Jesús en el Evangelio de la Misa que hemos leído: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn

15,14). ¡Qué maravillosa es esta promesa divina, dirigida a todos y dirigida a vosotros! Con su ayuda y la oración de tantas personas, seréis dignos de esta amistad, cumpliendo la promesa de Jesús: «Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16).

Naturalmente, doy las gracias con cercanía y afecto sincero a los padres y hermanos de los ordenandos, por la parte importante que habéis tenido en la respuesta de vuestros hijos a la llamada del Señor. Seguid rezando por ellos. Os lo pido también a todos los que participáis en esta celebración.

Recurramos de modo especial a la intercesión de la Virgen, en estas últimas semanas del Año de la misericordia, para que suscite en la Iglesia muchas vocaciones sacerdotales. Pidamos también que, en este año, muchísimas personas se acerquen en todo el mundo al sacramento de la Confesión. Que, además, nuestra Madre obtenga de su Hijo gracias abundantes para el Papa, para el cardenal vicario de Roma, para los obispos, para todos los ministros sagrados, en el cumplimiento de su ministerio, y para todos nosotros. Así sea.

Sea alabado Jesucristo.

Romana, n. 63, Julio-Diciembre 2016, p. 310-311.

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