In data 28_VII_1990, il Prelato dell'Opus Dei ha indirizzato la seguente lettera ai novelli sacerdoti della Prelatura:
Roma 28 de julio de 1990
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde esos curicas!
Os escribo, hijos míos, para deciros que os tendré muy especialmente dentro de mi corazón cuando os acerquéis al altar a recibir la ordenación sacerdotal el próximo día 26 de agosto: gran don de Dios para vosotros, para el Opus Dei y para toda la Iglesia. Con el Presbiterado, vuestra existencia queda sellada con la gracia de Cristo que, para siempre, os hace participar sacramentalmente de su eterno sacerdocio. Vuestra vida queda vinculada —ordenada— a perpetuar y a hacer presente entre los hombres este sacerdocio de Cristo, mediante el ejercicio del ministerio in persona Christi.
Todo en vuestra vida —os repito— ha de ordenarse a la realización de este servicio, por el cual se dispensan a los hombres los bienes espirituales con los que Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, ha enriquecido a la humanidad.
Vuestra existencia se une plenamente a la Palabra de Dios, a la que debéis servir con ardiente celo; y a los Sacramentos instituidos por Jesucristo, que dispensaréis con afán redentor y santificador. Hijos míos, considerad el inmenso tesoro que la Iglesia deposita en vuestras almas. Y pensad también en que los hombres tienen especial necesidad de acceder a estos tesoros de gracia que el Redentor ofrece a través de vosotros, para poder caminar con la novedad de vida que Cristo nos ha ganado y que es una participación en la eternidad de Dios, como hijos queridísimos suyos.
Al agradecerle los dones que recibís, es lógico que dirijáis también la mirada a nuestro amadísimo Fundador, instrumento fiel del que Dios se ha valido para hacer posible vuestro sacerdocio. Tenéis bien claro que sois hijos de su oración, de su sacrificio y de sus desvelos sacerdotales, y todos experimentamos cada día cómo, desde el cielo, sigue protegiéndonos y ayudándonos. Además, el heroísmo de sus virtudes, reconocido solemnemente por la Iglesia hace pocos meses, nos estimula a vivir la vocación con una generosidad sin límites y con una inteligencia cada vez más profunda del Misterio de Cristo y de su Iglesia.
Queridísimos, este ejemplo de las heroicas virtudes de nuestro Padre opera en nosotros como amplificador de la acción del Espíritu Santo, que ahora clama: ¡hacen falta sacerdotes santos!
La Iglesia tiene urgencia de contar con ministros dispuestos a acoger en su propia vida, en toda su radicalidad, el Misterio de Cristo, Eterno Sacerdote y Hostia Santa, entregada en la Iglesia por la Redención de muchos. ¡No podemos dormirnos ni entretenernos en cosas secundarias! Ahora es el momento de que cada uno de vosotros responda a este clamor del Espíritu: Ecce ego quia vocasti me!: aquí estoy, Señor, dispuesto a dar la vida. Es, pues, la hora de seguir con diligente decisión —es decir, con vigor de fe y de amor— el requerimiento del Señor a vivir heroicamente nuestro sacerdocio y a suscitar entre hombres y mujeres de toda condición el deseo de secundar la llamada que Cristo les dirige a vivir con plenitud la vocación cristiana.
Fijaos con sosiego en la heroica fidelidad de nuestro Padre, en quien la Iglesia ve "un ejemplo imperecedero de celo por la formación de los sacerdotes", y esforzaos en ser fieles a las líneas maestras de su vida y de su enseñanza, que le llevaron —como leemos también en el Decreto sobre el heroísmo de sus virtudes— a ser "un apóstol incansable del Sacramento de la Penitencia", a amar "ardientemente la Sagrada Eucaristía", y a considerar "siempre el Sacrificio de la Misa centro y raíz de la vida cristiana".
Prestad especial atención, al considerar esta excelsa y amabilísima figura de sacerdote, a lo que la Iglesia destaca al exponer lo fundamental de su existencia: "Los rasgos más característicos de su personalidad —dice el Decreto— no hay que buscarlos tanto en sus egregias cualidades para la acción, como en su vida de oración, y en la experiencia unitiva que hizo de él verdaderamente un contemplativo itinerante". Siguiendo sus huellas, hijos míos, decidíos a ser hombres de oración; sacerdotes que ruegan, imploran e interceden ante Dios por todas las necesidades de los hombres. Y que, a la vez, contemplan sosegadamente al Dios vivo, Uno y Trino, que habita en nuestra alma y allí nos habla y nos escucha y nos sumerge en la profundidad de Amor de la misma vida trinitaria.
En una palabra, hijos míos, no perdáis nunca de vista cuál es el núcleo de la vocación al Opus Dei: ser contemplativos en medio del mundo. Solo así podremos hacer, también en medio del mundo, una profunda y eficaz siembra divina, siguiendo los pasos de quien, a juicio de la Iglesia, "sintió la necesidad de llevar la plenitud de la contemplación a todos los caminos de la tierra, e impulsó a todos los fieles a participar activamente en la acción apostólica de la Iglesia, permaneciendo cada uno en su lugar y en su propia condición de vida".
Hijos míos, al pensar hoy en el camino sacerdotal que vais a emprender, y al ponerlo bajo la intercesión de nuestro Fundador, no me resisto a transcribiros una anotación de nuestro Padre, del 12 de agosto de 1932. Os servirá para dar fortaleza a vuestros propósitos de vivir santamente el ministerio sacerdotal. Escribía así nuestro Padre, con profunda humildad:
"Jesús: que desde hoy nazca o renazca a la vida sobrenatural. Ut iumentum!... Te pido perdón de todas las infamias —innumerables— de mi vida. Que esta otra vida, a la que quiero nacer hoy, sea una continua infancia sobrenatural: vida de Fe, vida de Amor, vida de Abandono. Fiat. Madre Inmaculada, Tu lo harás". Se hará también en nosotros la Obra de Dios, si nos entregamos filialmente a la acción del Espíritu Santo en el alma, cueste lo que cueste.
Os ruego que agradezcáis al Señor que Mons. Mario Tagliaferri, Nuncio Apostólico de Su Santidad, al que tanto estimo, haya querido conferiros el Sacramento del Orden. Dios se lo pague. Tenemos así, vosotros y yo, una deuda de oración por la persona y las intenciones de nuestro queridísimo Mons. Tagliaferri, que con tanto celo representa al Santo Padre en España. Su presencia os hará aún más fácil rezar el día de vuestra ordenación por el Santo Padre y por todos los Obispos. Pedid que se cumpla en la Iglesia lo que nuestro Padre manifestaba al Señor, con una jaculatoria, desde sus primeros años de clérigo: "Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!".
Hijos, no quiero terminar sin pediros que comuniquéis a vuestros padres y hermanos todo mi afecto y mi más cordial felicitación por el don que el Señor les hace también a ellos con vuestra unción sacerdotal. Los que tengáis a los padres gozando ya de Dios en el Cielo, no dejéis de agradecerles el ejemplo cristiano que os dieron y el amor con el que os transmitieron la fe.
Mientras os encomienda a la protección de la Santísima Virgen, especialmente presente en ese Santuario de Torreciudad, os pide oraciones y vuestra bendición sacerdotal, y de todo corazón os bendice cariñosamente,
vuestro Padre
Alvaro
Romana, n. 11, Luglio-Dicembre 1990, p. 215.