envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

Desarrollo social en Metro Achiviement Center: Una herencia de san Josemaría

M.Sharon Hefferan

Directora de Metro Achiviement Center

Hace ahora veinticinco años, en el corazón de Chicago, abrió sus puertas el Metro Achievement Center, institución inspirada en la pasión de san Josemaría por el desarrollo social y por la educación de la juventud. Metro es un ejemplo, entre otros muchos en todo el mundo, de las iniciativas sociales inspiradas por el Opus Dei en las que gente con un acceso limitado a oportunidades económicas y sociales recibe apoyo académico y un aliento en su vida espiritual cristiana[1].

Metro comenzó con unas pocas muchachas: las cuarenta que en 1985 asistieron a la primera edición de un programa de verano; en la actualidad, cada año asisten a ese programa más de 500 muchachas de la ciudad de Chicago, con edades que van desde los 8 hasta los 18 años. A partir de su fundación, el centro ha atendido ya a más de 5000 jóvenes. La misión de Metro es motivar y educar a estas mujeres jóvenes para que sean mejores estudiantes y para que se forjen en las virtudes, a través de programas de verano o de actividades en los horarios que no están ocupados por sus deberes escolares habituales. La clave de nuestro enfoque es la integración del enriquecimiento académico proporcionado en las clases, con un programa de educación del carácter basado en las virtudes humanas.

¿Qué caracteriza a Metro entre centenares de programas educativos en la ciudad de Chicago? Sin duda, la capacidad de Metro de servir a tantas familias en esta gran metrópoli se debe, de manera particular, a la visión que tenía san Josemaría del desarrollo social. Al mismo tiempo que se ofrece a las estudiantes un rico programa educativo, el plan curricular se funda en dos de las enseñanzas sociales de la Iglesia: la dignidad de la persona y el reconocimiento de los padres como educadores fundamentales de sus hijos. La búsqueda y descubrimiento de vías concretas que refuercen y reflejen estas enseñanzas constituyen una parte importante de nuestra misión y de nuestra cultura institucional[2].

Contexto histórico y social

La creciente inmigración y los cambios en la configuración de la población en Chicago han producido un gran impacto en las instituciones sociales y educativas de la ciudad, la tercera con más población de los Estados Unidos. A medida que jóvenes profesionales se trasladan a barrios recientemente revitalizados y enriquecidos, residentes con ingresos más bajos, muchos de ellos pertenecientes a familias afroamericanas, se desplazan a otras zonas de la ciudad o a puntos fuera de la periferia. Simultáneamente, una cantidad creciente de hispanoamericanos emigra a la ciudad y contribuye así a configurar el perfil étnico de Chicago. A partir del año 2000, el número de programas gubernamentales y caritativos en favor de grupos minoritarios de la población —en un intento de dotarlos de servicios adecuados de tipo económico, social y educativo— ha crecido exponencialmente.

Desde hace tiempo, las escuelas públicas de enseñanza secundaria en la zona de Chicago se han caracterizado por un alto índice de abandono escolar. Alrededor de un 30% de esos alumnos abandonan las aulas antes de graduarse. Como respuesta a estas alarmantes estadísticas —los resultados representan el doble del total de abandono en todo el estado de Illinois—, existen actualmente en la ciudad de Chicago más de 600 programas extraescolares destinados a acoger a este tipo de estudiantes de nuevo en las aulas. Hasta un 83% de los alumnos de las escuelas públicas procede de familias con escasos recursos y pertenece desproporcionadamente a poblaciones minoritarias: afroamericanos (44%) e hispanos (41%)[3]. Metro ayuda directamente a este sector de la población.

Estudiantes de más de 125 escuelas públicas, parroquiales o independientes, ven en Metro una fuente enriquecedora de formación académica. El 63% de las alumnas procede del sistema escolar público y un 95% proviene de minorías raciales (hispanas, afroamericanas y asiáticas). A partir del año 2000, el 100% de las alumnas de Metro ha obtenido el grado de educación secundaria en sus respectivas escuelas y ha continuado después con los estudios universitarios, lo cual significa, para la mayoría de las estudiantes, convertirse en los primeros miembros de la familia que acceden a la educación superior.

Más que una acción social

El centro educativo está situado justo al oeste del distrito financiero de Chicago. Para asistir a las clases de Metro, las alumnas tienen que atravesar la ciudad, desde los barrios en los que viven. El encuentro y el trato con estudiantes que vienen de otros barrios y que pertenecen a instituciones educativas diversas, contribuye a romper prejuicios raciales y rivalidades entre barrios y a crear un espíritu de unidad y solidaridad. En una entrevista concedida al New York Times en 1966, san Josemaría habló del valor del trabajo que “Midtown Center” (institución homóloga de Metro, para muchachos) estaba realizando en Chicago: «parte importante de su labor consiste en promover la convivencia y el trato entre los distintos grupos étnicos que lo componen»[4]. Metro cuenta con la ayuda de unas 200 voluntarias con formación universitaria. Así pues, al relacionar a estudiantes del interior de la ciudad con voluntarias procedentes del mundo empresarial y de las universidades más importantes, las jóvenes de Metro quedan expuestas a ambientes sociales nuevos y variados. La diversidad de individuos es un microcosmos de la comunidad urbana de Chicago. La experiencia ha puesto de manifiesto que el esfuerzo de Metro por introducir a las jóvenes en esos otros ambientes de la sociedad las prepara para comportarse con facilidad y confianza en los nuevos y diversos contextos que encuentran más tarde en la universidad, en el trabajo o en el ejercicio de su profesión.

Históricamente, los católicos y otros ciudadanos preocupados por esta situación han unido esfuerzos con el objetivo de encontrar soluciones justas con las que ayudar al pobre y al necesitado. Pero el trabajo de Metro no puede definirse simplemente como una «solución justa»: es más bien una «obra de misericordia». Esta expresión describe de una forma más precisa nuestros esfuerzos y comprende el espíritu de san Josemaría respecto a la actuación social. La misericordia va más allá de la justicia. La misericordia anima a todos a individuar las necesidades de otros y a ayudar, antes que por un estricto deber, por razones de amor. Una obra de misericordia incluye, por consiguiente, hacer propios los problemas de los demás, preocuparse por el pobre y el menos favorecido, con una preocupación que es al mismo tiempo humana y espiritual[5]. La quinta Bienaventuranza nos recuerda: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). Considerando que no hay más que una raza en la humanidad: la raza de los hijos de Dios, san Josemaría impulsaba a ejercitarse en las obras de caridad[6]. Es también esta convicción la que configura, en muy diversos modos, nuestro modelo de educación. El centro está ubicado en el centro de la ciudad y procura admitir y mezclar alumnas procedentes de diferentes barrios étnicos en vez de ofrecer servicios exclusivos a una población étnica en particular. Finalmente, el principio inspirador más importante para Metro es procurar relacionarse individualmente con cada muchacha, con todo el respeto que merece como hija de Dios.

Para que un programa social sea una obra de misericordia, es esencial que tenga un espíritu cristiano. Hace algunos años, una benefactora de programas educativos que algunas personas del Opus Dei desarrollaban en Lituania nos recordaba precisamente esto. Comentaba: «cómo me alegra oír que vuestro programa de verano incluye la opción para las alumnas de asistir a clases de catecismo, porque existen muchas agencias extraordinarias que proporcionan servicios sociales, pero si el Opus Dei está allí es para invitar a que la gente se acercase más a Dios, si no habría perdido su razón de ser». Sus palabras nos hicieron recordar aquella reflexión de san Josemaría que interpela a todos aquellos que se esfuerzan en ayudar al necesitado: «Hasta ahora no habías comprendido el mensaje que los cristianos traemos a los demás hombres: la escondida maravilla de la vida interior. ¡Qué mundo nuevo les estás poniendo delante!»[7].

Dirigimos ahora la atención a tres áreas en las que la visión de san Josemaría respecto a la dignidad de cada persona como hija de Dios, da forma al trabajo que se procura realizar en Metro. En primer lugar consideramos el desarrollo educativo desde una perspectiva tanto humana como espiritual; en segundo lugar, vemos cómo la fe puede fortalecerse en un ambiente secular; y por último, subrayamos la importancia de la responsabilidad personal para fomentar la solidaridad.

Unidad de lo humano y de lo divino

San Josemaría usaba a menudo la expresión «unidad de vida», como armonía entre las diferentes facetas de la vida de una persona fundada en un único principio: somos hijos de Dios. La unidad de vida lleva a la convicción de que las dimensiones humana y divina de nuestra existencia son distintas, pero, a la vez, están entrelazadas y son inseparables. La unidad entre lo humano y lo divino se refuerza de diversos modos en Metro.

El currículo académico da relieve a las humanidades —lectura, escritura, etc.— y a las habilidades científico-matemáticas. Las alumnas se benefician también del seguimiento personalizado y de la orientación en las tareas escolares por parte de una tutora. Las clases interactivas de bellas artes y de deporte ofrecen a las alumnas la oportunidad de desarrollar habilidades sociales, así como de mejorar su preparación física. Además del apoyo académico, las clases de formación del carácter para las estudiantes y para sus padres, son esenciales en el programa de Metro y se centran en las virtudes humanas, tales como la responsabilidad, la generosidad y la sinceridad. Cada una de las muchachas recibe también un asesoramiento individual a través del cual se les proporcionan consejos prácticos sobre cómo ejercitarse en las virtudes humanas. La formación humana y académica se complementa con un programa opcional de educación religiosa que se funda en las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad.

La unidad de vida se fomenta también animando a las alumnas a que trabajen bien, procurando a la vez servir a los demás y contribuir al bien común. Una madre lo expresó así: «enseñar a nuestras hijas a darse cuenta de que todavía es bueno ser bueno». La idea de que uno puede convertir el trabajo en oración, haciéndolo bien y ofreciéndolo a Dios, es a menudo todo un descubrimiento para el equipo docente y para las alumnas.

Promover una actitud cristiana frente a los bienes materiales es otra manera de fomentar la unidad de vida. Nuestro equipo se esfuerza continuamente en encontrar caminos para encarnar lo que san Josemaría llamaba «materialismo cristiano». «El auténtico sentido cristiano —que profesa la resurrección de toda carne— se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu»[8].

Con este espíritu de fondo, se pretende mantener un ambiente de hogar en las salas, y conservar limpias y ordenadas las instalaciones, con la conciencia de que así se fomenta la serenidad interior y el deseo de servir a los demás. El centro cuenta con una capilla, un ambiente para los padres y una sala de estar: se subraya así materialmente la importancia que tienen Dios, los padres y la familia en la tarea educativa. Encomendamos nuestro trabajo con las familias a la Sagrada Familia; de hecho, en el retablo de la capilla se contempla a Jesús, María y José, a quienes san Josemaría se refería devotamente como la «Trinidad de la tierra». Las tutoras de nuestras alumnas son mujeres formadas que asesoran, con su ejemplo y consejo, a las chicas, al tiempo que una imagen de la Virgen María (presente en cada una de las aulas y áreas comunes) nos ayuda a tener bien presente la protección y el amor que nos brinda.

El enfoque integral de la educación —educar mente, corazón, cuerpo y alma— subraya la unidad existente entre lo humano y lo divino en cada persona y contribuye al crecimiento de todos. En Metro, más que hablar de «autoestima», preferimos resaltar la dignidad de cada persona fundamentada en su filiación divina, porque la verdadera autoestima surge naturalmente cuando una muchacha se da cuenta de lo que vale ante Dios. La consideración de san Josemaría de que en el interior de la persona debe existir esa unidad incide de continuo en los programas y en la demás actividades de Metro.

Promover la fe en un ambiente secular

En los Estados Unidos existe, en general, respeto por la religión y apertura a la fe. En la primavera de 2008, durante su viaje apostólico, Benedicto XVI habló de esta realidad. «Este País tiene una larga historia de colaboración entre las diversas religiones en muchos campos de la vida pública. [...] miembros de diversas religiones se encuentran para mejorar la comprensión recíproca y promover el bien común»[9].

La labor de Metro está dirigida y llevada a cabo por católicos laicos que trabajan junto a gente de diversos credos. No es una labor eclesiástica, sino, más bien, un esfuerzo de colaboración entre individuos que comparten la preocupación por la mejora de la educación, y de la condición social y económica de las personas necesitadas. En 1967, en una entrevista concedida a la revista Time, san Josemaría subrayó la importancia de que cristianos y no cristianos colaborasen en la promoción de actividades que beneficien a la sociedad y estén «abiertas a todos, sin discriminación alguna de raza, religión o ideología»[10]. San Josemaría desafió a los laicos a sentir la responsabilidad personal de encontrar soluciones a los problemas de la sociedad; por ejemplo, la tarea de elevar el nivel de vida de familias con bajos recursos e inmigrantes no es labor que haya de dejarse a los clérigos y a los religiosos.

Afortunadamente, Metro cuenta con la colaboración de casi 200 mujeres profesionales y voluntarias del mundo universitario que dedican manos, cabeza y corazón a servir a las muchachas. Hasta el 76% de los fondos que el centro necesita para operar y apoyar el crecimiento académico y personal de nuestras alumnas, procede de corporaciones y fundaciones, o bien de eventos especiales y donativos individuales. Las familias a las que servimos contribuyen con aportaciones que representan hasta un 5% del presupuesto operativo de Metro: a través de inversiones se cubre la mayor parte de la diferencia resultante. Metro no recibe ayuda de fuentes gubernamentales[11].

Cada semana, se brinda a todas las alumnas lo que constituye el corazón del plan de estudios de Metro: clases del ámbito estrictamente académico y clases dedicadas a la formación del carácter; pero con periodicidad mensual se ofrece también a quienes manifiestan interés por aprender más sobre la fe católica, la posibilidad de participar en clases de educación religiosa. Las alumnas eligen libremente asistir a las clases y deben contar con el permiso de sus padres para participar en las catequesis. El centro no interroga a las familias respecto a su credo religioso y, sin embargo, un 85% de las alumnas elige participar en estas sesiones. Un capellán ofrece asistencia espiritual a las alumnas, mujeres del equipo de trabajo y voluntarias. Precisamente por el aprecio y el respeto de san Josemaría hacia las personas de cualquier confesión religiosa, en Metro se fomenta una natural actitud positiva hacia la fe y hacia la formación religiosa. Se procura que alumnas y voluntarias de cualquier procedencia religiosa puedan desarrollarse tanto humana como espiritualmente. Alumnas, padres y voluntarias con frecuencia descubren —o redescubren— la fe cristiana dentro de ese ambiente «amigable hacia la fe». En los últimos años, varias voluntarias y alumnas han recibido el sacramento del Bautismo o han sido recibidas en la Iglesia Católica, y algunas parejas que no habían recibido el sacramento del Matrimonio han experimentado la alegría que proporciona esa gracia.

Parte del esfuerzo por facilitar la conexión entre fe y vida se manifiesta en el hecho de haber situado la capilla en medio de las instalaciones académicas. La gente que frecuenta nuestros cursos sabe que en todo momento puede detenerse en la capilla a rezar. Para el equipo de trabajo la capilla es un lugar especial, sagrado, que invita a pedir por todas las necesidades de las personas que atraviesan nuestras puertas cada día. Podemos decir que, para las personas que promueven esta institución, el Sagrario es el centro, sin que por ello Metro pierda su carácter secular, ya que no se trata de una iniciativa eclesiástica sino de ciudadanos —algunos fieles de la Prelatura, otros no— que en uso de su libertad e independientemente de su confesión llevan a cabo esta acción social.

La capilla, situada en el corazón de nuestra institución, sirve como recordatorio constante de cuán natural ha de ser nuestra relación con Dios en medio de las cosas simples y ordinarias de la vida, especialmente en el estudio, en el trabajo, en la amistad y en el servicio voluntario. Hace algún tiempo, un hombre de negocios de religión judía visitó los edificios de Metro; al terminar comentó que, como hombre de vida espiritual, le gustaba ver que habíamos incluido la fe en nuestra visión de la persona: también él mantenía que la fe es un aspecto esencial de la dignidad y de la felicidad humana.

Primacía del individuo sobre la institución: responsabilidad personal en la configuración de la solidaridad

Toda sociedad es un entramado de elaboradas estructuras e instituciones. Organismos financieros y comerciales influyen y regulan nuestro bienestar económico. Redes globales tecnológicas y de comunicación institucionalizan y revolucionan los modos de trabajar y de comunicar. Ya en el siglo XX, instituciones de la Iglesia desarrollaron estructuras globales para ayudar al necesitado. Y, sin embargo, todavía hoy vale la pena reflexionar sobre el hecho de que Jesús se haya acercado siempre individualmente a las almas: las confortaba y curaba una a una. Las parábolas de Cristo subrayan el valor de cada persona, amada directamente por Dios Padre misericordioso y por Él buscadas en su singularidad.

Aunque Metro sea de hecho una institución, trata de actuar como plataforma que permite el trato y la relación de diversos individuos entre sí. San Josemaría ponía en guardia a los fieles del Opus Dei respecto al desarrollo de una mentalidad institucional o colectiva que llevase a perder de vista la primacía de las personas y sus familias, también cuando se trabaja en iniciativas sociales o educativas encaminadas a la ayuda de los desfavorecidos. Metro depende de la colaboración económica de corporaciones y fundaciones, y se procura también ver detrás de cada una de esas entidades a individuos. En la Carta Encíclica Caritas in Veritate, Benedicto XVI expresa la prioridad del individuo de esta manera: «En las iniciativas para el desarrollo debe quedar a salvo el principio de la centralidad de la persona humana, que es quien debe asumir en primer lugar el deber del desarrollo»[12].

San Josemaría diría que la respuesta a la injusticia está precisamente en los individuos que actúan justamente: si los individuos son justos, entonces, con el paso del tiempo, las instituciones que los empleen serán también justas[13]. El fundador del Opus Dei afirmó que uno debe servir no sólo con justicia, sino sobre todo con caridad: «únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad [...] pide mucho más la dignidad del hombre, que es hijo de Dios. La caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo, lo deifica: Dios es amor»[14]. Al reflexionar sobre los problemas raciales en los Estados Unidos, san Josemaría explicó la conexión entre justicia y caridad de esta manera: «para un cristiano no basta con respetar los derechos de los demás hombres, sino que hay que ver, en todos, hermanos a los que debemos un amor sincero y un servicio desinteresado»[15].

Por último, en Metro la amistad es considerada como contexto y el medio para conseguir la integración social. La experiencia nos ha enseñado que la cercanía con cada persona, la atención a todo lo que tiene que ver con su bienestar académico, personal, social, económico y espiritual, representa una ayuda inestimable para todas las personas del centro y produce como frutos personas adultas, maduras y generosas con los demás. La enorme atención individual que recibe cada una de las jóvenes participantes en los programas de Metro —por parte del personal administrativo, profesoras, tutoras y orientadoras— es una consecuencia del convencimiento de que lo que realmente cuenta no son las estructuras, sino la gente. Nuestro esfuerzo se inspira en lo que Benedicto XVI destaca como uno de los elementos esenciales de la caridad cristiana y eclesial: «un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad»[16].

Cada año, gracias a la dedicación de unas 200 voluntarias que trabajan con 500 familias, la atención personal sigue siendo el pilar de Metro Achievement Center. El Evangelio nos recuerda que la paciencia, la amabilidad, y la esperanza son manifestaciones de un amor que perdura[17].

En definitiva, podría decirse que el amor incondicional de san Josemaría hacia cada persona, es lo que en estos 25 años ha ido perfilando la visión del trabajo de Metro en la ciudad de Chicago. Esta perspectiva anima a los cristianos a descubrir y presentar soluciones positivas, porque: «un hijo de Dios no puede ser clasista, porque le interesan los problemas de todos los hombres... Y trata de ayudar a resolverlos con la justicia y la caridad de nuestro Redentor»[18]. Su convicción de que un auténtico desarrollo humano puede producirse sólo cuando hay un aprecio por la persona humana en su totalidad —cuerpo y alma— da al trabajo educativo el ímpetu y la fuerza para reconstruir desde dentro nuestra sociedad. La labor educativa es siempre eficaz cuando tratamos a las personas con la convicción plena de que son hijos de Dios.

[1] La Midtown Educational Foundation de Chicago sostiene económicamente el Midtown Center para varones, fundado en 1965, y el Metro Achievement Center para mujeres, que comenzó sus labores en 1985.

[2] Metro se empeña en poner por obra las palabras del Papa en su última Encíclica: «la preocupación [social] nunca puede ser una actitud abstracta» (Cfr. Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in Veritate, 29-VI-2009, n. 47).

[3] El Catalyst Chicago proporciona un profundo análisis de las tendencias de la educación en las escuelas públicas de Chicago. Las estadísticas a las que se hace referencia corresponden al reporte de 2009.

[4] Entrevista concedida a Tad Szulc del New York Times, 7-X-1966, publicada en Conversaciones con Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, n. 56.

[5] Cfr. Gerald Vann, The Divine Pity: A Study in the Social Implications of the Beatitudes. Fount Paperbacks, 1985. P. 120.

[6] «[...] hermanos somos, pues somos hijos de un mismo Padre Dios. No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros». San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 106.

[7] San Josemaría, Surco, n. 654.

[8] San Josemaría, Amar al mundo apasionadamente en Conversaciones, n. 115.

[9] Benedicto XVI. Discurso en el encuentro con representantes de otras religiones, 17-IV-2008.

[10] Entrevista concedida a Peter Forbath del Time Magazine, 15-IV-1967, publicada en Conversaciones, n. 27.

[11] Cfr. Midtown Educational Foundation, Annual Report, 2009-2010.

[12] Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in Veritate, 29-VI-2009, n. 47.

[13] Crf. José Luis Illanes. “Trabajo, Justicia y Caridad” en Mundo y santidad, Eunsa, 1996, p. 227.

[14] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 172.

[15] Conversaciones, n. 29.

[16] Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus Caritas est, 25-XII-2005, n. 31.

[17] Cfr. I Cor 13.

[18] Surco, n. 303.

Romana, n. 52, Enero-Junio 2011, p. 136-144.

Enviar a un amigo