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Palabras en la conclusión de los ejercicios espirituales de la Curia Romana, Capilla “Redemptoris Mater”, Vaticano (19-III-2011)

Queridos hermanos,

querido padre Léthel:

Al final de este camino de reflexión, de meditación, de oración en compañía de los santos amigos del Papa Juan Pablo II, quiero decir de todo corazón: gracias a usted, padre Léthel, por su guía segura, por la riqueza espiritual que nos ha dado. Nos ha presentado a los santos como «estrellas» en el firmamento de la historia y, con su entusiasmo y su alegría, usted nos ha introducido en el corro de estos santos y nos ha mostrado que precisamente los santos «pequeños» son los santos «grandes». Nos ha mostrado que la scientia fidei y la scientia amoris van juntas y se complementan, que la razón grande y el gran amor van juntos, más aún, que el gran amor ve más que la razón sola.

La Providencia ha querido que estos ejercicios concluyan en la fiesta de san José, mi patrono personal y patrono de la santa Iglesia: un santo humilde, un trabajador humilde, que fue considerado digno de ser Custodio del Redentor.

San Mateo define a san José con una palabra: «Era un justo», «díkaios», que deriva de «dike», y en la visión del Antiguo Testamento, como la encontramos por ejemplo en el Salmo 1, «justo» es el hombre que está inmerso en la Palabra de Dios, que vive en la Palabra de Dios, que vive la Ley no como un «yugo» sino como «alegría», vive —podríamos decir— la Ley como «Evangelio». San José era justo, estaba inmerso en la Palabra de Dios, escrita, transmitida en la sabiduría de su pueblo y precisamente de esta manera estaba preparado y llamado a conocer al Verbo encarnado —al Verbo que vino a nosotros como hombre— y predestinado a custodiar, a proteger a este Verbo encarnado. Esta es su misión para siempre: custodiar a la santa Iglesia y a nuestro Señor.

En este momento nos encomendamos a su custodia, rezamos para que nos ayude en nuestro humilde servicio. Sigamos adelante con valentía bajo esta protección. Demos gracias por los santos humildes, pidamos al Señor que nos haga también a nosotros humildes en nuestro servicio y de esta manera santos en la compañía de los santos.

De nuevo, gracias a usted, padre Léthel, por su inspiración. ¡Gracias!

Romana, n. 52, enero-junio 2011, p. 12-13.

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