envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

La esperanza de África

Los católicos de África, entre ellos los fieles del Opus Dei de este continente —sacerdotes y laicos, mujeres y hombres de toda condición—, han sentido en estos meses la cercanía física del Santo Padre y han palpado de modo particular la unidad de la Iglesia universal. El viaje apostólico de Benedicto XVI a Camerún y Angola, del 17 al 23 de marzo, ha dejado una huella profunda en las naciones africanas. El viaje, además, ha revelado a los católicos de otros países el alma religiosa de África y sus raíces cristianas.

Durante el vuelo de regreso, el pasado 23 de marzo, Benedicto XVI confiaba a los periodistas los sentimientos con que volvía a Roma. El Santo Padre resaltó, por un lado, la cordialidad exuberante y la alegría de un África en fiesta: “me parece que en el Papa han visto la personificación del hecho de que todos somos hijos y familia de Dios; esta familia existe, y nosotros, con todas nuestras limitaciones, formamos parte de ella y Dios está con nosotros. De este modo, digámoslo así, la presencia del Papa ha ayudado a sentir esto y a llenarse de alegría”. Por otro lado —añadía— “me ha impresionado mucho el espíritu de recogimiento en las celebraciones litúrgicas, el intenso sentido de lo sagrado”.

En las diversas reuniones que mantuvo durante aquellos días, Benedicto XVI recordó a los católicos africanos la urgencia de la evangelización, la necesidad de la santidad personal, la conveniencia de promover una intensa pastoral matrimonial y familiar, y el ejercicio de la caridad hacia los más pobres.

La dimensión interreligiosa de este viaje apostólico —el decimoprimero fuera de Italia del pontificado— se hizo más visible durante el encuentro con los representantes de la comunidad musulmana en la Nunciatura Apostólica de Yaundé, el 19 de marzo. El mismo día, el Santo Padre deseó reunirse con el mundo del dolor en el Centro Cardenal Léger de la capital de Camerún: “Me ha llegado al corazón —comentaría posteriormente— ver allí el mundo de tantos sufrimientos —todo el dolor, la tristeza, la pobreza de la existencia humana—, pero también comprobar cómo el Estado y la Iglesia colaboran para ayudar a los que sufren. Por una parte, el Estado administra de modo ejemplar este gran Centro. Por otra, movimientos eclesiales y entidades de la Iglesia colaboran para ayudar realmente a estas personas. Y se ve, me parece, cómo el ser humano, ayudando a quien sufre, se hace más humano, el mundo se hace más humano. Esto es lo que queda grabado en mi memoria”.

En Angola, el Romano Pontífice alentó el proceso de reconciliación, de paz y de reconstrucción nacional, “en el que la Iglesia está llamada a ocupar un papel importante”, y recurrió a la oración de todos para que el continente pueda afrontar con ánimo los grandes desafíos del presente. “Quisiera pedir que la justa realización de las aspiraciones fundamentales de la población más necesitada sea la principal preocupación de los que ejercen cargos públicos, pues su intención —estoy seguro— es desempeñar la misión encomendada, no para sí mismos, sino con vistas al bien común”. Nuestro corazón —añadió Benedicto XVI— “no puede quedarse en paz mientras haya hermanos que sufren por falta de comida, de trabajo, de una casa o de otros bienes fundamentales. Para dar una respuesta concreta a estos nuestros hermanos en humanidad, el primer desafío que se ha de vencer es el de la solidaridad: solidaridad entre las generaciones, solidaridad entre las naciones y entre los continentes, que permita compartir cada vez más ecuánimemente los recursos de la tierra entre todos los hombres”.

A los jóvenes reunidos en el Estadio Dos Coqueiros de Luanda, el 21 de marzo, el Santo Padre aconsejó: “leed atentamente la historia: os podréis dar cuenta de que la Iglesia, con el pasar de los años, no envejece; antes bien, se hace cada vez más joven, porque camina al encuentro del Señor, acercándose más cada día a la única y verdadera fuente de la que mana la juventud, la regeneración y la fuerza de la vida”. Y concluyó con una interpelación personal: “¡Ánimo! —les dijo— Atreveos a tomar decisiones definitivas, porque, en verdad, éstas son las únicas que no destruyen la libertad, sino que crean su correcta orientación, permitiendo avanzar y alcanzar algo grande en la vida. Sin duda, la vida tiene un valor sólo si tenéis el arrojo de la aventura, la confianza de que el Señor nunca os dejará solos”.

El 22 de marzo tuvo lugar un encuentro especialmente dirigido a la mujer africana en la Parroquia de San Antonio (Luanda). El Papa recordó la figura de Teresa Gomes, angoleña fallecida el año 2004 en la ciudad de Sumbe, después de una feliz vida conyugal de la que nacieron siete hijos. “Su fe cristiana fue inquebrantable y su celo apostólico admirable sobre todo en los años 1975 y 1976, cuando una feroz propaganda ideológica y política se abatió sobre la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias de Porto Amboim, consiguiendo casi que se cerraran las puertas de la iglesia. Teresa —explicó Benedicto XVI— se convirtió entonces en la líder de los fieles que no se rindieron ante dicha situación, animándolos, protegiendo valerosamente las estructuras parroquiales y buscando cualquier modo posible para tener de nuevo la santa Misa. Su amor a la Iglesia la hizo incansable en la obra de la evangelización”.

Un momento culminante del viaje apostólico a tierras africanas fue la entrega del Instrumentum laboris de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, que se celebrará en Roma el próximo mes de octubre. Benedicto XVI recordó la importancia del Sínodo para el continente, pero también “para la vida de la Iglesia universal”, e imploró que su desarrollo contribuya a “infundir en cada una de vuestras Iglesias particulares un nuevo impulso evangélico y misionero al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz, según el programa expresado por el Señor mismo: Vosotros sois la sal de la tierra [...]. Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5, 13-14)”.

La unidad de la Iglesia universal con los hermanos y las hermanas de África será por tanto una constante durante el año 2009 y vivirá otro momento álgido en el próximo mes de octubre, cuando numerosos obispos y representantes de las diócesis y realidades eclesiales de África se reunirán en Roma con otros obispos alrededor del Santo Padre y sus colaboradores.

“Tener espíritu católico —escribía el Fundador del Opus Dei— implica que ha de pesar sobre nuestros hombros la preocupación por toda la Iglesia, no sólo de esta parcela concreta o de aquella otra; y exige que nuestra oración se extienda de norte a sur, de este a oeste, con generosa petición” (San Josemaría, Forja, n. 583). La unidad de los cristianos tiene una expresión fundamental en la oración de los unos por los otros. En este año, la Iglesia universal reza y se siente particularmente cercana a la Iglesia que vive en África, que en este momento de la historia ayuda de manera decisiva a las diócesis necesitadas de sacerdotes.

Con este espíritu universal, resulta fácil sumarse al Santo Padre y pronunciar la oración conclusiva del Instrumentum laboris de la próxima Asamblea de Obispos, como él mismo hizo en tierras africanas: “Madre del Perpetuo Socorro, confiamos a tu maternal intercesión la preparación y los frutos del Segundo Sínodo para África. Reina de la Paz, ruega por nosotros. Nuestra Señora de África, ruega por nosotros”.

Romana, n. 48, Enero-Junio 2009, p. 8-10.

Enviar a un amigo