La alegría del evangelio
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”[1].. Así comienza el Papa Francisco la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, con la que recuerda el papel misionero de la Iglesia en el mundo contemporáneo. En este encuentro, en este descubrimiento de la persona de Jesús, Dios hecho hombre, está nuestra salvación, y con ella, nuestra alegría.
El Romano Pontífice se fija en el corazón del Evangelio, en el que resplandece la belleza del amor salvífico de Dios, manifestado en Jesucristo muerto y resucitado[2].. Esta es la Buena Nueva, el anuncio que la Iglesia quiere transmitir a cada persona. En este contexto el Papa nos pone en guardia ante algunos desafíos y tentaciones que podemos encontrar, como la mundanidad, la violencia, el egoísmo, el pesimismo, etc., e indica modos de atajarlos.
Para superar esas dificultades y llevar a cabo con eficacia la tarea evangelizadora, el Papa Francisco destaca el protagonismo que cada bautizado está llamado a desempeñar. El cristiano anunciará con alegría el Evangelio si vive, en primer lugar, él mismo ese encuentro con Cristo —a través de los sacramentos, de la oración, del trato personal con Dios—, que le empujará a transmitir la propia experiencia a los demás: “la primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más”[3].. Para conseguir hacer “arder los corazones” (cfr. Lc 24, 32), pone en evidencia el papel primordial de la predicación de la Palabra de Dios en la Iglesia, y llama la atención a los ministros sobre la preparación para este cometido[4]..
El Papa se detiene en la dimensión social del Kerygma, e invita a redescubrir la fuerza del mensaje de la fraternidad cristiana, al que no cabe acostumbrarse. Es preciso que este “tenga una real incidencia en nuestras vidas y en nuestras comunidades”[5]., y desde esta perspectiva aborda la cuestión de la inclusión social de los pobres[6]. y la paz y el diálogo social[7]., que considera que “determinarán el futuro de la humanidad”[8]. Dios quiere llenar a todos de alegría.Esta exhortación apostólica constituye, sin lugar a dudas, un impulso a lanzarse mar adentro (cfr. Lc 5, 4) en la empresa de llevar el Evangelio a las realidades humanas, con la convicción de que contamos con la acción omnipotente de Dios para llenarlas de luz. “Aunque seamos personalmente indignos, la gracia de Dios nos convierte en instrumentos para ser útiles a los demás, comunicándoles la buena nueva de que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4)”[9].. Para esto se necesitan “evangelizadores con Espíritu”[10]., que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo, que oran, que trabajan, conscientes de que tenemos a María como Madre y Estrella de la nueva evangelización.
[1] FRANCISCO, Exhort. Apost. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 1.
[2] Cfr. Ibidem, n. 36.
[3] Ibidem, n. 264.
[4] Cfr. Ibidem, nn. 135-159.
[5] Ibidem, n. 179.
[6] Cfr. Ibidem, nn. 186-216.
[7] Cfr. Ibidem, nn. 217-258.
[8] Ibidem., n. 185.
[9] SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, n. 175.
[10] Cfr. FRANCISCO, Exhort. Apost. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, nn. 259 y 262.
Romana, n. 57, julio-diciembre 2013, p. 190-191.