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Entrevista concedida al semanario Pyung Hwa Sinmun, Corea del Sur (1-VI-2014)

Todavía en la Iglesia católica de Corea el Opus Dei es bastante desconocido entre los fieles. Por favor, ¿podría hacer una breve explicación sobre en qué consiste el espíritu del Opus Dei? ¿Qué espera Ud. de los fieles del Opus Dei en Corea?

El espíritu del Opus Dei consiste en tratar de buscar a Dios —que es un Padre bueno y misericordioso— en las actividades de cada día: en nuestra familia, en nuestro trabajo, en las ocupaciones que tenemos entre manos. La misión de esta prelatura de la Iglesia católica consiste en recordar que todos estamos llamados a ser santos: la santidad no se reduce a una meta para privilegiados, sino para usted, para mí, para una madre o un padre de familia, para un joven o un anciano, rico o pobre, sano o enfermo. En palabras del fundador, san Josemaría Escrivá, se trata de un mensaje “viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo”.

Buscar la santidad en el trabajo, por ejemplo, lleva a acabar bien las cosas, ser amables, saber servir y ayudar a los compañeros, llegar puntualmente, obrar con rectitud y, sobre todo, ofrecer a Dios la tarea de cada momento, que de este modo se convierte en una oración grata al Señor.

En la familia, la lucha alegre por la santidad exigirá dedicar tiempo y cariño a la mujer o al esposo, a los hijos, a los padres, especialmente a los miembros más necesitados de cada hogar. De este modo, escuchando y queriendo a los demás, solucionando los problemas de los otros miembros de la familia, les ayudamos a mejorar y acercarse a Dios.

Y en la vida social, la llamada a la santidad se traduce, también, en una invitación a ser un buen ciudadano, un buen vecino, cumpliendo las obligaciones propias de esta condición: sentirse solidario con los más necesitados, pagar los impuestos, obedecer a las leyes justas.

De los fieles del Opus Dei en Corea espero que busquen a Dios, que lo encuentren todos los días en la oración y que lo amen; que den testimonio de su fe, con espíritu de servicio; que amen también a su país y a su familia; que acaben bien su trabajo, con fidelidad, y que amen a la Iglesia local y universal.

No es fácil encontrar a Cristo en un mundo tan materialista y secularizado. ¿Cuáles son los medios que Ud. nos podría sugerir para vivir como cristianos y darle a conocer a los demás siendo verdaderos testigos? ¿Cómo podríamos llenarnos de la alegría del Evangelio que el Papa nos propone?

Me viene a la cabeza un pensamiento que san Josemaría dejó reflejado en Camino, y que el Papa Francisco nos ha repetido de diversas maneras: «estas crisis mundiales son crisis de santos». El mundo y la Iglesia necesitan santos, personas jóvenes de espíritu, interesadas y activas en los debates de la sociedad moderna, que pongan siempre por delante el amor a Dios y a los demás, y no sus propios intereses. Para esto, se necesita la gracia de Dios, que nos llega sobre todo en los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia.

La santidad siempre trae consigo alegría. Para vivir como buenos cristianos y dar a conocer a Cristo como verdaderos testigos, tenemos que transmitir alegría y optimismo. Esta alegría es compatible con las dificultades y problemas diarios. Jesucristo conoce estos problemas, pero también nos dice que hemos de caminar siempre alegres porque Él ha resucitado. Esto lo entendieron muy bien los mártires de Corea, que dieron su vida por el mejor ideal posible, el amor y la unión con Dios, que revierten necesariamente en amor y unión hacia los demás.

Siguiendo la enseñanza del Papa, animaría a leer todos los días una o dos escenas del Evangelio. Para llenarnos de la alegría del texto sagrado, lo primero es conocerlo bien, leerlo —insisto—, meditarlo unos minutos cada día. San Josemaría recomendaba seguir las escenas o los pasajes “como un personaje más”. En pocas palabras, introducirse en el relato del Evangelio que tenemos ante los ojos, vivirlo y hacerlo nuestro, aplicando sus enseñanzas a la jornada de hoy.

El Opus Dei es conocido como ejemplo de fidelidad y colaboración al Papa y a la Iglesia. El Papa Francisco nos ha dicho que el centro de la Iglesia es Cristo. Pienso que lo que nos quiere decir es que la Iglesia no se afirma a sí misma sino que lo que desea es proponer a Cristo como razón de la existencia y fundamento de la Iglesia. ¿Cómo debería ser la Iglesia actual y futura para que no se limite a ser conservadora de sí misma, sino un mensaje de Cristo que salva?

Como repetía san Josemaría, el Opus Dei es una partecica de la Iglesia. Junto con todos los demás católicos, queremos seguir a Cristo bien unidos al Papa, su vicario en la tierra. El Papa Francisco ha llegado como otro regalo más del Espíritu Santo. Me conmueve cuando habla de la conversión personal, clave para la renovación de la Iglesia.

Monseñor Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaría, que visitó Corea y será beatificado el próximo mes de septiembre, insistía en que, para ser fieles a la Iglesia, necesitamos una conversión constante en nuestra vida personal. Renovaremos la Iglesia si nos renovamos primero nosotros mismos. Un camino constante para esa conversión impulsa a amar las indicaciones del Papa y —como he recordado antes— recurrir con frecuencia a las fuentes de la gracia, especialmente a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía: de ese modo, Cristo edifica la Iglesia en cada fiel católico.

Observando el apostolado del Opus Dei podemos ver que la comunión con todos, especialmente con los pobres, es fundamental. Varias de las actividades del Opus Dei responden a este mensaje. ¿Por qué es importante la caridad con todos, especialmente con los pobres? ¿Cómo podríamos crecer en esta comunión con todos los demás?

La caridad es otro nombre de la santidad. Jesús constantemente, en el Evangelio, nos habla de vivir la caridad con todos, también con aquellos que no nos pueden dar nada a cambio. Supone el sacrificio de vencer nuestra comodidad y, a veces, nuestros gustos personales: tenemos que amar a los que nada tienen y nada nos pueden entregar; a los pobres, a los indefensos, a los niños, a los enfermos. Y también a los que no nos aman. Hemos de esforzarnos por ver a Cristo en el rostro de todos, especialmente de los que sufren, y tratarles como desearíamos que nos trataran a nosotros si nos encontráramos en su situación. Es decir, tratarles como trataríamos al mismo Jesús. Creceremos en comunión con los demás cuando vivamos la auténtica caridad, que exige amar a los demás como Dios los ama y porque Dios les ama.

Corea es el único país del mundo dividido en dos. Decimos que queremos la paz pero no somos buenos en la reconciliación. ¿Qué podríamos hacer para crecer por la sabiduría para conseguir la paz y la reconciliación mas allá de la ideología?

Me parece muy buena pregunta, y me impulsa a renovar mi deseo de rezar todos los días por la paz en esta tierra estupenda. Las soluciones concretas corresponden más bien al ámbito civil; sin embargo, como sacerdote y obispo, sí me atrevo a señalar que todos podemos hacer algo más por amar y respetar al prójimo. Ayudarles a acercarse a Dios y a respetar a los demás. El día que veamos en el otro hombre a nuestro hermano en Cristo habremos dado un paso muy importante hacia la reconciliación. Precisamente, san Juan XXIII, recientemente canonizado junto con san Juan Pablo II, en su conocida encíclica Pacem in terris, hablaba de que los dos pilares de la paz son la justicia y la caridad. Y ambos se apoyan, a su vez, en el respeto por la dignidad de la persona. Tanto en Corea como en el resto del mundo, para alcanzar la paz y la reconciliación, se precisa acabar con todo lo que suponga una ofensa a la dignidad de la persona.

Romana, n. 58, Enero-Junio 2014, p. 69-71.

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