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Siembra de paz

Con ocasión del centenario de monseñor Álvaro del Portillo (11-III-1914 — 11-III-2014) y de su próxima beatificación (Madrid, 27 de septiembre), en numerosas partes del mundo se ha querido recordar la figura de este pastor ejemplar, que quienes le conocieron definen como un hombre que tenía paz y daba paz.

La paz de Mons. del Portillo, la paz que tienen y difunden los cristianos es, como solía comentar san Josemaría, consecuencia de la guerra, «de esa lucha ascética, íntima, que cada cristiano debe sostener contra todo lo que, en su vida, no es de Dios: contra la soberbia, la sensualidad, el egoísmo, la superficialidad, la estrechez de corazón. Es inútil clamar por el sosiego exterior si falta tranquilidad en las conciencias, en el fondo del alma»[1]. Para sembrar la paz, los que se saben hijos de Dios deben empeñarse en transformar las situaciones que en el mundo están sometidas al pecado y al egoísmo, en realidades de amor y de servicio, para hacer redescubrir a todas las personas cuál es el sentido profundo del tesoro de la libertad.

Por otra parte, la paz necesita apoyarse en una justicia vivificada por el amor que proviene del corazón de Cristo. Quienes se saben hijos de Dios descubren “hermanos” en los demás. Así lo expresó recientemente el Papa Francisco: «Una verdadera fraternidad entre los hombres supone y requiere una paternidad trascendente»[2].

«El futuro beato Álvaro del Portillo tenía muy en el corazón la paz del mundo», subrayó Mons. Fernando Ocáriz, vicario general del Opus Dei, durante el congreso Vir fidelis multum laudabitur, celebrado en Roma con motivo del centenario de don Álvaro del Portillo, del que damos noticia en este número. Mons. Ocáriz recordó lo que el sucesor de san Josemaría decía a los fieles del Opus Dei: «Si hacéis apostolado, cada vez habrá más almas que sigan a Cristo, que es el Príncipe de la Paz: su reinado se irá extendiendo y en el mundo habrá pax Christi in regno Christi: la paz para los pobres, y para los ricos. Y si somos mejores cristianos, conscientes de la obligación de hacer apostolado, habrá justicia social, y los no cristianos, arrastrados por nuestro ejemplo, sabrán que no sólo es preciso implantar la justicia, sino también la caridad, que llega mucho más lejos, que es el óleo que unge, que da suavidad a todo, porque si se hace la caridad de una manera seca y fría, no es caridad de Cristo»[3].

Pero más allá de la predicación, Mons. del Portillo demostró con obras que es posible sembrar una paz fundada en la caridad y justicia. Un ejemplo son las decenas de iniciativas que surgieron bajo su impulso en numerosos lugares del mundo necesitados de ayuda y de desarrollo. Entre otras, podrían mencionarse el Centre Hospitalier Monkole (Kinshasa, República Democrática del Congo), el Centro de Capacitación Profesional para la Mujer Siramá (San Salvador, El Salvador) o el Banilad Center for Professional Development (Cebu City, Filipinas).

En la cercanía de su beatificación, pedimos a Dios que siga concediendo a la Iglesia pastores según su corazón. De este modo, los cristianos tendrán la alegría de sentirse animados en la tarea de difundir la paz de Cristo en las más variadas circunstancias de su vida diaria: veritatem facientes in caritate (Ef 4, 15), anunciando la verdad en la caridad.

[1] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, “La lucha interior”, n.73.

[2] PAPA FRANCISCO, Mensaje por la Jornada Mundial de la paz, 1-I-2014, n. 1.

[3] FERNANDO OCÁRIZ, L’eredità spirituale di Mons. Álvaro del Portillo, conferencia pronunciada el 14-III-2014, en el congreso Vir fidelis multum laudabitur, Universidad Pontificia de la Santa Cruz, Roma.

Romana, n. 58, Enero-Junio 2014, p. 12-13.

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