La nueva evangelización
El Año de la fe, que el Santo Padre Benedicto XVI anunció en octubre de 2011, es ya una realidad. La Iglesia entera ha iniciado un tiempo de especial gracia, en el que todos los fieles hemos sido invitados a redescubrir la belleza de la Revelación, y a dejarnos transformar por la fuerza de la fe.
En diversas ocasiones, Benedicto XVI ha señalado la oportunidad del Año de la fe: «Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas»[1].
De hecho no faltan quienes reducen el cristianismo a una doctrina admisible en algunos de sus elementos —la fraternidad, la preocupación por los pobres, etc. — pero que en otros resulta anticuada para la sensibilidad del hombre moderno. Por otro lado, son muchas las personas —también entre quienes se muestran escépticos frente al cristianismo— que buscan sinceramente una respuesta a la pregunta por el sentido de su vida. A veces, esa inquietud acaba concretándose en una religiosidad hecha más o menos a la propia medida; en otras ocasiones, se renuncia a encontrar una respuesta. En cualquier caso, el ser humano busca la felicidad y no puede apagar la sed de Dios que tiene su alma, pues como escribía san Agustín, «nos creaste, Señor, para ser tuyos, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» (Confesiones, I, 1, 1).
Por eso, esta panorámica, lejos de desanimar, impulsa al cristiano a empeñarse en la tarea de una nueva evangelización que consiga mostrar el Evangelio en su integridad. El cristianismo es la religión de la Palabra de Dios que sale al encuentro del hombre y no solo manifiesta los interrogantes que se encuentran en su corazón, sino que le ofrece una verdad que supera sus expectativas más profundas.
Dios «en su amor, crea en nosotros —a través de la obra del Espíritu Santo— las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra»[2]. Pero ese reconocer la Palabra divina requiere que antes sea conocida: ¿cómo invocarán a Aquel en quien no creyeron? ¿O cómo creerán, si no oyeron hablar de él? (Rm 10, 14-15).
El Año de la fe es un acicate para impulsar la evangelización, como glosa Mons. Javier Echevarría en la extensa Carta pastoral del 29 de septiembre de 2012 que se reproduce en este número de Romana. Dios cuenta con cada fiel para que quienes están a su alrededor «conozcan la fe en su integridad, para que descubran la fuerza de una vida que se deja guiar por la luz del mensaje cristiano. Estos meses se convertirán así en una ocasión para la conversión personal y el apostolado: una oportunidad para afrontar el futuro más unidos a Cristo, dejándonos guiar en todo por su voluntad. Así hicieron los primeros cristianos. Con naturalidad, sin alardes llamativos, solo con la coherencia entre su fe y sus obras, cambiaron el mundo pagano»[3].
A la hora de profundizar en la riqueza de la doctrina católica, Benedicto XVI ha señalado dos grandes tesoros: las enseñanzas del Concilio Vaticano II —«una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»[4]— y el Catecismo de la Iglesia Católica. Si queremos ser auténticos testigos de la fe, debemos conocerla y encarnarla en su integridad. En caso contrario, y más en el contexto actual, es fácil caer en «un cierto sincretismo y relativismo religioso, sin claridad sobre las verdades que creer y sobre la singularidad salvífica del cristianismo»[5]. Resulta significativo que el Papa dedique las audiencias de los miércoles a los principios básicos de nuestra fe, mostrando que son verdades de las que se vive; leer los contenidos de esas alocuciones será, sin duda, un medio concreto para «dejar que esas verdades de nuestra fe vayan calando en el alma, hasta cambiar toda nuestra vida»[6], además de darnos ocasiones y temas de conversación con las demás personas. Las palabras del Romano Pontífice se convierten así en guía estupenda para la evangelización en el mundo contemporáneo.
[1] Benedicto XVI, Motu proprio “Porta fidei”, 11-X-2011, n. 2.
[2] Benedicto XVI, Audiencia, 17-X-2012.
[3] Mons. Javier Echevarría, Carta, 29-IX-2012, n. 11.
[4] Benedicto XVI, Motu proprio “Porta fidei”, 11-X-2011, n. 5, citando beato Juan Pablo II, Litt. apost. “Novo millennio ineunte”, 6-I-2001, n. 57.
[5] Benedicto XVI, Audiencia, 17-X-2012.
[6] Es Cristo que pasa, n. 144.
Romana, n. 55, junio-diciembre 2012, p. 234-235.