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La nueva evangelización

“Algo se ha manifestado de modo maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven”`[1]. Al término de un año fecundo para la Iglesia, estas palabras pronunciadas por Benedicto XVI al inicio de su Pontificado, se revelan de nuevo actuales. El segundo semestre de 2011 ha visto las calles y plazas de Madrid, durante los días de la Jornada Mundial de la Juventud, transitadas por jóvenes llegados de todos los rincones del planeta. También este semestre ha sido testigo del recibimiento que Alemania dio al Sucesor de Pedro; y ha presenciado su regreso al continente africano, donde entregó la exhortación apostólica postsinodal Africae Munus, en Benín. Además, Ancona y Asís, en Italia, han acogido a Benedicto XVI en estos meses, y Roma ha sido escenario del Congreso “Nuevos evangelizadores para la nueva evangelización”, celebrado los días 15 y 16 de octubre, con la mirada puesta en el próximo Sínodo sobre la Nueva Evangelización que tendrá lugar en octubre de 2012.

El Congreso fue organizado por el Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización, instituido por Benedicto XVI a finales de 2010, pensando en “que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de promover una nueva evangelización (...). La diversidad de las situaciones exige un atento discernimiento; hablar de «nueva evangelización» no significa tener que elaborar una única fórmula igual para todas las circunstancias. Y, sin embargo, no es difícil percatarse de que lo que necesitan todas las Iglesias que viven en territorios tradicionalmente cristianos es un renovado impulso misionero, expresión de una nueva y generosa apertura al don de la gracia. De hecho, no podemos olvidar que la primera tarea será siempre ser dóciles a la obra gratuita del Espíritu del Resucitado, que acompaña a cuantos son portadores del Evangelio y abre el corazón de quienes escuchan. Para proclamar de modo fecundo la Palabra del Evangelio se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de Dios”[2].

Siempre existirán dificultades en el cumplimiento del mandato misionero —“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15)—, pero estas no podrán nunca frenar la actividad apostólica de los cristianos. Al concluir el Congreso para la Nueva Evangelización, el Santo Padre anunció para el 2012 un “Año de la Fe”, afirmando que es tiempo “para dar renovado impulso a la misión de toda la Iglesia de conducir a los hombres fuera del desierto —en el que a menudo se encuentran— hacia el lugar de la vida, la amistad con Cristo que nos da su vida en plenitud”[3].

Se trata de un nuevo estímulo, comenzado ya por el Concilio Vaticano II, en la tarea evangelizadora que la Iglesia realiza desde hace dos milenios y que no concluirá mientras haya hombres sobre la tierra. En efecto, el Concilio, con la Constitución Dogmática Lumen Gentium (cuyo capítulo V dedica a la universal vocación a la santidad), la Constitución Pastoral Gaudium et spes y el Decreto Ad gentes, así como el Magisterio pontificio sucesivo —en particular con la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (1974) de Pablo VI y de Juan Pablo II, con la Exhortación Apostólica Christifideles laici (1988) y la Encíclica Redemptoris missio (1990)—, habían puesto de relieve que las profundas transformaciones sociales exigían un renovado anuncio del Evangelio.

El beato Juan Pablo II acuñó la expresión “nueva evangelización”[4]. Once años después retomó el término con el que lanzó un reto a la Iglesia universal: “Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu”[5]. Asimismo, con la Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6-I-2001), indicó la nueva evangelización como misión prioritaria de la Iglesia para el tercer milenio de su historia (cfr. n. 40). Este Papa no se cansó de repetir, hasta el final de sus días, la responsabilidad que tienen los cristianos de llevar a cabo la misión de la Iglesia. También en su última salida de Roma, en 2004, Juan Pablo II interpeló en Loreto a quienes lo escuchaban y al orbe entero, en particular a los laicos: “Preocupaos por lo que interesa a la Iglesia: que muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo sean conquistados por la fascinación de Cristo; que su Evangelio vuelva a brillar como luz de esperanza para los pobres, los enfermos y los que tienen hambre de justicia; que las comunidades cristianas sean cada vez más vivas, abiertas y atractivas; que nuestras ciudades sean acogedoras y habitables para todos; que la humanidad siga a Cristo por los caminos de la paz y la fraternidad. A los laicos os corresponde testimoniar la fe mediante las virtudes que son específicas de vosotros: la fidelidad y la ternura en la familia, la competencia en el trabajo, la tenacidad al servir al bien común, la solidaridad en las relaciones sociales, la creatividad al emprender obras útiles para la evangelización y la promoción humana. A vosotros os corresponde también mostrar —en íntima comunión con los pastores— que el Evangelio es actual, y que la fe no aleja al creyente de la historia, sino que lo sumerge más a fondo en ella”[6].

En este número de Romana, además de una selección de textos de Benedicto XVI del segundo semestre de 2011, entre los que se encuentra el Motu Proprio Porta fidei que convoca el Año de la fe, se incluye también la carta del Prelado fechada el 2 de octubre, en la que Mons. Javier Echevarría recuerda que para realizar la nueva evangelización que ahora pide Benedicto XVI, es imprescindible la formación doctrinal y apostólica, y el celo por ganar almas para el Señor[7]. No oculta que “en los últimos años, este afán de almas ha requerido más vigor, para contrarrestar el secularismo que ha avanzado a grandes pasos, hasta adquirir carta de ciudadanía en países tradicionalmente cristianos”[8], pero subraya que “volver a impregnar con el espíritu de Cristo las raíces de esas naciones es precisamente el objetivo de la nueva evangelización”[9].

Ya desde ahora, es posible encomendar al Señor que conceda a su Iglesia una “nueva primavera”, un periodo de conversión y crecimiento interior en cada fiel seguidor de Jesucristo. Habrá frutos si hay confianza en el poder de la oración: “Ayúdame a clamar: ¡Jesús, almas!... ¡Almas de apóstol!: son para ti, para tu gloria. Verás como acaba por escucharnos”[10].

[1] Benedicto xvi, Homilía en el solemne inicio de su pontificado, Roma, 24-IV-2005.

[2] Benedicto xvi, Carta Apostólica en forma de “Motu Proprio” Ubicumque et semper, Roma, 21-IX-2010.

[3] Benedicto xvi, Homilía para la nueva evangelización, Roma, 16-X-2011.

[4] Juan Pablo II, Homilía en el Santuario de la Santa Cruz de Mogila, Nowa Huta, Polonia, 9-VI-1979.

[5] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 30. Roma, 7-XII-1990.

[6] Juan Pablo II, Homilía en el Santuario de Loreto, Italia, 5-IX-2004.

[7] Cfr. Camino, n. 934.

[8] Mons. Javier Echevarría, Carta 2-X-2011, n. 27.

[9] Loc. cit.

[10] Camino, n. 804.

Romana, n. 53, julio-diciembre 2011, p. 200-202.

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