envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

El Dios cercano

El 19 de abril se cumplieron cinco años de aquella tarde en la que los cardenales, reunidos en el Cónclave, eligieron a Joseph Ratzinger como sucesor del Apóstol Pedro. Es fácil traer a la memoria el clima y las emociones de aquellos días: tras la muerte de Juan Pablo II, el 2 de abril de 2005, mientras corría el vigésimo séptimo año de su Pontificado, Roma presenció una multitudinaria invasión de gente de todo el mundo. Permanece vivo el recuerdo de las interminables filas formadas con el sencillo propósito de estar unos momentos junto a los restos mortales del amado Papa, o el de la Misa de exequias celebrada por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, así como el del inicio del Cónclave, pocas horas después de terminar la Misa “Pro eligendo Romano Pontifice”.

El 24 de abril, en la homilía del solemne inicio del ministerio petrino, el nuevo Papa abría su corazón al mundo expresando su alegría ante tanto cariño filial, humano y sobrenatural, hacia Juan Pablo II: “algo se ha manifestado de modo maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven”[1].

En el quinto aniversario del pontificado de Benedicto XVI se multiplicaron las manifestaciones de afecto y gratitud hacia el Romano Pontífice. En este número de Romana se reproduce, por ejemplo, la carta firmada por jóvenes de más de 30 países que estuvieron en Roma durante la Semana Santa. Además de hacer referencia a momentos de especial significado que han tenido lugar siendo Papa Benedicto XVI, los jóvenes escriben: “Gracias, Santo Padre, por estos cinco años de Pontificado; por su ejemplo de servicio, y por su ejemplo en la búsqueda de la verdad”. Y, más adelante, añaden: “Gracias, Santidad, por el valor con que invita a todos los fieles de la Iglesia a seguir a Cristo con una entrega total, sin dejarse intimidar por las falsas apariencias de las opiniones dominantes”.

En este volumen se reproduce un artículo del Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, en el que subraya los esfuerzos de Benedicto XVI por dar a conocer al “Dios cercano”, que se ha hecho uno de nosotros y que, en su bondad, ha querido quedarse como alimento para nosotros en la Eucaristía.

Al hilo de estas consideraciones, el Prelado hace ver que Su Santidad, desde el inicio de su ministerio, considera como misión propia el comunicar a los demás la alegría que procede de Dios y suscitar en el mundo un nuevo dinamismo de compromiso en la respuesta humana al amor de Dios, consciente de que “nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo”, y “nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él”[2].

El artículo de Mons. Echevarría trae a la memoria el amor que San Josemaría profesó al Romano Pontífice y que manifestó abiertamente en numerosas ocasiones. “Para mí —decía en una ocasión el Fundador del Opus Dei— después de la Trinidad Santísima y de nuestra Madre la Virgen, en la Jerarquía del amor, viene el Papa”[3]. Y, en otra página de sus escritos, lleno de afecto, levanta su alma en agradecimiento al Señor por este don: “Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón”[4].

[1] Benedicto XVI, Homilía, 24-IV-2005.

[2] Benedicto XVI, Homilía, 24-IV-2005.

[3] Conversaciones, 46.

[4] Camino, 573.

Romana, n. 50, Enero-Junio 2010, p. 8-9.

Enviar a un amigo