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San Josemaría Escrivá, lector de la Sagrada Escritura

La Sagrada Escritura es palabra de Dios siempre actual. Por eso, los estudios bíblicos no pueden limitarse a investigar cuestiones de la historia pasada sino que están llamados también a buscar las huellas de ese diálogo de Dios que sale al encuentro de los hombres y les habla[1]. Y es innegable que esa conversación se realiza máximamente en la vida de los santos —en su sentido bíblico, es decir, no sólo los que han sido oficialmente canonizados por la Iglesia, sino todos aquellos que por la gracia están en el ámbito de Dios, sostenidos por la fe y la caridad—, ya que ellos se encuentran en las condiciones de escuchar y responder más adecuadas para el establecimiento de esa sintonía vital y afectiva con Dios, que permite encontrar la Palabra de Dios en las palabras escritas que configuran el texto de la Biblia[2]. Por eso, un estudio teológico de la Sagrada Escritura requiere prestar atención a los modos en que la lectura de la Sagrada Biblia ha fecundado la vida de los santos.

En la biografía de San Josemaría Escrivá, desde los inicios de su actividad sacerdotal, y aún desde antes, hay testimonios de una lectura de la Escritura que vivifica su alma y que hace viva en sus obras la palabra de Dios[3].

Una investigación exhaustiva acerca de la riqueza de contenido que sale a la luz cuando San Josemaría lee e invita a leer el Evangelio o cualquier pasaje bíblico es una tarea ingente, ya que los textos y frases de la Sagrada Escritura constituyen de ordinario la falsilla de su predicación, de su catequesis, e incluso con gran frecuencia de su conversación ordinaria, en la que con gracia humana y sobrenatural repartía con generosidad el tesoro de la Palabra de Dios.

El presente estudio se limita, pues, a una primera aproximación teológica a su actividad como lector de la Sagrada Escritura, desde tres perspectivas complementarias. La primera, de carácter biográfico, se refiere a momentos puntuales de su vida en los que, de un modo u otro, «oye» la voz de Dios con palabras de la Escritura. La segunda indaga los pasajes de la Escritura, meditados una y otra vez, que han dejado una huella más profunda en sus escritos. La tercera se fija su personalísimo estilo de proponer el Evangelio en la predicación. En ningún caso se pretenden agotar los textos comentados ni los significados que saca en ellos a la luz. Sólo se trata de proponer unos ejemplos que puedan ser significativos.

En diálogo con Dios, a través de la Sagrada Escritura

Antes de nada, algunas consideraciones acerca del perfil de lector de la Biblia que es posible encontrar en San Josemaría Escrivá.

De entrada, sus biógrafos han dejado constancia de que era un buen lector de la literatura clásica, española, y espiritual[4]. También leyó y conocía bien los escritos de los Padres de la Iglesia[5]. Pero la Sagrada Biblia, especialmente los Evangelios, no fue sólo en sus manos un buen libro de lectura donde encontrar abundante instrucción provechosa, sino un lugar de encuentro con Cristo.

Había estudiado con hondura en el Seminario las materias bíblicas, en las que obtuvo excelentes calificaciones[6] y siempre accede a los libros sagrados desde su experiencia vital en la fe de la Iglesia. Sus comentarios se mueven de ordinario en el ámbito de la predicación.

Una característica del perfil de San Josemaría, con diversas manifestaciones en su fisonomía espiritual y su modo de actuar, es el valor que concede a las cosas pequeñas como manifestación de su amor a Dios. Y esto es algo que se refleja en su actividad como lector de la Escritura. Situado ante el texto presta una cuidadosa atención a cada detalle, a cada frase, gesto y reacción de los personajes, a cada palabra...

La Sagrada Escritura, leída, releída y profundamente meditada, fue dejando en él un poso de «textos pequeños», frases incisivas, con frecuencia muy breves —en ocasiones, sólo una o dos palabras— que prolongaban ese diálogo divino, oración, más allá del momento mismo de su lectura, impregnando toda su actividad cotidiana: las repetía para sí por la calle o mientras trabajaba, e iba descubriendo que esas palabras no le estaban hablando de un pasado glorioso pero remoto, sino del presente que se abría ante sus ojos[7].

Se podría mencionar como ilustración de lo que acabamos de decir, el empleo que hace de la expresión ut videam!, que son palabras del ciego de Jericó cuando Jesús le pregunta: «¿Qué quieres que te haga?», y él responde «Rabboni, que vea» (Mc 10,51). San Josemaría había leído con atención la escena desde muy joven, y le habían impresionado el arrojo de Bartimeo que se desprende hasta del manto que le proporcionaba abrigo por acercarse a Jesús y la sencillez con la que expone lo que necesita, así como la rápida respuesta del Maestro, que se conmueve ante tal arranque de audacia y sencillez, y le concede inmediatamente la vista (cfr. Mc 10, 46-52). Cuando en su juventud percibía que el Señor le pedía algo, que aún no sabía con exactitud lo que era, a la vez que se ponía por completo en las manos de Dios, rezaba con insistencia pidiendo luces: ut videam![8] Así lo recordaba él mismo años después, en 1947[9]:

«Yo no puedo dejar de recordar que, al meditar este pasaje muchos años atrás, al comprobar que Jesús esperaba algo de mí —¡algo que yo no sabía qué era!—, hice mis jaculatorias. Señor, ¿qué quieres?, ¿qué me pides? Presentía que me buscaba para algo nuevo y el Rabboni, ut videam —Maestro, que vea— me movió a suplicar a Cristo, en una continua oración: Señor, que eso que Tú quieres, se cumpla»

En otras ocasiones, la palabra de Dios sembrada en su corazón con la lectura pausada, brotaba espontánea en el momento oportuno con una fuerza tal que hace pensar en la experiencia mística. Un hecho así es el que está detrás de la anotación que consignó en sus Apuntes en octubre de 1931[10]:

«Sentí la acción del Señor, que hacía germinar en mi corazón y en mis labios, con la fuerza de algo imperiosamente necesario, esta tierna invocación: Abba! Pater! —son palabras de Gal 4,6— Estaba yo en la calle, en un tranvía [...]. Probablemente hice aquella oración en voz alta.

Y anduve por las calles de Madrid, quizá una hora, quizá dos, no lo puedo decir, el tiempo se pasó sin sentirlo. Me debieron tomar por loco. Estuve contemplando con luces que no eran mías esa asombrosa verdad, que quedó encendida como una brasa en mi alma para no apagarse nunca»

Otras experiencias de ese estilo también le abrieron perspectivas innovadoras y sorprendentes en algunos pasajes bíblicos. Así sucede, por ejemplo, con las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan: «Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32), de las que el evangelista comenta: «Decía esto señalando de qué muerte iba a morir» (Jn 12,33). Pues, bien, unos días antes del texto antes citado, el 7 de agosto de 1931, había anotado[11]:

«Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme —acababa de hacer in mente la ofrenda al amor misericordioso—, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Ioann. 12,32). Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el ne timeas!, soy Yo. Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas»[12]

Hay en estas breves pinceladas biográficas a las que acabamos de aludir, algún detalle pequeño, que podría parecer irrelevante —consecuencia del momento histórico y de sus costumbres—, pero que es significativo. Nos referimos al hecho de que esas palabras que le golpean, aunque de distinto modo, y repite una y otra vez —ut videam!; Abba, Pater!; et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum; ne timeas!— están siempre en latín. La razón parece clara: él lee la Sagrada Escritura en la Vulgata latina, como era habitual en aquellos años. Pero este detalle aparentemente anecdótico pone de manifiesto que «oye» la palabra de Dios en el hoy, ahora, de cada momento, como la había leído en un texto que estaba en latín. Ese impulso vital de la locución lo mueve el Espíritu Santo con palabras de la Escritura, que son expresión de la palabra de Dios. San Josemaría es lector asiduo y atento de la palabra de Dios, pero no sólo es lector, escucha. Y eso le permite oír la voz de Dios y entender el sentido que el Señor le comunica con esas palabras de la Escritura.

Frases breves e incisivas, como las mencionadas, son frecuentes en su predicación y en sus escritos[13]. Aunque las palabras de la Escritura son siempre como el cañamazo que sostiene su discurso[14], en sus obras no se detiene de ordinario en cuestiones académicas, como la presentación general de un pasaje, el análisis de su estructuración o la explicitación de sus contenidos. A veces, cita literalmente algunos versículos seguidos del texto bíblico, pero en general, tiende a captar y exponer en pocos y enérgicos trazos su contenido fundamental, para luego subrayar su impacto con algunos fragmentos mínimos. El recuerdo de pocas palabras condensa en sentido metonímico toda una escena rica en evocaciones. Así sucede, por ejemplo, en una consideración recogida en Surco[15]:

«¿Quieres vivir la audacia santa, para conseguir que Dios actúe a través de ti? —Recurre a María, y Ella te acompañará por el camino de la humildad, de modo que, ante los imposibles para la mente humana, sepas responder con un “fiat” —¡hágase!, que una la tierra al Cielo».

En este caso, la sola mención de la palabra fiat es suficiente para recordar el versículo completo —«Dijo entonces María: —He aquí la esclava del Señor, hágase (fiat) en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró de su presencia» (Lc 1,38)— que evoca todo el pasaje de la Anunciación y condensa en el lector el recuerdo de la acción divina que llama en la vocación sobrenatural, de la aceptación sin condiciones de los planes de Dios, y de las consecuencias que se siguieron: la Encarnación del Hijo de Dios. Universo de referencias que no se contempla como una realidad ideal ni lejana, sino como parte del mundo al que el lector es invitado a incorporarse.

Teniendo en cuenta el tipo de relación con la Biblia que se desprende de los escritos de San Josemaría en esta primera aproximación, parece conveniente indagar cuáles son esas frases breves de procedencia bíblica que menciona con más frecuencia, y buscar en qué sentidos las utiliza. A esta tarea dedicaremos el siguiente apartado de nuestra exposición.

Sólo después será posible una ulterior reflexión acerca de la actitud hermenéutica que encierran los comentarios de San Josemaría, buscando en sus obras declaraciones explícitas —aunque habitualmente dichas de paso, como dejando caer un comentario al hilo de sus meditaciones— sobre el modo en que lee y enseña a leer la Sagrada Escritura.

Palabras de la Sagrada Escritura más citadas

Un acercamiento simplemente numérico al empleo de la Biblia en los escritos de cualquier autor está lleno de limitaciones, y por sí solo puede ser poco significativo. Pero siempre ofrece unos datos objetivos y comprobables por cualquiera sobre los que es posible establecer algunas conclusiones y comenzar a trabajar.

No se trata aquí de presentar una mera colección de tablas numéricas ni un estudio de frecuencias estadísticas, sino de prestar atención a las palabras o frases que reaparecen con más frecuencia, una y otra vez, en escritos suyos de diversos géneros y estilos.

Para nuestro recuento de frecuencias nos hemos limitado a las obras actualmente publicadas de San Josemaría. De una parte están los textos, aunque procedentes de fechas muy diversas, de Camino, Santo Rosario, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer y la colección de homilías Es Cristo que pasa que fueron los libros publicados en vida del autor —además de La abadesa de las Huelgas, estudio histórico-jurídico que cae fuera del ámbito de nuestro estudio—. A éstos se añaden los de Amigos de Dios, Surco, Forja, Amar a la Iglesia y Via Crucis, que San Josemaría ya había revisado en orden a su publicación, pero que se dieron a la imprenta después de su muerte. No se han tomado en consideración sus escritos aún no publicados. Somos, pues, conscientes de que este trabajo constituye sólo un primer intento de aproximación al tema propuesto.

Llegados a este punto, se impone una breve reflexión metodológica: ¿Tiene sentido para la cuestión que estamos estudiando, detenerse en un simple recuento numérico?

Pienso que sí, ya que para realizar una descripción empírica —en la medida en que sea posible— del encuentro de Dios con los hombres en la Escritura hay que acudir también a los planteamientos humanos y a los datos experimentales.

La Escritura se predica, se escucha y se lee. Pero desde una consideración fenomenológica, el acto primero es la lectura: lo que no se lee no se puede proclamar ni escuchar. Un texto que no se lee es letra muerta[16]. Por eso, preguntarse por los textos de los que hay constancia de que han sido más usados en sus obras es interesarse por aquellos textos leídos y escuchados que han mostrado una fuerte vitalidad en la lectura realizada por San Josemaría.

De hecho, la simple enumeración de los textos de la Sagrada Escritura más citados explícitamente[17], resulta de por sí bastante ilustrativa. Son los siguientes:

Los dos textos que aparecen en más ocasiones —catorce cada uno— son el versículo de Lc 1,38, y dentro de él especialmente las palabras: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra»[18], y la primera parte del himno cristológico de la Carta a los Filipenses (Flp 2,6-8), sobre todo la expresión: «se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz»[19].

El tercer lugar en frecuencia de citas, doce veces, corresponde a las palabras de Mt 11,29-30: «Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera»[20]. Tanto éste como los dos anteriores, que constituyen el trío de textos más citados, son ejemplos notables de la dimensión performativa —impulso que mueve a la acción— de la palabra. En este caso reclaman una aceptación rendida de los planes de Dios y una entrega personal sin condiciones y sin miedo, siguiendo los pasos de Jesús.

Le sigue, con diez menciones, la anotación que hace el Evangelio de Juan acerca de quiénes estaban presentes en el Calvario: «Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19,25)[21]. Texto de carácter informativo, pero a la vez fuertemente expresivo de lo que es la fidelidad.

Dos textos de procedencias y contexto muy distintos, pero de contenido muy similar, son los que ocupan las siguientes posiciones, con el mismo número de menciones explícitas, nueve. El primero procede de las palabras que el Cuarto Evangelio pone en boca de Jesús en la Última Cena: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5)[22]. El segundo es una exclamación de San Pablo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4,13)[23]. En ambos, y especialmente en el segundo, la dimensión expresiva tiene un fuerte componente didáctico al señalar dónde está el fundamento de la energía interior que el lector percibe que necesita para responder a la llamada que le han dirigido los textos antes citados.

A continuación, aparece de nuevo la Escritura en su dimensión apelativa: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga» (Mt 16,24), que es repetida y comentada ocho veces en las mencionadas obras de San Josemaría[24].

Entre las palabras recurrentes en su predicación y en su pluma figura una fuerte apelación de Jesús: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros» (Jn 13,34-35)[25], y una confesión explícita de amor a Jesús realizada, como respuesta a su pregunta directa: «¿Me quieres?», por parte de San Pedro: «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero» (Jn 21,17)[26]. Estos textos son citados en siete ocasiones.

Por último, tres son los textos mencionados en seis ocasiones cada uno. El primero es un grito fuertemente expresivo: «Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda?» (Lc 12,49)[27]. El segundo, una apelación confiada, inseparablemente unida a una confesión de las más íntimas disposiciones: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42)[28]. Y el tercero, de carácter informativo, para explicar que esas disposiciones no son algo extraordinario, pues todos los cristianos están llamados a la santidad: «ya que en él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor» (Ef 1,4)[29].

Estos datos resultan especialmente reveladores de la actitud y el interés con que San Josemaría accede a la meditación de la Biblia si se tiene en cuenta que en su obra publicada hay miles de referencias bíblicas, muy variadas. En ella se exponen todos los grandes temas de la catequesis y la espiritualidad cristiana, con un recurso constante a la Sagrada Escritura, por lo que la riqueza de textos bíblicos utilizados y comentados es inmensa. Sin embargo, los textos recurrentes que aparecen una y otra vez no son muchos. El elenco que se acaba de presentar reúne todos los textos citados más de cinco veces, y no resulta excesivamente extenso. Por eso, su contenido ofrece bastante información implícita acerca del modo en que lee la Escritura.

Se puede observar, en primer lugar, que no se trata de pasajes enteros. No hay entre esos textos más frecuentemente citados ninguna perícopa completa. A la vez, se descubre en ellos una alta densidad de contenido, que incide especialmente en dos aspectos. El primero es la presentación de Jesucristo, tanto en sus hechos como en sus palabras, como modelo para el cristiano. El segundo es el impulso a una respuesta del hombre a Dios y, en ese ámbito es paradigmática la figura de María con su sí a los planes de Dios manifestados en la anunciación, un sí que permanece inmutable en su fidelidad al pie de la Cruz[30].

Asomarse a cualquiera de sus comentarios sobre estos textos ayuda a percibir el vigor que encierra la palabra de Dios, que es convocada a manifestar su eficacia en el hoy y ahora de cada momento. Prestemos atención, por ejemplo, a unas palabras de San Josemaría predicando sobre la obediencia[31]:

«No nos oculta el Señor que esa obediencia rendida a la voluntad de Dios exige renuncia y entrega, porque el Amor no pide derechos: quiere servir. Él ha recorrido primero el camino. Jesús, ¿cómo obedeciste tú? Usque ad mortem, mortem autem crucis[32], hasta la muerte y muerte de la cruz. Hay que salir de uno mismo, complicarse la vida, perderla por amor de Dios y de las almas. He aquí que tú querías vivir, y no querías que nada te sucediera; pero Dios quiso otra cosa. Existen dos voluntades: tu voluntad debe ser corregida, para identificarse con la voluntad de Dios; y no la de Dios torcida, para acomodarse a la tuya[33].

Yo he visto con gozo a muchas almas que se han jugado la vida —como tú, Señor, usque ad mortem—, al cumplir lo que la voluntad de Dios les pedía: han dedicado sus afanes y su trabajo profesional al servicio de la Iglesia, por el bien de todos los hombres.

Aprendamos a obedecer, aprendamos a servir: no hay mejor señorío que querer entregarse voluntariamente a ser útil a los demás. Cuando sentimos el orgullo que barbota dentro de nosotros, la soberbia que nos hace pensar que somos superhombres, es el momento de decir que no, de decir que nuestro único triunfo ha de ser el de la humildad. Así nos identificaremos con Cristo en la Cruz, no molestos o inquietos o con mala gracia, sino alegres: porque esa alegría, en el olvido de sí mismo, es la mejor prueba de amor».

Al evocar el testimonio de Jesús, la utilización intertextual de la Sagrada Escritura es vehículo con el que el autor penetra en el alma del lector y remueve sus sentimientos con un estilo cortado y directo[34]. Las palabras de la Escritura (Flp 2,8-9) aparecen como respuesta a una pregunta dirigida a Jesús —«¿cómo obedeciste tú?»—. Nos encontramos, pues, en una lectura dentro de un proceso comunicativo en sentido estricto, realizado desde la oración. A la vez que contempla el ejemplo de Jesús, no se queda en una mera admiración agradecida por lo que ha hecho, sino que saca a flote el vigor del texto para interpelar al oyente en el momento actual y conducirlo a esa identificación vital con Cristo. Se aporta el testimonio personal de que esa palabra ha sido eficaz —«Yo he visto con gozo a muchas almas que se han jugado la vida —como tú, Señor, usque ad mortem—, al cumplir lo que la voluntad de Dios les pedía...»— y se ayuda a concretar una respuesta de entrega generosa.

El comentario de San Josemaría no busca directamente ofrecer una exposición académica ni una reflexión teológica —sobre la kénosis de Cristo— ni componer un tratado u ofrecer los fundamentos bíblicos de una virtud —la obediencia, en este caso—. Le interesa, aquí y en la mayor parte de los casos, la vida del cristiano actual, el discípulo de Cristo que ha de imitar al Maestro hasta identificarse con él y hacerlo presente en medio del mundo[35].

El texto de Filipenses evoca el contraste entre Jesucristo y Adán, que siendo hombre ambicionó ser como Dios (cfr Gn 3,5), mientras que Jesucristo, siendo Dios, «se anonadó a sí mismo» (Flp 2,7). La obediencia de Cristo hasta la cruz (Flp 2,8) reparó la desobediencia del primer hombre. San Josemaría lee el texto y, a la vez que contempla el ejemplo de Jesucristo, tiene ante sus ojos al cristiano de nuestro tiempo. Frente a la tentación de constituirse en «superhombre», de «ser como Dios» y desobedecer, le presenta el modo de ser verdaderamente hombre y «señor» —a imagen de Dios— que consiste en imitar a Jesucristo para descubrir el «señorío de servir».

Otro ejemplo que ilustra la misma actitud hermenéutica en un contexto muy distinto. Se trata de una entrevista[36]. Le habían preguntado: ¿Podría decirnos, para terminar, cómo considera que se debe promover el papel de la mujer en la vida de la Iglesia? Y su larga contestación termina diciendo[37]:

«Cristianizar desde dentro el mundo entero, mostrando que Jesucristo ha redimido a toda la humanidad: ésa es la misión del cristiano. Y la mujer participará en ella de la manera que le es propia, tanto en el hogar, como en las otras ocupaciones que desarrolle, realizando las peculiares virtualidades que le corresponden.

Lo principal es, pues, que como Santa María —mujer, Virgen y Madre— vivan de cara a Dios, pronunciando ese fiat mihi secundum verbum tuum (Luc 1, 38), hágase en mí según tu palabra, del que depende la fidelidad a la personal vocación, única e intransferible en cada caso, que nos hará ser cooperadores de la obra de salvación que Dios realiza en nosotros y en el mundo entero»

Las palabras evangélicas de la respuesta de Santa María al anuncio del ángel son presentadas como dichas al oído de una mujer contemporánea para que ya sea en el hogar, ya en cualquier otra ocupación profesional, exprese su adhesión incondicional a la llamada que Dios le dirige allá donde está, para que desde allí coopere de modo directo en «la obra de salvación que Dios realiza en nosotros y en el mundo entero».

Por encima de lo que sería un comentario en el sentido obvio del texto bíblico, lo mismo que sus palabras con ocasión del texto de Filipenses antes tratado, también aquí aflora esa antropología cristiana del «hombre nuevo» —más precisamente de la «mujer nueva» en este caso— llamado a hacer actual el Evangelio no sólo en la actualidad ideal del acto de lectura, sino en la vida real de cada día.

Los ejemplos se podrían multiplicar. Hemos elegido uno de los comentarios de San Josemaría a cada uno de los dos textos bíblicos más citados en sus obras. Pero estos pueden bastar para el objetivo que nos habíamos marcado para esta fase de nuestro estudio: adentrarnos, a través de los datos numéricos fácilmente comprobables por cualquiera, en lo que esos textos más repetidamente utilizados reflejan de modo implícito acerca de su actitud hermenéutica.

Llega ahora el momento de indagar en sus escritos en busca de expresiones que delaten de modo más explícito ese talante suyo en el modo de leer la Biblia.

«Como un personaje más»

Leer, como ha subrayado la estética de la recepción, no consiste en la mera decodificación lineal de los signos escritos. En el acto de lectura se activan unos resortes que despliegan el potencial del texto. Al avanzar en la lectura se va recordando algo leído unas páginas antes, se van abriendo nuevas expectativas que aguardan una respuesta, se van cubriendo por el lector los huecos del texto, aquellos aspectos o detalles sobre los que el texto guarda silencio[38]. En definitiva, a través de los signos se construye un mundo de referencias, se configura lo que se ha dado en denominar el «mundo del texto»[39], aquello de lo que habla el texto.

Cuando se lee la Sagrada Escritura, el propio texto bíblico reclama esa apropiación por parte del lector de la Palabra de Dios que encierra. Y esa operación se hace en la Iglesia con la guía que proporciona no sólo el texto, sino también el Espíritu Santo, con los que se configura el «mundo del texto» del lector cristiano, que mientras lee tiene presentes el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe[40].

El texto es un universo de verdades, que está abierto a las preguntas que se le hacen. Por ejemplo, el evangelio de San Marcos no sólo dice lo que el evangelista quiere transmitir a sus lectores al redactarlo, sino que dice mucho más. El evangelista quiere señalar ciertamente la necesidad de descubrir quién es Jesucristo, y la de confesarle, y hacer que el Evangelio llegue a los confines de la tierra. Pero, a través del mundo del texto que construye también es posible conocer muchas más cosas, como el modo de actuar de Jesús, de Pedro, y de otros personajes que aparecen en él. También informa acerca del valor que se concedía a las tradiciones de los antiguos, y muchos otros aspectos concretos de los usos y costumbres del momento.

Si el texto es un universo de verdades abierto a las preguntas que se le hacen, a nadie escapa que la profundidad de las respuestas que ofrezca al lector, depende de la entidad de la pregunta que el lector le haga. Por eso, en esta parte de nuestra exposición vamos a indagar sobre el modo en que San Josemaría pregunta al texto.

Un consejo breve e incisivo contenido en Forja permite atisbar tras su laconismo a un lector que accede a la Escritura preguntándose por lo que Dios le dice en el propio acto de lectura[41]:

«¿Quieres aprender de Cristo y tomar ejemplo de su vida? —Abre el Santo Evangelio, y escucha el diálogo de Dios con los hombres..., contigo»

El Evangelio es un libro que permite asomarse a unos hechos del pasado que siguen activos en el presente, y en los que el lector está llamado a implicarse, escuchando con atención las palabras que están allí dirigidas a él. Ese consejo es la expresión de una experiencia hermenéutica largamente vivida, que aflora con naturalidad en su predicación[42]:

«Como de costumbre, abramos el Nuevo Testamento, en esta ocasión por el capítulo XI de San Mateo: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt XI, 29). ¿Te fijas? Hemos de aprender de El, de Jesús, nuestro único modelo. Si quieres ir adelante previniendo tropiezos y extravíos, no tienes más que andar por donde El anduvo, apoyar tus plantas sobre la impronta de sus pisadas, adentrarte en su Corazón humilde y paciente, beber del manantial de sus mandatos y afectos; en una palabra, has de identificarte con Jesucristo, has de procurar convertirte de verdad en otro Cristo entre tus hermanos los hombres».

El autor envuelve al lector en su acercamiento al texto bíblico. Muestra su experiencia personal al lector y le invita a buscar por sí mismo los modos de aprender de Cristo. «Se puede ir incluso más lejos: la intención del Beato Josemaría —escribía hace años un crítico literario— es que el receptor tome la iniciativa y llegue a ser creador, coautor, autor principal del discurso»[43]. Por eso, San Josemaría invita a leer desde dentro la Sagrada Escritura[44]:

«Para acercarse al Señor a través de las páginas del Santo Evangelio, recomiendo siempre que os esforcéis por meteros de tal modo en la escena, que participéis como un personaje más. Así —sé de tantas almas normales y corrientes que lo viven—, os ensimismaréis como María, pendiente de las palabras de Jesús o, como Marta, os atreveréis a manifestarle sinceramente vuestras inquietudes, hasta las más pequeñas».

Pero, y aquí está la clave para entender su pensamiento y su modo de leer la Biblia, no invita al lector a viajar con la imaginación en el tiempo para recrear un relato ambientado en un pasado lejano, sino a contemplar el mundo actual que cada uno tiene por delante, y a acudir al texto sagrado como punto de referencia para valorar en sus justas dimensiones sobrenaturales la propia experiencia[45]:

«Mezclaos con frecuencia entre los personajes del Nuevo Testamento. Saboread aquellas escenas conmovedoras en las que el Maestro actúa con gestos divinos y humanos, o relata con giros humanos y divinos la historia sublime del perdón, la de su Amor ininterrumpido por sus hijos. Esos trasuntos del Cielo se renuevan también ahora, en la perenne actualidad del Evangelio: se palpa, se nota, cabe afirmar que se toca con las manos la protección divina; un amparo que gana en vigor, cuando vamos adelante a pesar de los traspiés, cuando comenzamos y recomenzamos, que esto es la vida interior, vivida con la esperanza en Dios».

Ahora bien, ¿no es una farsa, un mero ejercicio de imaginación, recrear en el presente unas escenas del pasado? San Josemaría es bien consciente de esa posible dificultad, y su respuesta incide a fondo en la concepción teológica de lo que es un cristiano[46]:

«¡Vive junto a Cristo!: debes ser, en el Evangelio, un personaje más, conviviendo con Pedro, con Juan, con Andrés..., porque Cristo también vive ahora: “Iesus Christus, heri et hodie, ipse et in sæcula!” —¡Jesucristo vive!, hoy como ayer: es el mismo, por los siglos de los siglos»

La razón es que Jesús no es una figura admirable que sólo una imaginación creativa puede reconstruir entre los restos arqueológicos de hace más de dos mil años, sino que Jesucristo resucitado vive también ahora, y busca también en nuestro tiempo discípulos que vivan junto a Él y trabajen a su lado. Es más, mujeres y hombres que, identificados con Cristo, lo hagan presente en el mundo[47].

Se podría decir que, sobre esa base teológica, es posible encontrar en sus escritos una guía para leer la Biblia como Sagrada Escritura, adecuada para que el lector escuche la Palabra de Dios que se le dirige personalmente. En una de sus homilías recomienda[48]:

«Yo te aconsejo que, en tu oración, intervengas en los pasajes del Evangelio, como un personaje más. Primero te imaginas la escena o el misterio, que te servirá para recogerte y meditar. Después aplicas el entendimiento, para considerar aquel rasgo de la vida del Maestro: su Corazón enternecido, su humildad, su pureza, su cumplimiento de la Voluntad del Padre. Luego cuéntale lo que a ti en estas cosas te suele suceder, lo que te pasa, lo que te está ocurriendo. Permanece atento, porque quizá El querrá indicarte algo: y surgirán esas mociones interiores, ese caer en la cuenta, esas reconvenciones»

Se trata de no quedarse inactivo en la contemplación de las escenas, sino de vivirlas personalmente «como un personaje más»[49]. San Josemaría «despliega su ministerio de la Palabra enseñando a escuchar la voz de Dios, que llama a cada uno a santificarse en su propia situación, en el puesto que la Providencia le ha asignado»[50]. En Forja ha condensado en pocas palabras la pauta fundamental para leer y vivir el Evangelio:

«Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra —obras y dichos de Cristo— no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia.

»—El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida.

»Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?...” —¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante.

»Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. —Así han procedido los santos»[51]

San Josemaría implica al lector en las escenas narradas en los Evangelios, «”entra” y “hace entrar” en el Evangelio, que adquiere así su necesaria y convincente dimensión formativa, al mismo tiempo que introduce al conocimiento del misterio de Cristo y a la comunión con Él»[52]. Con singular fuerza lo hace al leer la Pasión[53]:

«¿Quieres acompañar de cerca, muy de cerca, a Jesús?... Abre el Santo Evangelio y lee la Pasión del Señor. Pero leer sólo, no: vivir. La diferencia es grande. Leer es recordar una cosa que pasó; vivir es hallarse presente en un acontecimiento que está sucediendo ahora mismo, ser uno más en aquellas escenas.

Entonces, deja que tu corazón se expansione, que se ponga junto al Señor. Y cuando notes que se escapa —que eres cobarde, como los otros—, pide perdón por tus cobardías y las mías»

El discurso de San Josemaría se mueve en el ámbito del logos pragmatikós, de la palabra que actúa para conducir al lector al encuentro con Dios. Como se ha hecho notar con acierto acerca de su obra literaria, «el autor realiza a través del discurso diversos actos: el primero de ellos, contemplar; el último, hacer que el receptor o lector contemple (...) La finalidad no es sólo estética. Hay un deliberado propósito de conmover al lector y sumirlo en la contemplación»[54].

De este modo es posible constatar la perenne actualidad del Evangelio. «Respetuosa del texto y de su enseñanza, la exégesis del Fundador del Opus Dei puede definirse como “de total implicación”, que deja el alma saciada»[55].

En diálogo con la Palabra de Dios

Tras el esbozo de acercamiento al modo de lectura del texto bíblico que se aprecia en los escritos de San Josemaría que hemos realizado, llega el momento de intentar una síntesis.

Señalemos, pues, en primer lugar, que este amor suyo por las «cosas pequeñas» antes mencionado es inseparable de una percepción extremadamente aguda de los detalles, máxime cuando se trata de palabras leídas en el Evangelio. Esos contenidos han dejado tal poso en él que cuando escribe no parece que tenga nada personal que aportar, sino el argumento que proporcionan unas palabras o frases de la Escritura experimentadas en la vida. Los escritos de San Josemaría reflejan una idea de la vida cristiana como un organismo estructurado y vitalizado por las palabras de la Escritura.

San Josemaría lleva a sus lectores de lo particular y concreto, a lo general. Convierte lo que parecía irrelevante en significativo mediante un estilo peculiar que pone de realce las cualidades específicas del texto de la Sagrada Escritura.

Si se examinan con atención sus escritos se aprecia con claridad que hasta la mención del más pequeño fragmento de texto sagrado demuestra la atenta lectura realizada y las huellas que tal lectura le ha dejado, es decir, la eficacia del texto leído.

«La Biblia fue siempre para San Josemaría el lenguaje referencial primario»[56]. Cada una de sus páginas está impregnada por palabras y contenidos de la Sagrada Escritura, que al ser meditados una y otra vez le habían permitido establecer ese diálogo con la Palabra de Dios, imprescindible en el proceso comunicativo que da cauce vital y despliega la eficacia del texto bíblico[57]. San Josemaría intercala esos breves fragmentos o frases de resonancias bíblicas en el hilo de su narración, acompañados por comentarios también breves —a veces sin más comentario—, dejando que esa cita condensada active la maquinaria interior en el acto de lectura.

No es, pues, un teorizador de la exégesis ni de la hermenéutica, sino un lector de la Sagrada Escritura en cuanto tal, y un excelente guía para una auténtica lectura, aquella que no se distrae con el ropaje sino que llega a establecer una comunicación personal con la Palabra de Dios que le habla en el texto bíblico. San Josemaría no desconoce los eruditos análisis globales del entramado textual de los pasajes bíblicos, pero opta por mostrar unos hilos sueltos, como si el texto bíblico estuviera reclamando ser liberado de unos lazos metodológicos que lo encorsetan y que pueden hacerlo estéril, al distraer de lo esencial en el proceso comunicativo la atención del lector.

San Josemaría no entra en la Biblia como un investigador en un anticuario. Su lectura de los textos nada tiene de reconstrucción arqueológica de unos momentos pasados de la historia. Por el contrario, lee esos textos haciéndolos vida que se inserta plenamente en el debate cultural y religioso de cada momento. Aunque San Josemaría conoce las grandes corrientes exegéticas de su tiempo, marcadas por el uso habitual de la metodología histórico crítica, estructural, sociológica e incluso psicoanalítica en la lectura de los textos bíblicos, sus comentarios se sitúan a otro nivel. Y el lector atento de su obra aprecia de inmediato que su talante refleja una respuesta válida, verdaderamente sensible a los problemas candentes en el mundo en ese momento. Una respuesta que no se deja atrapar por las redes de lo convencional, sino que libera a la lectura de la Biblia de unas ataduras que, siendo en parte necesarias, podrían ahogar su actualidad y eficacia.

Lo más propio de los escritos bíblicos, lo que marca la diferencia esencial con las grandes epopeyas literarias del mundo antiguo y con los grandes libros religiosos producto del ingenio humano en diversos tiempos y culturas, es que sus textos no hablan sólo del pasado, ni se limitan a ofrecer paradigmas existenciales de las grandes cuestiones que interesan al ser humano. Hay algo que transciende al lector, y de algún modo le desvela su razón de ser y el sentido de su vida. Un mensaje que el hombre no ha imaginado, y que puede ser fundamento de la vida humana precisamente porque la precede y la sostiene, algo que es mucho mayor que nuestro propio pensamiento. En ella es posible escuchar la Palabra de Dios y, mediante una lectura abierta a dejarse interpelar, entrar en diálogo con él.

Hemos señalado que el texto es un universo de verdades abierto a las preguntas que se le hacen y que, en consecuencia, la profundidad de las respuestas depende de la entidad de la pregunta que el lector le haga. Pues bien, el lector de la Biblia en la Iglesia puede encontrar que la lectura de San Josemaría es máximamente relevante, porque las preguntas con las que accede a la lectura son las máximamente pertinentes cuando se busca conocer a Dios y a los designios de su voluntad, para todo tiempo y lugar, a través de las palabras de la Escritura. No se entretiene en mostrar con detalle tantos aspectos literarios e históricos que configuran el «mundo del texto» en la Biblia, y que también merecen interés, sino que apunta en directo a lo decisivo, el encuentro personal con la Palabra de Dios.

Por eso, aporta a la sabiduría de la Iglesia nuevos caminos para la puesta en práctica de aquello que recomienda el Concilio Vaticano II, la exhortación a que toda la predicación de la Iglesia se alimente y rija con la Sagrada Escritura, pues, en palabras de la Constitución dogmática Dei Verbum[58]:

«En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de vida espiritual».

En ese punto central incide la lectura que propone y lleva a cabo San Josemaría. Y, si la teología está llamada a estudiar la eficacia de la Sagrada Escritura, la vida de San Josemaría y las obras surgidas bajo su impulso, son una muestra más que elocuente del vigor transformador de la palabra bíblica en la historia humana de nuestro tiempo.

[1] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum, n. 21.

[2] La historia de la vida cristiana muestra que no ha sido infrecuente que al leer o escuchar la lectura de un pasaje bíblico se hayan producido actualizaciones movidas por el Espíritu de modo que esas palabras hayan sido recibidas como una invitación personal al seguimiento pleno de Cristo. Recuérdese, por ejemplo, cómo San Antonio Abad se decidió a desprenderse de sus bienes y dedicarse a la oración en el desierto tras escuchar el episodio del joven rico (Mt 19,16-22) (cfr. S. ATANASIO, Vida de S. Antonio, cap. 2-4; PG 26, 842-846), o cómo San Francisco de Asís, el 24 de febrero de 1209, durante la lectura del Evangelio de la Misa (Mt 10,1-24) sintió la llamada a una vida apostólica en pobreza absoluta (cfr. TOMÁS DE CELANO, Vita B. Francisci, I, cap.9).

[3] Como primera referencia para el estudio del uso de la Sagrada Escritura por parte de San Josemaría Escrivá pueden consultarse los estudios de G. ARANDA, «Gen 1-3 en las homilías del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Scripta Theologica 24 (1992,3) 895-919; S. AUSÍN OLMOS, «La lectura de la Biblia en las “Homilías” del beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Scripta Theologica, 25 (1993, 1), 191-220; S. GAROFALO, «El valor perenne del Evangelio», en C. FABRO-S. GAROFALO-Mª ADELAIDE RASCHINI (ed.), Santos en el mundo: estudios sobre los escritos del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid 1993, 136-165 (este estudio se encuentra también en Scripta Theologica 24 (1992,1) 13-39); J. M ª CASCIARO RAMÍREZ, «La “lectura” de la Biblia en los escritos y en la predicación del beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Scripta Theologica 34 (2002,1) 133-167; S. HAHN, «Amar apasionadamente la Palabra de Dios. El uso de las Escrituras en los escritos de San Josemaría», Romana, 35 (2002), 376-385; y G. MORUJÃO, «”Lectio divina” de las Sagradas Escrituras en los escritos del Beato Josemaría Escrivá», en MARIANO FAZIO (ed.), San Josemaría Escrivá. Contesto storico, Personalità, Scritti, Edizioni Università della Santa Croce, Roma 2003, 301-315. Acerca del enmarcamiento de la obra de San Josemaría Escrivá en la corriente interpretativa de la Tradición puede verse C. FABRO, «El temple de un Padre de la Iglesia», en C. FABRO-S. GAROFALO-Mª ADELAIDE RASCHINI (ed.), Santos en el mundo: estudios sobre los escritos del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid1993, 23-135.

[4] Cfr. A. VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, I, Rialp, Madrid 21997, 85-88 donde se alude a sus lecturas de Gonzalo de Berceo, Alfonso X el Sabio, o el Poema del Cid, desde su juventud, y 166 acerca de la amplitud en sus intereses literarios manifestada ya en sus años del seminario de Zaragoza. Acerca de su actividad como lector véase Mª THEREZA OLIVA PIRES DE MELLO, «A importäncia da leitura na obra do beato Josemaría Escrivá: cultura e comunicação», en Universidad Austral (ed.), Un mensaje siempre actual: Actas del Congreso Universitario del Cono Sur «Hacia el Centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá», Universidad Austral, Buenos Aires 2002, 267-282.

[5] Cfr. D. RAMOS-LISSÓN, «El uso de los “loci” patrísticos en las “Homilías” del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Anuario de Historia de la Iglesia 2 (1993), 17-28. También se refiere a esta cuestión J. M ª CASCIARO RAMÍREZ, «La “lectura” de la Biblia en los escritos y en la predicación del beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Scripta Theologica 34 (2002,1) 160-161.

[6] La transcripción de su expediente académico puede consultarse en A. VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, I, Rialp, Madrid 21997, 610-611. Unas breves anotaciones sobre los estudios de Sagrada Escritura en el Seminario de Zaragoza, dentro del contexto de los estudios bíblicos en los seminarios españoles de la época en J. M ª CASCIARO RAMÍREZ, «La “lectura” de la Biblia en los escritos y en la predicación del beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Scripta Theologica 34 (2002,1) 166-167.

[7] El mejor conocedor de las obras de San Josemaría, Alvaro del Portillo, hace notar que en sus escritos la Biblia “no es nunca un texto para la erudición, ni un lugar común para la cita. Cada versículo ha sido meditado muchas veces y, en esa contemplación, se han descubierto luces nuevas, aspectos que durante siglos habían permanecido velados” ( ALVARO DEL PORTILLO, Prólogo a San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, pp. 10-11).

[8] Cfr. SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Apuntes íntimos, n. 289, citado en A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, I, Rialp, Madrid 21997, 100.

[9] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 197.

[10] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Apuntes íntimos, n. 60, citado en A. VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, I, Rialp, Madrid 21997, 389-390.

[11] A. VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, I, Rialp, Madrid 21997, 380-381.

[12] Acerca del uso de ese texto, véanse los estudios de P. RODRÍGUEZ, «”Omnia traham ad meipsum”. El sentido de Jn 12,32 en la experiencia espiritual de Mons. Escrivá de Balaguer», Romana 13 (1991,2) 331-352 y «La “exaltación” de Cristo en la Cruz. Juan 12,32 en la experiencia espiritual del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer», en G. ARANDA-C. BASEVI-J. CHAPA (ed.), Biblia, Exégesis y Cultura. Estudios en honor del prof. D. José María Casciaro, Eunsa, Pamplona 1994, 573-601. Véase también L. F. MATEO SECO, «Sapientia Crucis. El misterio de la Cruz en los escritos de Josemaría Escrivá de Balaguer» en Scripta Theologica 24 (1992) 419-438.

[13] Algunas de ellas —Abba, Pater! (Rm 8,15 y Ga 4,6); Fortes in fide (1 Pe 5,9); Omnia in bonum (Rm 8,28)— han sido estudiadas con cierto detenimiento por S. AUSÍN OLMOS, «La lectura de la Biblia en las “Homilías” del beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Scripta Theologica, 25 (1993, 1) 209-213.

[14] Hay algunos estudios sobre los fundamentos bíblicos de modos de expresiones que usa con frecuencia en su predicación y en sus escritos. Una muestra representativa de este tipo es el estudio de J. M. Casciaro, «Fundamentos bíblicos del lema “ocultarme y desaparecer” de San Josemaría Escrivá», en J. CHAPA, Signum et testimonium. Estudios ofrecidos al Profesor Antonio García-Moreno en su 70 cumpleaños, Eunsa, Pamplona 2003, 273-295.

[15] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Surco, 124.

[16] W. ONG, Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, FCE, México 1987.

[17] En este apartado se toman en consideración sólo aquellos textos de los que San Josemaría cita literalmente algunas palabras. Conviene, no obstante, advertir que la riqueza bíblica de sus escritos no se reduce a esos pasajes —aunque son muy abundantes y muchas veces mencionados—, pues la Sagrada Escritura constituye como el humus donde arraigan todas sus palabras.

[18] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino 403, 510, 512, 763, 912; Surco 33, 124; Es Cristo que pasa 172, 173; Amigos de Dios 25, 109; Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer 112; Santo Rosario, primer misterio gozoso.

[19] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Forja 1021; Es Cristo que pasa 19, 21, 31, 62, 113, 144, 162; Amigos de Dios 97, 111, 201, 236; Via Crucis 4ª estación - 2º punto de meditación, 12ª estación - 1º punto de meditación.

[20] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino 607, 758; Surco 198, 261; Es Cristo que pasa 176; Amigos de Dios 28, 31, 97, 128, 224, 247; Via Crucis 2ª estación - 4º punto de meditación.

[21] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Santo Rosario, 5º misterio doloroso; Camino 507, 508, 982; Surco 248, 977; Forja 758; Es Cristo que pasa 140, 171; Amigos de Dios 287.

[22] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino 416, 781; Surco 697; Forja 425, 437; Es Cristo que pasa 16, 153; Amigos de Dios 254, 305.

[23] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino 717; Forja 337, 656; Es Cristo que pasa 120; Amigos de Dios 123, 213, 271, 305.

[24] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Surco 8, 249; Es Cristo que pasa 176; Amigos de Dios 114, 128, 216, 250; Via Crucis 2ª estación.

[25] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino 385; Forja 454, 889; Es Cristo que pasa 21; Amigos de Dios 43, 222, 224.

[26] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Surco 326, 964; Forja 176, 497; Es Cristo que pasa 119; Amigos de Dios 17, 267.

[27] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino 801; Surco 211; Forja 31, 52, 947; Es Cristo que pasa 120, 170.

[28] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Surco 352, 793; Forja 236, 771; Es Cristo que pasa 168; Amigos de Dios 240.

[29] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Forja 10, 18, 280; Es Cristo que pasa 1, 160; Amigos de Dios 2.

[30] Lucas F. Mateo Seco percibe que en la doble perspectiva “del seguimiento de Cristo y de piedad hacia la humanidad del Señor” ha de situarse lo que dice San Josemaría acerca de muchas cuestiones, y en particular, en ese estudio, acerca del misterio de la Cruz (L. F. MATEO SECO, «Sapientia Crucis. El misterio de la Cruz en los escritos de Josemaría Escrivá de Balaguer» Scripta Theologica 24 (1992) 422).

[31] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 19.

[32] Flp 2,8-9.

[33] SAN AGUSTÍN, Enarrationes in psalmos, 31, 2, 26 (PL 36, 274).

[34] Acerca de este recurso en la predicación de San Josemaría, véase Mª JOSÉ ALONSO SEOANE, «Homilías y escritos breves. Algunos aspectos de retórica literaria», en M. A. GARRIDO GALLARDO, La obra literaria de Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 2002, 157.

[35] Sobre ese aspecto característico de San Josemaría véase S. AUSÍN OLMOS, «La lectura de la Biblia en las “Homilías” del beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Scripta Theologica, 25 (1993, 1) 220.

[36] La entrevista fue realizada el 1-II-1968.

[37] Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 112.

[38] Cfr. W. ISER, El acto de leer. Teoría del efecto estético, Taurus, Madrid 1987.

[39] Acerca de la categoría «mundo del texto», véase V. BALAGUER, La interpretación de la narración: la teoría de Paul Ricoeur, Eunsa, Pamplona 2002.

[40] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum, n. 13.

[41] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Forja, 322.

[42] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 128.

[43] A. VILARNOVO, «Santo Rosario: escena y contemplación en el discurso», en M. A. GARRIDO GALLARDO, La obra literaria de Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 2002, 90.

[44] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 222.

[45] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 216.

[46] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Forja, 8.

[47] Cfr. A. ARANDA, «El cristiano “alter Christus ipse Christus” en el pensamiento del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Scripta Theologica 26 (1994) 513-570. Acerca de la identificación del cristiano con Cristo, que es nuclear en su pensamiento y da razón de muchas de sus expresiones, véase C. CARDONA, «La clave de Forja» en M. A. GARRIDO GALLARDO, La obra literaria de Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 2002, 139-150.

[48] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 253.

[49] Los estudiosos de su obra literaria han advertido que «si en la “lectura” bíblica del Fundador de la Obra quisiéramos encontrar un “método”, éste sería el que él mismo condensa en el sintagma “como un personaje más”» (J. M ª CASCIARO RAMÍREZ, «La «lectura» de la Biblia en los escritos y en la predicación del beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Scripta Theologica 34 (2002,1) 140).

[50] A. LIVI, «Es Cristo que pasa: la santificación del tiempo», en M. A. Garrido Gallardo, La obra literaria de Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 2002, 195. Sobre este aspecto, véase M. A. TÁBET, «La santificación en la propia situación de vida. Comentario exegético a 1 Cor 7,17-24», Romana 6 (1988,1) 169-176.

[51] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Forja, 754.

[52] S. GAROFALO, «El valor perenne del Evangelio», en C. FABRO-S. GAROFALO-Mª ADELAIDE RASCHINI (ed.), Santos en el mundo: estudios sobre los escritos del Beato Josemaría Escrivá de Bal a guer, Rialp, Madrid 1993, 142.

[53] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Via Crucis, 9ª estación - 3º punto de meditación. Acerca de las implicaciones teológicas de la lectura de la Pasión en esta obra, véase C. FABRO, «Via Crucis: la “contemporaneidad” del cristiano con Cristo», en M. A. GARRIDO GALLARDO, La obra literaria de Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 2002, 175-187.

[54] A. VILARNOVO, «Santo Rosario: escena y contemplación en el discurso», en M. A. GARRIDO GALLARDO, La obra literaria de Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 2002, 88-89.

[55] S. GAROFALO, «El valor perenne del Evangelio», en C. FABRO-S. GAROFALO-Mª ADELAIDE RASCHINI (ed.), Santos en el mundo: estudios sobre los escritos del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid 1993, 144.

[56] S. HAHN, «Amar apasionadamente la Palabra de Dios. El uso de las Escrituras en los escritos de San Josemaría», Romana, 35 (2002), 376.

[57] «No cita los pasajes bíblicos como meras referencias en apoyo de lo que dice, como “argumento de Escritura”. Al contrario, los textos sagrados son el punto de partida de su reflexión. Sólo los cita después de haberlos meditado repetidas veces, cuando los tenía ya incorporados a su vida» (J. M ª CASCIARO RAMÍREZ, «La “lectura” de la Biblia en los escritos y en la predicación del beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Scripta Theologica 34 (2002,1) 134).

[58] Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum, 21.

Romana, n. 40, enero-junio 2005, p. 176-191.

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