Sacramentum Caritatis
Las tres partes en las que Benedicto XVI ha estructurado la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis reflejan la armonía entre dogma, liturgia y vida: la Eucaristía es un Misterio que se ha de creer, celebrar y vivir. Las consideraciones que siguen se centran en dos aspectos de esa triple dependencia: por una parte, la relación entre fe y celebración; por otra, la relación entre celebración y vida. Ambos temas están muy presentes en la predicación y las enseñanzas del Fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá de Balaguer.
Benedicto XVI pone de relieve que el Sínodo de los Obispos, cuyas conclusiones han dado pie a esta Exhortación Apostólica, «ha reflexionado mucho sobre la relación intrínseca entre fe eucarística y celebración»[1]. La fe de la Iglesia, dice el Papa, «se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía»[2].
Para favorecer que la participación de los fieles en la celebración conlleve un efectivo crecimiento en su fe y un fortalecimiento en ellos de la vida divina, es importante que la celebración del rito sea correcta. Quizá sea ésta una de las enseñanzas centrales del Papa en este documento. La obediencia cabal a las normas litúrgicas manifiesta que la fe celebrada es la fe creída: en la obediencia a sus ritos, la misma Iglesia se hace garante de la armonía entre fe creída y celebrada. El ars celebrandi es, por consiguiente, la mejor premisa para la actuosa participatio, precisamente porque el ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud. Como señala Benedicto XVI: «es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cfr. 1 P 2, 4-5.9)»[3].
A través de la fidelidad a los ritos, el ministro manifiesta que la Eucaristía es, antes que obra humana, acción divina. El cuidadoso seguimiento de gestos y signos, según la cadencia y el orden previsto por la liturgia, expresa «la disposición del ministro para acoger con dócil gratitud dicho don inefable»[4]. Considerada de este modo, la norma litúrgica ayuda a que tanto el ministro celebrante como quienes participan, se sitúen adecuadamente frente a la acción sagrada que se está realizando.
La liturgia, con su ritmo propio, es capaz de expresar de modo privilegiado la serena belleza del amor a Dios: «la sencillez de los gestos y la sobriedad de los signos (...) atraen más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas»[5]. La belleza que debe acompañar siempre a la liturgia no consiste en una búsqueda de determinados efectos, sino que es expresión eminente de la gloria de Dios: un asomarse del Cielo sobre la tierra. También bajo este aspecto la liturgia es acción divina antes que acción humana: no es simplemente el fruto del esfuerzo humano. Se trata, sobre todo, de una hermosura encontrada, más que buscada o producida: un don recibido, una realidad que resplandece en la acción litúrgica que, como acción divina, no está sometida a nuestro arbitrio ni a la moda[6].
En definitiva, el Papa enseña que «por lo que se refiere a la relación entre el ars celebrandi y la actuosa participatio, se ha de afirmar ante todo que la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada»[7]. En la medida en que el cristiano se maraville ante el misterio celebrado, aumentará su capacidad de adorar, de expresar su piedad; el rigor de la liturgia le llevará a Dios[8].
Después de considerar la relación entre fe creída y fe celebrada, tan importante para favorecer la auténtica participación de los fieles, la Exhortación ofrece una nueva ocasión para considerar la profunda dependencia entre Eucaristía y vida cristiana. A este respecto, el Santo Padre hace referencia al nuevo culto espiritual, que se deriva de la Eucaristía como sacramento de la caridad, subrayando así la relación entre el sacramento de la Eucaristía y el amor cristiano, tanto respecto a Dios como al prójimo[9]. Unas palabras de San Josemaría ayudan a ilustrar en qué consiste ese nuevo culto espiritual para un fiel corriente: «Lucha para conseguir que el Santo Sacrificio del Altar sea el centro y la raíz de tu vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en un acto de culto —prolongación de la Misa que has oído y preparación para la siguiente—, que se va desbordando en jaculatorias, en Visitas al Santísimo, en ofrecimiento de tu trabajo profesional y de tu vida familiar...»[10].
La relación entre Eucaristía, vida cristiana y misión apostólica, es, de hecho, central en las enseñanzas de San Josemaría. La fe eucarística no sólo ha de estar presente y operante en el momento de la celebración, sino que debe abarcar la vida entera. Como afirmaba con vigor, no es posible vivir como si ser cristiano fuera «ir al templo, participar en las sagradas ceremonias, incrustarse en una sociología eclesiástica, en una especie de mundo segregado, que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino»[11]. Al contrario, es la vida ordinaria el verdadero lugar de la existencia cristiana: «allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo»[12]. Estas palabras del Fundador del Opus Dei, pronunciadas hace 40 años en el contexto de una celebración eucarística a cielo abierto, nos pueden ayudar a comprender la relación entre Eucaristía y vida, a la que nos exhorta el Santo Padre. La Eucaristía, señala el Papa, «como misterio que se ha de vivir, se ofrece a cada persona en la condición en que se encuentra, haciendo que viva cotidianamente la novedad cristiana en su situación existencial»[13]. Los laicos, en concreto, están llamados a desarrollar su particular vocación en las condiciones comunes de la existencia. Conformados con Cristo por la Eucaristía, su misión es ser testigos del amor de Dios en la vida ordinaria, y especialmente en su ambiente de trabajo y en la familia.
La vida divina que brota de la Eucaristía es, por tanto, inseparable de la misión apostólica, como indica el Santo Padre al comentar el Ite missa est con el que el ministro sagrado saluda a los fieles al concluir la celebración: «conviene ayudar al Pueblo de Dios a que, apoyándose en la liturgia, profundice en esta dimensión constitutiva —se refiere a la naturaleza misionera— de la vida eclesial»[14]. Esta relación entre vida y misión la formulaba el fundador del Opus Dei con expresión penetrante: «Tu apostolado debe ser una superabundancia de tu vida “para adentro”»[15]. La misión de la Iglesia es difundir la vida y la caridad de Cristo, que brota de la Eucaristía como de su fuente. No en vano, la Exhortación Apostólica es una reflexión sobre la Eucaristía como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia; es decir, de la santificación del mundo.
La exhortación Sacramentum Caritatis es, en definitiva, una buena ocasión para apreciar con renovado agradecimiento el don eucarístico, y comprender mejor el nexo entre Eucaristía y vida cristiana.
[1] BENEDICTO XVI, Ex. Ap. Sacramentum caritatis, n. 34.
[2] Ibid., n. 6.
[3] Ibid., n. 38.
[4] Ibid., n. 40.
[5] Ibid.
[6] Cfr. Ibid., n. 36.
[7] Ibid., n. 64.
[8] Cfr. SAN JOSEMARÍA, Camino, n. 543.
[9] Cfr. BENEDICTO XVI, Ex. Ap. Sacramentum caritatis, n. 5.
[10] SAN JOSEMARÍA, Forja, n. 69.
[11] SAN JOSEMARÍA, Amar al mundo apasionadamente, en Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 113.
[12] Ibid.
[13] BENEDICTO XVI, Ex. Ap. Sacramentum caritatis, n. 79.
[14] Ibid., n. 51.
[15] SAN JOSEMARÍA, Camino, n. 961.
Romana, n. 44, enero-junio 2007, p. 8-10.