Palabras con motivo de la canonización de Madre Teresa de Calcuta (2-IX-2016)
La canonización de la beata Teresa de Calcuta es una fiesta para la Iglesia y para toda la humanidad. Desde su fallecimiento, la figura espiritual de esta mujer extraordinaria se ha ido agigantando en beneficio de las almas.
En 2003, san Juan Pablo II nos invitó a todos a meditar su mensaje de servicio y caridad. Cuánto bien causa conocer su biografía, sus escritos y pensamientos. La generosidad y coherencia de madre Teresa de Calcuta constituyen un impulso para aprender a vivir para los demás.
Las veces en que coincidí con la madre Teresa, noté que su figura se iba encorvando a medida que pasaba el tiempo, como nos sucede cuando la edad avanza. Su particular vocación de misionera de la caridad de Dios la llevaba de continuo a inclinarse espiritualmente para acoger a una persona abandonada o para curar unas heridas del cuerpo o del alma. Y es como si esa «inclinación» espiritual hacia el pobre y el enfermo, se fuera haciendo también física.
La vida de Teresa de Calcuta también nos habla de la unidad que existe entre la acción y la oración. Su mirada predilecta hacia los abandonados se alimentaba en los largos tiempos de oración ante la Eucaristía: mirar a Jesús y saberse mirada por él, como repetía el fundador del Opus Dei; porque es una constante en la vida de los santos: de esto también he sido testigo al pasar años cerca de Josemaría Escrivá de Balaguer, otro santo del siglo XX para quien la Eucaristía era la fuerza y el motor de su servicio a la Iglesia y a todas las almas, también a las consagradas, desde su camino de sacerdote secular.
La contemplación de la Eucaristía llevó a Teresa de Calcuta a reconocer a Cristo en la persona pobre, enferma o sola, pues había asimilado profundamente aquellas palabras del Señor: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Eso explica que, junto a las curas necesarias, derrochara tanta cercanía con los más necesitados, y su compasión por los huérfanos y los no nacidos. Cómo no recordar su defensa de la vida —de la que todos participamos—, cuando al recibir el Premio Nobel de la Paz, en 1979, se refirió al drama del aborto, ofreciéndose a acoger niños que naciesen no deseados.
Todo ese caminar cristiano resulta especialmente luminoso para superar la lógica del cálculo o del interés personal. Ella veía en la humanidad una familia y, en el mundo una casa común de la que una persona honrada no se debe desentender.
Después de haber recibido el premio Nobel de la Paz, alguien preguntó a madre Teresa qué podía hacer un ciudadano normal para promover la paz mundial. Ella respondió: «Ve a tu casa y ama a tu familia». El reto, para muchos cristianos, será llevar el afán apostólico de santa Teresa de Calcuta a los espacios en que transcurre el hacer ordinario: reclinarse, ponerse al servicio de los demás y comunicar así el Evangelio y la caridad de Cristo a todos los ambientes: en pocas palabras, como dice el Papa Francisco, sabernos instrumentos del cariño de Dios por todos los seres de esta tierra (cfr. Laudato si’, n. 246).
Romana, n. 63, julio-diciembre 2016, p. 340-341.