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Messaggio inviato al Simposio Internazionale di Teologia, indetto dalla Facoltà di Teologia dell'Università di Navarra sul tema "Evangelizzazione e Teologia in America nel XVI secolo", di cui è stata data lettura il 29 marzo 1989.

Excmo. Sr. Rector Magnífico

Excmos. y Revmos. Sres. Arzobispos de Pamplona y de Sevilla

Excmo. Sr. Obispo de Pereira

Señoras y Señores

Vais a dedicar la décima edición de vuestro Simposio Internacional —que la Facultad de Teología ha confiado este año al Instituto de Historia de la Iglesia— a la evangelización y a la teología en América en el siglo XVI. Volvéis así vuestra mirada hacia los primeros pasos de la Iglesia en aquel dilatado y hermoso Continente, en vísperas del 5º centenario de aquel 12 de octubre de 1492. Queréis, de esta forma, evocar los sucesos que acompañaron la implantación de la Iglesia en aquellos pueblos, de natural tan religioso, y que aceptaban nuestra fe con tanto agrado, que casi puede afirmarse que estaban como preparados para ella, "pues la cera y la materia está blanda —escribía Vasco de Quiroga—, y tan dispuesta, que ninguna resistencia de su parte tiene"[1]. Ciertamente, la eficacia de la predicación fue tan asombrosa, en aquellos primeros años, que Bernardino de Sahagún podía exclamar, al poco tiempo del comienzo de la evangelización: "Casi en todo el orbe cristiano es notorio que después de la primitiva Iglesia acá no ha hecho en el mundo nuestro Señor Dios cosa tan señalada como es la conversión de los gentiles, que ha hecho en nuestros tiempos en estas Indias del Mar Océano, desde el año de mil quinientos veinte hasta este año de mil quinientos y sesenta y cuatro"[2].

La mano de Dios estaba, ciertamente, con los misioneros, que correspondían a tal derroche de gracias esforzándose con heroicidad en la tarea que les había sido confiada. Destacaron en esta magna labor innumerables miembros de órdenes religiosas y del clero secular, al menos al principio; la Iglesia pudo contar, además, al ser erigidas y provistas las primeras diócesis, con prelados de vida santa, prudentes en el gobierno pastoral, que con celo admirable plantaron sus Iglesias locales según el modelo de la primitiva cristiandad. Julián Garcés, Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Luis Zapata de Cárdenas o Toribio de Mogrovejo, por citar sólo unos pocos, testimonian bien a las claras el espíritu apostólico de aquellos prelados americanos, verdaderos "defensores del indio", que esto eran, por encargo de la Santa Sede y de la Corona. No olvidemos tampoco a los fieles cristianos corrientes, cuya labor es, en muchos casos, más difícil de percibir y estudiar, pero no por eso menos importante. Con el afán de llevar a la luz y el amor de Cristo a esas tierras, clérigos y laicos emprendieron una singular aventura apostólica, que el Santo Padre Juan Pablo II ha querido situar entre las grandes gestas de la secular historia cristiana: "En el aspecto evangelizador (son palabras del Papa, refiriéndose a la llegada de los descubridores a Guanahani), marcaba la puesta en marcha de un despliegue misionero sin precedentes que, partiendo de la península Ibérica, daría pronto una nueva configuración al mapa eclesial. Y lo haría en un momento en que las convulsiones religiosas en Europa provocaban luchas y visiones parciales, que necesitaban de nuevas tierras para volcar en ellas la creatividad de la fe. Era el prorrumpir vigoroso de la universalidad querida por Cristo (...) para su mensaje. Este, tras el Concilio de Jerusalén, penetra en la Ecumene helenística del Imperio Romano, se confirma en la evangelización del los pueblos germánicos y eslavos (...) y halla su nueva plenitud en el alumbramiento de la cristiandad del Nuevo Mundo. Con ello se echan las bases de la cultura latinoamericana y de su real sustrato católico"[3].

Habéis centrado vuestro encuentro científico en el estudio y análisis de la evangelización, evitando otras cuestiones que, si bien no carecen de interés, podrían desviar la atención de las realidades cristianas decisivas. Dentro del amplio marco general de la evangelización, habéis elegido la "evangelización fundante", como la ha denominado el I Seminario del CELAM, celebrado recientemente en México: es decir, habéis centrado vuestra investigación en los momentos iniciales, que fueron tan fecundos, y constituyen como la pauta para toda ulterior evangelización en América. Además, deseáis profundizar en aquellos acontecimientos, acogiendo las aportaciones de diversas disciplinas históricas, como son: la Historia de la Teología, la Historia de la religiosidad popular, la Historia social española en los momentos del descubrimiento americano, o la Historia de las mentalidades y de las actitudes.

Os habéis propuesto, como es lógico, el estudio de aquella evangelización primera, no sólo en su vertiente humana, sino sobre todo como un acontecimiento que fue posible merced a una especial providencia divina y con el auxilio particular de la gracia de Dios. La providencial manifestación de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac constituye un signo inequívoco, como bien a las claras se deduce del testimonio del azteca Antonio Valeriano, en su Nican Mopohua. Completáis, finalmente, el panorama de vuestro Simposio atendiendo también a la Teología americana del siglo XVI, es decir, a los desarrollos doctrinales que impulsaron aquella predicación tan amplia y profunda de la fe. Sois conscientes de que buena parte de la eficacia de la evangelización debe buscarse en la fidelidad de los primeros misioneros americanos al depósito de la Revelación, que el Magisterio de la Iglesia expone en cada época, manteniendo sustancialmente invariado el contenido desde los orígenes de la predicación apostólica. De esta forma, en definitiva, habéis entroncado con los temas de la inculturación, comprobando la sobrenatural capacidad del Evangelio de Jesucristo para informar cualquier circunstancia cultural y de tiempo, sin perder un ápice de su genuina identidad. Esto os ha llevado, por último, al estudio de la religiosidad popular, buscando las raíces de tantas y tan venerables costumbres, que perduran desde entonces, y que han alimentado la fe cristiana de muchas generaciones.

La teología nacida en el suelo americano fue, en efecto, riquísima. Y no sólo la teología académica, principalmente elaborada desde las tres cátedras teológicas de la Real y Pontificia Universidad de México, a la que se sumó luego la limense Universidad de San Marcos; sino también aquella otra, no menos valiosa, que se registra en los instrumentos de pastoral, y se expresaba en los catecismos, sermonarios y confesionarios. Algunas joyas de la catequética americana han llegado, valiosas y en pleno uso, con las necesarias adaptaciones, hasta nuestros días, como los tres catecismos limenses, inspirados por Santo Toribio de Mogrovejo y por José de Acosta. Como es sabido, todavía a finales del siglo XIX, con más de trescientos años de vigencia, buena parte del pueblo americano aprendía los rudimentos de nuestra fe de la mano de aquellas "doctrinas" limenses. Sólo teólogos muy capaces, con un gran sentido de la oportunidad pastoral y de las verdaderas necesidades religiosas de los fieles, podían producir instrumentos catequéticos tan perdurables. Vale la pena, pues, volver sobre ellos y estudiarlos a fondo. La lección que nos ofrecen aquellos teólogos de primera hora puede resultar muy oportuna en estos momentos en que Latinoamérica busca exposiciones teológicas más a propósito para sus necesidades pastorales.

En esta panorámica de la primera evangelización no podían quedar al margen los Concilios provinciales americanos, entre los cuales destacan —como es bien conocido— los tres mexicanos y los cinco limenses. Precedidos por las Juntas eclesiásticas, adquirieron su estructura definitiva al ser erigidas las primeras provincias eclesiásticas americanas, y constituyeron instrumentos magníficos para la recepción de la reforma tridentina en América. En esta última tarea, merecen señalarse el III Mexicano, cuyo promotor fue Pedro Moya de Contreras, y el III Limense, unido a la figura de Santo Toribio de Mogrovejo. Posteriormente inspiraron una floración de Sínodos diocesanos, los cuales, durante el siglo XVII, mantuvieron vibrante el espíritu cristiano a lo largo y a lo ancho de aquel vasto Continente. En las actas de estos Concilios se expresa una legislación canónica y unos modos pastorales dignos de atención, ahora que se buscan formas nuevas para la evangelización en América. La mirada a los orígenes de una cristiandad, y —más allá— a los tiempos apostólicos, constituye una garantía de fidelidad y de acierto.

Siento muy de veras no poder participar directamente en vuestro Simposio, rememorando aquellos años en que trabajé en mi tesis doctoral sobre los descubrimientos y exploraciones en las costas de California. Pero sabed que estaré muy cerca de vosotros, durante estas sesiones. Pido al Espíritu Santo luz para vuestras investigaciones, que estas jornadas sean fecundas desde el punto de vista científico, y constituyan una ayuda real para la Iglesia y para fomentar en todos los participantes y en cuantos reciban el eco de estas jornadas, esa conciencia de las necesidades de una nueva y constante evangelización a la que Su Santidad Juan Pablo II invita con urgencia. Que nuestra Madre la Virgen de Guadalupe bendiga este encuentro.

[1] Información en Derecho, ed. Castañeda, Madrid 1974, p. 241.

[2] Coloquios y Doctrina cristiana con que los doce frailes de San Francisco enviados por el Papa Adriano sexto y por el Emperador Carlos quinto convirtieron a los indios de la Nueva España, en lengua mexicana y española, ed J. G. Durán, Buenos Aires 1984, n. 2 (p. 317).

[3] Homilía en el Estado Olímpico de Santo Domingo, 12.X.1984, II, 2, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Città del Vaticano 1984, vol. VII/2, p. 888.

Romana, n. 8, Gennaio-Giugno 1989, p. 112-114.

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