“El Opus Dei: un camino laical para responder a Cristo”, entrevista publicada en “Le Nouvel Informateur Catholique” de Montreal, Canadá (21-I-2001)
“¡La hora de los laicos ha sonado!”... Es imposible decir más claramente las cosas. Con ocasión del Jubileo para el apostolado de los laicos, Juan Pablo II citaba así el gran mensaje del Concilio Vaticano II sobre la llamada universal a la santidad así como la responsabilidad de todos los bautizados de contribuir en la edificación del proyecto de amor de Jesús por la humanidad.
Ya en 1928, Dios confió a un joven sacerdote español la inmensa tarea de recordar esta realidad en el seno de la Iglesia. La respuesta generosa del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer dio nacimiento al Opus Dei.
El actual Prelado, Monseñor Javier Echevarría, con quien nos encontramos en Roma el pasado mes de octubre, aceptó rápidamente responder a las preguntas del “Nouvel Informateur Catholique”.
¿Cómo recibió el Fundador la misión que Dios le encargó?
El Opus Dei fue fundado el 2 de octubre de 1928. El Beato Josemaría Escrivá estaba haciendo un retiro espiritual. Aquel día, después de haber celebrado la Santa Misa, repasaba en su habitación unas fichas tomadas en los meses anteriores, en las que recogía las inquietudes sembradas por el Señor en su alma desde varios años atrás.
De repente, meditando aquellas notas, vio el Opus Dei: así se expresó siempre. Gracias a una luz sobrenatural infundida por el Señor en su alma, comprendió lo que Dios quería de su vida. Algún tiempo después, en sus apuntes personales, el Beato Josemaría precisaba que cayó de rodillas, confundido ante ese encargo divino y dispuesto a ponerlo por obra.
El Fundador del Opus Dei recibió, pues, su misión con la conciencia viva de su personal indignidad. Solía repetir que era “un instrumento inepto y sordo” en las manos de Dios.
Al mismo tiempo, dio pruebas de una fe gigantesca, plenamente convencido de que la Obra de Dios se haría realidad tal y como la vio aquella mañana de octubre de 1928, a pesar de la completa carencia de medios humanos. ¡Cuántas veces repitió que entonces sólo tenía “veintiséis años, la gracia de Dios y buen humor”!
Influencia decisiva
Usted ha conocido al Beato Escrivá. ¿Cómo eran sus relaciones con él y qué recuerdo conserva de su personalidad?
Tuve la gracia de permanecer junto a nuestro Fundador desde 1950, año de mi llegada a Roma, hasta 1975, cuando Dios lo llamó a su lado. Mis relaciones con el Beato Josemaría fueron las propias de un hijo con su padre: desde el primer momento de mi llamada al Opus Dei me sentí realmente como un hijo. Por su parte, el Beato Josemaría era un verdadero Padre para los miembros de la Obra y para muchísimas otras personas que, sin pertenecer al Opus Dei, se sentían hijos de su espíritu.
Ciertamente, en cuanto asumí las funciones de secretario particular del Beato Josemaría, mis relaciones con él, sin dejar de ser filiales, se estrecharon. Mi encargo era, en efecto, velar en lo referente al orden material de su vida: salud física, plan de trabajo, descanso, etc. Y he de añadir que seguía con prontitud mis sugerencias, aunque vinieran de una persona mucho más joven.
Tengo, como es natural, innumerables recuerdos de tan larga y estrecha convivencia. Algunos los he recogido en un libro reciente. En la línea de lo que estaba diciendo, señalaría la docilidad del Beato Josemaría. Siendo una persona de gran cultura, muy dotada en el aspecto intelectual y rica de vida interior, era extraordinariamente sencillo y dócil.
Se confiaba a Dios como un niño pequeño en los brazos de su padre o de su madre. Al mismo tiempo, poseía un carácter recio, una energía moral capaz de entusiasmar a la gente y de arrastrar tras de sí a muchos.
Estaba dotado de una tenacidad a toda prueba y, simultáneamente, de una gran facilidad para rectificar sus opiniones o juicios, cuando cambiaban los datos de un asunto o le convencían las argumentaciones que se le presentaban. Era un hombre abierto, que no se aferraba nunca a su propio parecer. Estaba siempre dispuestísimo a escuchar y a aprender de quienes le rodeaban.
¿Cuál ha sido su influencia sobre usted, sobre su propia vocación?
Decisiva. Si no hubiera encontrado al Opus Dei y a su Fundador, no se habrían abierto en mi vida los grandes horizontes de santidad y de servicio a los hombres desplegados ante mis ojos. El hecho de haber contemplado de cerca la vida de un santo —con sus luchas, su dedicación a los demás, su generosidad hasta el heroísmo en la respuesta a la gracia— ha significado y significa para mí un ejemplo luminoso y un estímulo constante, en mi deseo de seguir —aunque sea muy de lejos— esa misma trayectoria.
Hijos de Dios
¿Cuáles son los fundamentos del espíritu del Opus Dei?
La conciencia viva de ser hijos de Dios por nuestra incorporación a Cristo en el Bautismo y por la acción del Espíritu Santo. Los fieles del Opus Dei procuran que esta convicción, elemento esencial de la fe cristiana, impregne de tal forma su modo de ser y su comportamiento, que se convierta en punto de referencia constante, en cualquier circunstancia de la existencia.
Un miembro de la Obra se esforzará para que su trabajo sea el trabajo de un hijo de Dios; por tanto, procurará realizarlo con perfección humana y rectitud de intención, buscando sólo la gloria de Dios y el servicio de los demás. Al rezar, se dirigirá a Dios como a un Padre afectuoso, al que se abre el corazón confiadamente en cualquier tiempo y lugar.
Cuando descanse o busque un rato de esparcimiento, tendrá conciencia de encontrarse siempre bajo la mirada complacida de su Padre del cielo, y evitará todo aquello que puede desagradarle. En definitiva, se esmerará —luchando contra las propias limitaciones y defectos— en cumplir todos sus deberes personales y sociales, civiles y religiosos, con la alegría de ser hijo de Dios en Cristo.
Con esta perspectiva, la Prelatura del Opus Dei orienta constantemente la formación doctrinal, espiritual y apostólica que proporciona a sus fieles.
¿Cómo responde el espíritu del Opus Dei a las necesidades de la Iglesia de hoy?
El espíritu del Opus Dei impulsa a los fieles de la Prelatura —como escribió el Fundador— a estar presentes «en el mismo origen de los rectos cambios que se dan en la vida de la sociedad», y a hacer suyos «los progresos de cualquier época»; por eso, su mentalidad y su acción «responderán siempre plenamente a las exigencias y necesidades, que se puedan dar con el correr de los siglos».
De otra parte, siempre será necesario que los cristianos busquen la santidad, pues éste es el compromiso fundamental que adquieren con el Bautismo. Como la inmensa mayoría han de santificarse precisamente en el cumplimiento de sus deberes familiares, profesionales, sociales, etc., el espíritu del Opus Dei será siempre actual: constituye un camino, concreto y práctico, para responder a la llamada universal a la santidad y al apostolado.
Evangelización
¿Cuál es la situación actual del Opus Dei: extensión en los cinco continentes, número de miembros, próximas etapas, retos derivados de la inculturación?
El Opus Dei, que nació en 1928 con entraña católica —es decir, universal—, es también de hecho una realidad universal en la Iglesia desde hace bastantes años. En el momento del fallecimiento de su Fundador, contaba con unos 56.000 fieles en los cinco continentes. Desde entonces, con la gracia de Dios, no ha dejado de extenderse. Actualmente hay Centros establecidos en sesenta países.
En los últimos seis años, el Opus Dei ha comenzado su apostolado en Estonia, Lituania, Líbano, Kazajstán, Uganda, Sudáfrica y Panamá. En cuanto al número de fieles, como se recoge en el Anuario Pontificio del año 2000, hay 81.854 fieles laicos incorporados y 1.734 sacerdotes incardinados procedentes de los fieles laicos de la Prelatura.
¿Próximas etapas? Aparte de consolidar el trabajo apostólico en todas partes, y de modo especial en los lugares donde se ha comenzado recientemente, un gran deseo mueve a todos los fieles del Opus Dei: se concreta en difundir este espíritu de santificación en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano, yendo a nuevos países de Asia y África donde los católicos son todavía poco numerosos; se trata de colaborar en la misión evangelizadora de la Iglesia.
Por lo que se refiere a la inculturación, conviene señalar que los fieles del Opus Dei se encuentran ya en el mismo ambiente que los otros ciudadanos, sus iguales; como ellos, contribuyen al nacimiento y desarrollo de los cambios de la sociedad a la que pertenecen, con sus características propias.
El espíritu de la Obra les impulsa a santificar el trabajo profesional y los deberes ordinarios; para eso la Prelatura les ofrece esa formación permanente de la que acabo de hablar. Esa formación les ayuda a actuar como un fermento cristiano en la masa de la humanidad, a impregnar con la luz y la sal de Jesucristo los variados ambientes donde trabajan, y también a aprender de sus familias, colegas, amigos, etc.
Sin ninguna vanagloria, me da alegría repetir que hay millones de personas en el mundo que aman el apostolado de la Prelatura, que participan en los medios de formación que se les ofrecen y que están agradecidos por ello. Lo digo sin vanagloria, porque lo importante es que las personas se acerquen a Dios: ése es el objetivo.
Matrimonio y familia
¿Qué lugar ocupa la familia en la Obra?
Desde sus comienzos, el Opus Dei en cuanto tal no tiene especializaciones apostólicas concretas: la familia, los jóvenes, los marginados, las personas influyentes... Su mensaje y su espíritu se hallan intrínsecamente marcados por el carácter secular corriente, que no quiere decir secularista.
Por eso, citando unas palabras del Beato Josemaría, el Opus Dei “tiene todas las especializaciones”, pues se dirige a cualquier persona que aspire a la santidad en medio de los afanes del mundo: el trabajo profesional, las relaciones familiares y sociales. Allí se encuentra la materia de su lucha para alcanzar la santidad y el ámbito de su acción apostólica.
Desde luego, la evangelización y la promoción cristiana de la institución familiar constituye una de las prioridades de la labor pastoral que lleva a cabo el Opus Dei. Esto se explica por el hecho de que la familia es la célula fundamental de la sociedad, y no es posible impregnar de sentido cristiano las actividades humanas sin buscar al mismo tiempo, de forma intensa, la formación de familias verdaderamente cristianas.
No hay que olvidar tampoco que la mayor parte de los fieles de la Prelatura son personas casadas, que deben buscar su santificación en el cumplimiento acabado de todos sus deberes, y primordialmente de los que se derivan de su estado de vida.
La sociedad actual ridiculiza a menudo el matrimonio y la familia. ¿Qué hacer, según su parecer?
Me parece urgentísimo que todos, independientemente de la religión que profesen, redescubran el carácter sagrado del vínculo conyugal. El matrimonio no es una simple institución civil —aunque tenga, como es lógico, importantes efectos civiles, que la ley debe salvaguardar—, sino una institución establecida por Dios desde la creación del hombre y de la mujer, marcada con unas propiedades esenciales que son la unidad y la indisolubilidad; una alianza de amor fundada en el don de sí propio de los esposos: don mutuo, irreversible y abierto a la vida.
Además, los cristianos han de conocer y valorar lo que significa la elevación del matrimonio, realizada por Jesucristo, a la dignidad de sacramento de la Nueva Alianza, con todo lo que esto comporta: ser canal de la gracia y signo vivo del amor esponsal de Cristo por la Iglesia. Si estos puntos fundamentales se transmiten bien en la catequesis, las nuevas generaciones llegarán al matrimonio bien preparadas y constituirán familias verdaderamente cristianas, en cuyo seno los hijos madurarán en la fe, esta fe vivida por sus padres; y serán capaces de influir positivamente, cristianamente, en toda la sociedad.
Jóvenes generosos
¿Por qué tantos jóvenes se niegan a seguir la enseñanza de la Iglesia?
Me parece que eso es un cliché propagado con demasiada facilidad. Lo que caracteriza a las personas jóvenes es un corazón grande, generoso, repleto de proyectos ambiciosos, y esto no ha cambiado entre los muchachos y las muchachas de nuestro tiempo.
Al mismo tiempo, y ésta es también una constante de siempre, nosotros los cristianos, todos sin excepción, necesitamos formarnos y crecer en nuestra relación con Dios. Es lo que pasa con los jóvenes. Fíjese en las Jornadas mundiales de la juventud: dos millones de jóvenes caminan a pie kilómetros y kilómetros, quemados por un sol de plomo, desafiando el cansancio, a menudo sedientos, acostándose en el suelo, y sin embargo sin un lamento, sin una queja, con una sonrisa.
¿Todo esto para qué? ¿Para escuchar a un noble anciano? Yo diría más bien: para encontrarse con el dulce Cristo en la tierra, el Papa. Juan Pablo II les muestra el camino exigente de la fe. Les da testimonio del amor de Jesús hacia ellos, de la esperanza que nos ha traído el Verbo que se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros, por retomar las palabras de San Juan que fueron el tema de estas Jornadas.
¿Quién podría negar esos millares de confesiones, esas conversiones sin número, esas vocaciones nuevas? Los que tratan de manipular a los jóvenes se quedan boquiabiertos. Créame, insisto: la juventud está deseosa de seguir el mensaje de la Iglesia: es la edad del compromiso generoso, del esfuerzo personal, y también de la espléndida experiencia de la amorosa misericordia de Dios.
Romana, n. 32, enero-junio 2001, p. 62-67.