Entrevista publicada en la revista “Pensamiento y cultura”, de Colombia (26-X-2001)
¿Cómo se siente en Colombia?
Me siento en casa, y muy contento. Desde hace tiempo tenía grandes deseos de venir y, gracias a Dios, el deseo se ha convertido en realidad. Hubiera querido prolongar mi estancia, también para ir a otras ciudades, como Barranquilla, Cartagena, Manizales y Bucaramanga; espero que el Señor me conceda en otra ocasión la oportunidad de ir a esos lugares.
Viene a mi mente, con frecuencia, el pensamiento sobre el Beato Josemaría, que en su segundo viaje de catequesis por América, en 1974, a causa de problemas de salud, no pudo ni siquiera bajar del avión en el aeropuerto de Bogotá. Le hacía ilusión encontrarse con mucha gente de este país, pero no pudo ser. Ofreció al Señor ese sacrificio por todos los colombianos, y luego pudo ver a varios que fueron a Venezuela. Estoy seguro de que ahora está ayudando a Colombia desde el Cielo.
Usted estuvo ya en la Universidad de La Sabana en 1983, acompañando a Monseñor Álvaro del Portillo, entonces Prelado del Opus Dei, en su visita a Colombia. ¿Qué quisiera recomendarnos, al claustro académico y quienes trabajan en la administración, después de 18 años y en otras circunstancias locativas?
Don Álvaro, primer Gran Canciller de esta Universidad, rezó mucho por La Sabana y alentó los esfuerzos para la consecución de este campus tan estupendo. Su ayuda merece nuestro filial agradecimiento.
Como ocurre habitualmente con las labores apostólicas promovidas por fieles y cooperadores de la Prelatura del Opus Dei, esta universidad nació con escasez de medios. Se ha ido desarrollando poco a poco, con el paso de los años, pero la Universidad de La Sabana ha de llegar todavía mucho más lejos, siempre más lejos, en su labor educativa, en su servicio a la sociedad.
El futuro de Colombia está en manos de los colombianos. Y la Universidad ha de colaborar decididamente en la construcción de ese futuro. Desde los trabajadores que se ocupan de la atención material de estos edificios hasta el Rector, todos, estáis haciendo posible que de aquí salgan personas con espíritu de solidaridad, que no se encierran en sus propios intereses ni dan la espalda a los problemas reales de sus hermanos los hombres, que trabajan para estar muy bien preparadas, con el fin de servir al propio país y al mundo entero.
Antes de salir de Roma, tuve la oportunidad de hacer saber al Papa que iba a emprender este viaje, y Su Santidad envió su bendición a todas las personas que viera y a todas las labores apostólicas por las que pasara. El Papa se entrega en cuerpo y alma a la misión de llevar a Cristo a todos los ambientes, también al ambiente universitario. Que su bendición os ayude a ser trabajadores leales, a respetaros y a procurar formar equipo, para que exista entre vosotros un auténtico ambiente de familia y una unidad no sólo de espíritu, sino también de acción, de tal manera que unas Facultades apoyen a otras y todas crezcan con el objetivo claro de servir a Colombia y, desde Colombia, a muchos otros lugares.
Nuestros estudiantes son jóvenes capaces y entusiastas, y nuestros egresados logran ocupar cargos importantes en la vida nacional y hasta internacional pero, a veces, nosotros los profesores quisiéramos que fueran más dedicados al estudio, más solidarios, que sepan enfocar mejor sus momentos de alegría y diversión, por otra parte, tan necesarios en esta etapa de la vida.
Para que esos nobles ideales se conviertan en realidad, en primer lugar hay que acudir a Dios. Os aconsejo que recéis habitualmente por los estudiantes, mientras recorréis el campus. Pensad en ellos, y vedlos proyectados en el futuro, sabiendo que son la esperanza del mundo y -los católicos- la esperanza de la Iglesia.
Sed amigos de los alumnos. El Beato Josemaría aconsejaba, tanto a los padres de familia como a los profesores, que, sin perder la autoridad y la responsabilidad que les son propios, se hicieran amigos de los jóvenes. Sólo así, a través de las clases y del trato personal, es posible transmitirles esos valores y principios, como la solidaridad y los hábitos de estudio.
Sabemos que Usted sigue muy de cerca los acontecimientos sociales que suceden en Colombia. Muchas veces nos lo ha manifestado por diferentes vías y se lo agradecemos de todo corazón. La enorme mayoría de los colombianos es católica, sabemos que debemos contribuir a configurar una sociedad justa. ¿Qué nos sugeriría Usted, Padre, para ayudar en la solución de los graves conflictos que atraviesa el país?
Sé que os duele esta situación y que todos, de un modo u otro, estáis sufriendo las consecuencias. Pero, al mismo tiempo, puede haber, quizá inconscientemente, algo de resignación. Hay que evitar la pasividad ante los problemas, hay que buscar incansablemente soluciones a los conflictos, con esperanza y con sentido de responsabilidad. Trabajando cada uno donde le corresponde, desde el lugar que ocupa en la sociedad, pensando en lo que puede aportar personalmente para construir la paz. Porque la paz es como un río caudaloso formado por multitud de afluentes y manantiales: todos son importantes.
Es necesario hacer un apostolado muy grande en favor de la paz. Un apostolado que es la suma de la oración, la comprensión y la colaboración de todos. En Roma, y más aún los días que llevo aquí en Colombia, sufro con vosotros. No es solamente un problema de Colombia, es un problema de todo el mundo. Estoy pidiendo constantemente a Nuestra Señora que nos consiga la paz en esta tierra. La Iglesia prelaticia del Opus Dei, en Roma, tiene como título Santa María de la Paz. Al fondo de la nave se encuentra un candelabro votivo, con lámparas encendidas a nuestra Madre del Cielo para que nos consiga del Señor la paz personal y la paz de toda la humanidad. He decidido que una de las velas de ese candelabro arda permanentemente en petición por la paz en Colombia. Os aconsejo acudir también a la intercesión del Beato Josemaría, gran amigo y promotor de la paz, y que tanto quiere a vuestro país. Yo desearía que mucha gente le pidiera que nos ayude a conseguir la paz en esta tierra estupenda.
¿Y cuál, considera Usted, debería ser el papel de la Universidad de La Sabana, y de la Universidad en general, en esta sociedad convulsionada?
Me viene a la memoria la respuesta del Beato Josemaría a una pregunta análoga, también en una entrevista. Afirmaba que la Universidad no es ajena a ningún problema humano. La Universidad, decía, es el lugar idóneo para adquirir la preparación que permita luego contribuir a dar solución a los grandes problemas sociales y defender los derechos fundamentales de la persona. Sin olvidar que no hay una única manera de afrontar las cuestiones sociales: existen diversas propuestas legítimas sobre las soluciones concretas que se pueden aplicar en cada caso. Para que la Universidad cumpla su papel en la sociedad, dentro del claustro universitario ha de promoverse y respetarse esa libertad.
Juan Pablo II decía hace años a un grupo de universitarios que «la Iglesia no tiene preparado un proyecto de escuela universitaria ni de sociedad, pero tiene un proyecto de hombre, de un hombre nuevo renacido por la gracia» (Homilía a los universitarios, 5-VI-79). Por eso, la Universidad ha de procurar que los alumnos reciban una formación integral, y también que comprendan la grandeza de ese proyecto de hombre nuevo renacido por la gracia. Que lo entiendan de modo vital, iniciando, si libremente lo desean -debemos desearlo todos-, su propio camino de renovación espiritual, con la ayuda -siempre necesaria- de los sacramentos. Porque lo sabéis bien: ciencia y fe caminan de la mano. La fe que profesáis ilumina vuestro trabajo intelectual. Y la ciencia que enseñáis os ayuda a profundizar en la fe.
La santificación del trabajo ocupa un lugar central en las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá de Balaguer sobre el llamamiento a la santidad que debería vivir toda persona. ¿Cómo convencer a nuestros hijos, a nuestros estudiantes, de que el trabajo dignifica y que el hombre, a través de sus actividades no tiene como fin enriquecerse o escalonar su posición social, sino que debe prestar mejor su servicio a los demás?
Todos aprendemos sobre todo con el ejemplo. Los alumnos aprenden a servir cuando ven trabajar con rectitud a sus maestros. Además, en las clases podéis transmitirles el ideal de servir a los demás con alegría. Porque en el centro de las ciencias y de las artes, en el corazón mismo de todas las profesiones, se encuentra siempre el hombre, con sus necesidades materiales y espirituales. Y en el corazón del hombre y del trabajo descubrimos la presencia de Dios, creador del universo y fin último de todas las criaturas.
La cultura de hoy es la cultura del hombre de hoy, con sus avances tecnológicos, sus facilidades de comunicación, pero también sus problemas. La visión pluralista a veces nos abruma. ¿Cómo compartir nuestra identidad y al mismo tiempo construir nuestro futuro con fe y razón como nos recomienda Juan Pablo II? ¿Cómo ser cristiano del siglo XXI?
El pluralismo cultural no constituye un problema para los cristianos, sino una realidad con la que contamos, como ciudadanos corrientes que somos. El Papa nos ha impulsado repetidamente a llevar a cabo la nueva evangelización, también de la cultura. No hay razón para el miedo.
En su carta Novo millennio ineunte afirma que «en la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo es también importante para proponer una firme base de paz» (n. 55). Y ha dicho también recientemente el Papa que la globalización «no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella. Ningún sistema es un fin de sí mismo, y es necesario insistir en que la globalización, como cualquier otro sistema, debe estar al servicio de la persona humana, de la solidaridad» (Discurso a la Academia pontificia de ciencias sociales, 27-IV-01, n. 2).
El verdadero problema es el individualismo egoísta. El Papa invita a cambiar esa tendencia. «Es la hora de una nueva «imaginación de la caridad que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre» (Carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 50). En este sentido, lo que puede y debe fomentarse en el mundo actual -con la ayuda de la ciencia, la tecnología, las artes y la facilidad de comunicación- es la globalización de la caridad. Y no habrá solidaridad global sin solidaridad personal.
La sociedad actual se caracteriza por su preocupación por la imagen, por la apariencia, y la verdad es considerada como algo secundario y hasta como algo inconveniente, anticuado. Se acepta la realidad con un guiño del ojo. No obstante, es obvio: sin la verdad no podemos vivir la coherencia de la vida. ¿Qué hacer para cultivar la verdad y ser coherentes?
Vosotros, como universitarios, tenéis un compromiso con la búsqueda y transmisión de la verdad. El cristiano coherente no desea convivir con la mentira, ni con la frivolidad. Por eso los cristianos resultan incómodos para un mundo de intereses, donde cuentan sólo el poder, el dinero y los símbolos de riqueza. Pero en este mundo nuestro son también muchos -en realidad, de un modo u otro, todos- los que sienten “nostalgia” de la verdad, de esa verdad hermosa y limpia y clara: verdad esplendorosa, podríamos llamarla, parafraseando el título de una encíclica del Papa.
¿Quién no desea la compañía de un amigo sincero, que dice la verdad y no engaña ni es egoísta, que ayuda y que corrige, si hace falta? “Decir la verdad con caridad”, es un lema cristiano que sacia la sed de este mundo nuestro.
Su libro Itinerarios de vida cristiana, recién publicado, ha tenido un notable éxito de ventas. ¿A qué atribuye este hecho, en una sociedad como la actual, a veces aparentemente tan lejana de los ideales? ¿Qué aspectos especiales quisiera Usted destacar en su contenido?
Las mujeres y los hombres de hoy tienen hambre de Dios. El Papa lo ha expresado bellamente, diciendo que estamos comenzando una nueva primavera cristiana. Acabamos de celebrar el gran Jubileo del año 2000, un año de acción de gracias por la Encarnación del Hijo de Dios. Porque Jesucristo es, como siempre, la novedad permanente hacia la que apuntan nuestras metas, también las del siglo XXI, que se resumen en llenar de sentido cristiano la vida ordinaria. Ése es el núcleo del mensaje del Beato Josemaría. El libro Itinerarios de vida cristiana, está escrito precisamente a partir de mi experiencia personal de vida ordinaria junto al fundador del Opus Dei, entre 1950 y 1975: venticinco años viendo al Beato Josemaría buscar, tratar y amar a Jesucristo. Con este libro he querido contribuir al redescubrimiento del rostro de Cristo, al que nos ha encaminado Juan Pablo II durante el Jubileo.
Gracias, Padre. Muchísimas gracias por sus palabras de ánimo, por su visita a este Campus del Puente del Común de la Universidad de La Sabana y por dedicarnos su tiempo.
Muchísimas gracias a vosotros por vuestra calurosa acogida. He venido para estar con vosotros en familia. Esta Universidad es una familia, y así me he sentido -insisto-: en mi casa. Conocía vuestro cariño ya antes de venir. Pero aquí lo he vuelto a experimentar, lo he palpado. Os pido que recéis por mí. Yo no dejaré de rezar por vosotros, especialmente en la Santa Misa.
Romana, n. 33, julio-diciembre 2001, p. 195-199.