envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

Discorso all'apertura della IV Conferenza Generale dell'Episcopato Latinoamericano (12-X-1992).

Queridos Hermanos en el Episcopado, amados sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos:

1. Sob a guia do Espírito Santo, a quem acabámos de invocar fervorosamente para que ilumine os trabalhos desta importante Assembléia eclesial, inauguramos esta IV Conferência Geral do Episcopado Latino-Americano, pondo nossos olhos e nosso coração em Jesus Cristo, «o mesmo ontem, hoje e por toda a eternidade» ( Heb. 13, 8). Ele é o Princípio e o Fim, o Alfa e o Ômega ( Apoc. 21, 6; cfr. 1, 8; 22, 13), a plenitude da Evangelização, «o primeiro e o maior dos evangelizadores. Ele foi isso mesmo até ao fim, até à perfeição, até ao sacrificio da sua vida terrena» ( Evangelii nuntiandi, 7).

Sentimos muito viva nesta celebração a presença de Jesus Cristo, Senhor da História. Em Seu nome se reuniram os Bispos da América Latina nas Assembléias anteriores —Rio de Janeiro em 1955; Medellín em 1968; Puebla em 1979—, e em Seu mesmo nome nos reunimos agora em Santo Domingo, para tratar o tema «Nova Evangelização, Promoção humana, Cultura cristã», que engloba as grandes questões que, de aqui para o futuro, deve enfrentar a Igreja diante das novas situações que emergem na América Latina e no mundo.

Esta, queridos Irmãos, é uma hora de graça para todos nós e para a Igreja que peregrina na América. Na verdade, para a Igreja universal que nos acompanha com sua oração, com essa comunhão profunda de corações que o Espírito Santo gera em todos os membros do único Corpo de Cristo. Hora de graça e também de grande responsabilidade. Diante dos nossos olhos já se vislumbra o terceiro milênio. E se a Providência divina nos convocou para Lhe dar graças pelos quinhentos anos de fé e de vida cristã no Continente americano, com maior razão podemos dizer que nos convocou também para renovar_nos interiormente, e para «distinguir os sinais dos tempos» (cfr. Mt. 16, 3). Na verdade, a chamada à nova evangelização, é antes de tudo uma chamada à conversão. De fato, mediante o testemunho de uma Igreja cada vez mais fiel à sua identidade e mais viva em todas as suas manifestações, os homens e os povos poderão continuar a encontrar Jesus Cristo e, n'Ele, a verdade da sua vocação e da sua esperança, o caminho em direção a uma humanidade melhor.

Olhando para Cristo, «com o olhar fixo no autor e consumador de nossa fé, Jesus» ( Heb. 12, 2), seguimos a senda percorrida pelo Concílio Vaticano II, cujo XXX aniversário da sua inauguração foi ontem lembrado. Daí que, ao inaugurar esta magna Assembléia, desejo recordar aquelas expressivas palavras pronunciadas pelo meu venerável predecessor, o Papa Paulo VI, na abertura da segunda sessão conciliar:

«Cristo!

Cristo, nosso princípio.

Cristo, nossa vida e nosso guia.

Cristo, nossa esperança e nosso fim...

Que não desça sobre esta Assembléia outra luz, a não ser a luz de Cristo, luz do mundo.

Que nenhuma outra verdade atraia a nossa mente, fora das palavras do Senhor, único Mestre.

Que não tenhamos outra aspiração, que não seja o desejo de Lhe sermos absolutamente fiéis.

Que nenhuma outra esperança nos sustente, a não ser aquela que, mediante a Sua palavra, conforta a nossa debilidade...».

I. JESUCRlSTO AYER, HOY Y SIEMPRE

2. Esta Conferencia se reúne para celebrar a Jesucristo, para dar gracias a Dios por su presencia en estas tierras de América, donde hace ahora 500 años comenzó a difundirse el mensaje de la salvación; se reúne para celebrar la implantación de la Iglesia, que durante estos cinco siglos tan abundantes frutos de santidad y amor ha dado en el Nuevo Mundo.

Jesucristo es la Verdad eterna que se manifestó en la plenitud de los tiempos. Y precisamente, para transmitir la Buena Nueva a todos los pueblos, fundó su Iglesia con la misión especifica de evangelizar: «Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda creatura» (Mc. 16, 15). Se puede decir que en estas palabras está contenida la proclama solemne de la evangelización. Así, pues, desde el día en que los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo, la Iglesia inició la gran tarea de la evangelización. San Pablo lo expresa en una frase lapidaria y emblemática: «Evangelizare Iesum Christum», «anunciar a Jesucristo» (Gal. 1, 16). Esto es lo que han hecho los discípulos del Señor, en todos los tiempos y en todas la latitudes del mundo.

3. En este proceso singular el año 1492 marca una fecha clave. En efecto, el 12 de octubre —hace hoy exactamente cinco siglos— el Almirante Cristóbal Colón, con las tres carabelas procedentes de España llegó a estas tierras y plantó en ellas la cruz de Cristo. La evangelización propiamente dicha, sin embargo, comenzó con el segundo viaje de los descubridores, a quienes acompañaban los primeros misioneros. Se iniciaba así la siembra del don precioso de la fe. Y ¿cómo no dar gracias a Dios por ello, junto con vosotros, queridos Hermanos Obispos, que hoy hacéis presentes en Santo Domingo a todas las Iglesias particulares de Latinoamérica? ¡Cómo no dar gracias por los abundantes frutos de la semilla plantada a lo largo de estos cinco siglos por tantos y tan intrépidos misioneros!

Con la llegada del Evangelio a América se ensancha la historia de la salvación, crece la familia de Dios, se multiplica «para gloria de Dios el número de los que dan gracias» (2 Cor 4, 15). Los pueblos del Nuevo Mundo eran «pueblos nuevos... totalmente desconocidos para el Viejo Mundo hasta el año 1492», pero «conocidos por Dios desde toda la eternidad y por El siempre abrazados con la paternidad que el Hijo ha revelado en la plenitud de los tiempos (cfr. Gal 4, 4)» ( Homilía, 1 de enero de 1992). En los pueblos de América, Dios se ha escogido un nuevo pueblo, lo ha incorporado a su designio redentor, lo ha hecho partícipe de su Espíritu. Mediante la evangelización y la fe en Cristo, Dios ha renovado su alianza con América Latina.

Damos, pues, gracias a Dios por la pléyade de evangelizadores que dejaron su patria y dieron su vida para sembrar en el Nuevo Mundo la vida nueva de la fe, la esperanza y el amor. No los movía la leyenda de «El Dorado», o intereses personales, sino el urgente llamado a evangelizar unos hermanos que aún no conocían a Jesucristo. Ellos anunciaron «la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres» ( Tit 3, 4) a unas gentes que ofrecían a sus dioses incluso sacrificios humanos. Ellos testimoniaron, con su vida y con su palabra, la humanidad que brota del encuentro con Cristo. Por su testimonio y su predicación, el número de hombres y mujeres que se abrían a la gracia de Cristo se multiplicaron «como las estrellas del cielo, incontables como las arenas de las orillas del mar» ( Heb 11, 12).

4. Desde los primeros pasos de la evangelización, la Iglesia católica movida por la fidelidad al Espíritu de Cristo, fue defensora infatigable de los indios, protectora de los valores que había en sus culturas, promotora de humanidad frente a los abusos de colonizadores a veces sin escrúpulos. La denuncia de las injusticias y atropellos por obra de Montesinos, Las Casas, Córdoba, fray Juan del Valle y tantos otros, fue como un clamor que propició una legislación inspirada en el reconocimiento del valor sagrado de la persona. La conciencia cristiana afloraba con valentía profética en esa cátedra de dignidad y de libertad que fue, en la Universidad de Salamanca, la Escuela de Vitoria (cfr. Discurso, 14 de mayo de 1992), y en tantos eximios defensores de los nativos, en España y en América Latina. Nombres que son bien conocidos y que con ocasión del V Centenario han sido recordados con admiración y gratitud. Por mi parte, y para precisar los perfiles de la verdad histórica poniendo de relieve las raíces cristianas y la identidad católica del Continente, sugerí que se celebrara un Simposio Internacional sobre la Historia de la Evangelización de América, organizado por la Pontificia Comisión para América Latina. Los datos históricos muestran que se llevó a cabo una válida, fecunda y admirable obra evangelizadora y que, mediante ella, se abrió camino de tal modo en América la verdad sobre Dios y sobre el hombre que, de hecho, la evangelización misma constituye una especie de tribunal de acusación para los responsables de aquellos abusos.

De la fecundidad de la semilla evangélica depositada en estas benditas tierras he podido ser testigo durante los viajes apostólicos que el Señor me ha concedido realizar a vuestras Iglesias particulares. ¡Cómo no manifestar abiertamente mi ardiente gratitud a Dios, porque me ha sido dado conocer de cerca la realidad viva de la Iglesia en América Latina! En mis viajes al Continente, así como durante vuestras visitas «ad Limina» y en otros diversos encuentros que han robustecido los vínculos de la colegialidad episcopal y la corresponsabilidad en la solicitud pastoral por toda la Iglesia, he podido comprobar repetidamente la lozanía de la fe de vuestras comunidades eclesiales y también medir la amplitud de los desafíos para la Iglesia, ligada indisolublemente a la suerte misma de los pueblos del Continente.

5. La presente Conferencia General se reúne para perfilar las líneas maestras de una acción evangelizadora que ponga a Cristo en el corazón y en los labios de todos los latinoamericanos. Esta es nuestra tarea: hacer que la verdad sobre Cristo y la verdad sobre el hombre penetren aún más profundamente en todos los estratos de la sociedad y la transformen (cfr. Discurso a la Pont. Comisión para América Latina, 14 de junio de 1991).

En sus deliberaciones y conclusiones, esta Conferencia ha de saber conjugar los tres elementos doctrinales y pastorales, que constituyen como las tres coordenadas de la nueva evangelización: Cristología, Eclesiología y Antropología. Contando con una profunda y sólida Cristología, basados en una sana antropología y con una clara y recta visión eclesiológica, hay que afrontar los retos que se plantean hoy a la acción evangelizadora de la Iglesia en América.

A continuación deseo compartir con vosotros algunas reflexiones que, siguiendo la pauta del enunciado de la Conferencia y como signo de profunda comunión y corresponsabilidad eclesial, os ayuden en vuestro ministerio de Pastores entregados generosamente a la grey que el Señor os ha confiado. Se trata de presentar algunas prioridades doctrinales y pastorales desde la perspectiva de la nueva evangelización.

II. NUEVA EVANGELIZACIÓN

6. A nova evangelização é a idéia central de toda a temática desta Conferência.

Desde o meu encontro, no Haiti, com os Bispos do CELAM em 1983, venho pondo uma particular ênfase nesta expressão, para despertar assim um novo ardor e novos esforços evangelizadores na América e no mundo inteiro; ou seja, para dar à ação pastoral «um novo impulso, capaz de suscitar, numa Igreja ainda mais arraigada na força e na potência imorredouras do Pentecostes, tempos novos de evangelização» ( Evangelii nuntiandi, 2).

A nova evangelização não consiste num «novo evangelho», que surgiria sempre de nós mesmos, da nossa cultura ou da nossa análise sobre as necessidades do homem. Por isso, não seria «evangelho», mas pura invenção humana, e a salvação não se encontraria nele. Nem mesmo consiste em retirar do Evangelho tudo aquilo que parece dificilmente assimilável. Não é a cultura a medida do Evangelho, mas Jesus Cristo é a medida de toda a cultura e de toda obra humana. Não, a nova evangelização não nasce do desejo de «agradar aos homens» ou de «procurar o seu favor» (cfr. Gál. 1, 10), mas da responsabilidade pelo dom que Deus nos fez em Cristo, pelo qual temos acesso à verdade sobre Deus e sobre o homem, e à possibilidade da vida verdadeira.

A nova evangelização tem, como ponto de partida, a certeza de que em Cristo há uma «riqueza insondável» ( Ef. 3, 8), que não extingue nenhuma cultura de qualquer época, e à qual nós homens sempre poderemos recorrer para enriquecer_nos (cfr. Assembléia especial do Sinodo dos Bispos da Europa, Declaração final, 3). Essa riqueza é, antes de tudo, o próprio Cristo, sua pessoa, porque Ele mesmo é a nossa salvação. Nós homens de qualquer época e de qualquer cultura, aproximando_nos d'Ele mediante a fé e a incorporação ao Seu Corpo, que é a Igreja, podemos encontrar a resposta àquelas perguntas, sempre antigas e sempre novas, que se nos apresentam no mistério da nossa existência, e que de modo indelével levamos gravadas em nosso coração desde a criação e desde a ferida do pecado.

7. La novedad no afecta al contenido del mensaje evangélico, que es inmutable, pues Cristo es «el mismo ayer, hoy y siempre». Por esto, el evangelio ha de ser predicado en plena fidelidad y pureza, tal como ha sido custodiado y transmitido por la Tradición de la Iglesia. Evangelizar es anunciar a una persona, que es Cristo. En efecto, «no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios» ( Evangelii nuntiandi, 22). Por eso, las cristologías reductivas, de las que en diversas ocasiones he señalado sus desviaciones (cfr. Discurso Inaugural de la Conferencia de Puebla, 28 de enero de 1979, 1, 4), no pueden aceptarse como instrumentos de la nueva evangelización. Al evangelizar, la unidad de la fe de la Iglesia tiene que resplandecer no sólo en el magisterio auténtico de los Obispos, sino también en el servicio a la verdad por parte de los pastores de almas, de los teólogos, de los catequistas y de todos los que están comprometidos en la proclamación y predicación de la fe.

A este respecto, la Iglesia estimula admira y respeta la vocación del teólogo, cuya «función es lograr una comprensión cada vez más profunda de la palabra de Dios contenida en la Escritura, inspirada y transmitida por la Tradición viva de la Iglesia» ( Instrucción de la Congregación para la doctrina de la Fe sobre la vocación eclesial del teólogo, 24 de mayo de 1990, 6). Esta vocación, noble y necesaria, surge en el interior de la Iglesia y presupone la condición de creyente en el mismo teólogo, con una actitud de fe que él mismo debe testimoniar en la comunidad. «La recta conciencia del teólogo católico supone consecuentemente la fe en la Palabra de Dios (...), el amor a la Iglesia de la que ha recibido su misión y el respeto al Magisterio asistido por Dios» ( ibid., 38). La teología está llamada, pues, a prestar un gran servicio a la nueva evangelización.

8. Ciertamente es la verdad la que nos hace libres (cfr. Jn 8, 32). Pero no podemos por menos de constatar que existen posiciones inaceptables sobre lo que es la verdad, la libertad, la conciencia. Se llega incluso a justificar el disenso con el recurso «al pluralismo teológico, llevado a veces hasta un relativismo que pone en peligro la integridad de la fe». No faltan quienes piensan que «los documentos del Magisterio no serían sino el reflejo de una teología opinable» ( ibid., 34); y «surge así una especie de "magisterio paralelo" de los teólogos, en oposición y rivalidad con el Magisterio auténtico» ( ibid.). Por otra parte, no podemos soslayar el hecho de que las «actitudes de oposición sistemática a la Iglesia, que llegan incluso a constituirse en grupos organizados», la contestación y la discordia, al igual que «acarrean graves inconvenientes a la comunión de la Iglesia», son también un obstáculo para la evangelización (cfr. ibid., 32).

La confesión de fe «Jesucristo ayer, hoy y siempre» de la Carta a los Hebreos —que es como el telón de fondo del tema de esta IV Conferencia— nos lleva a recordar las palabras del versículo siguiente: «No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas» (Heb 13, 9). Vosotros, amados Pastores, tenéis que velar sobre todo por la fe de la gente sencilla que, de lo contrario, se vería desorientada y confundida.

9. Todos los evangelizadores han de prestar también una atención especial a la catequesis. Al comienzo de mi Pontificado quise dar nuevo impulso a esta labor pastoral mediante la Exhortación Apostólica Catechesi Tradendæ, y recientemente he aprobado el Catecismo de la Iglesia Católica, que presento como el mejor don que la Iglesia puede hacer a sus Obispos y a todo el Pueblo de Dios. Se trata de un valioso instrumento para la nueva evangelización, donde se compendia toda la doctrina que la Iglesia ha de enseñar.

Confío asimismo que el movimiento bíblico continúe desplegando su benéfica labor en América Latina y que las Sagradas Escrituras nutran cada vez más la vida de los fieles, para lo cual se hace imprescindible que los agentes de pastoral profundicen incansablemente en la Palabra de Dios, viviéndola y transmitiéndola a los demás con fidelidad, es decir «teniendo muy en cuenta la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe» ( Dei Verbum, 12). Igualmente, el movimiento litúrgico ha de dar renovado impulso a la vivencia íntima de los misterios de nuestra fe, llevando al encuentro con Cristo Resucitado en la liturgia de la Iglesia. Es en la celebración de la Palabra y de los Sacramentos, pero sobre todo en la Eucaristía, culmen y fuente de la vida de la Iglesia y de toda la evangelización, donde se realiza nuestro encuentro salvífico con Cristo, al que nos unimos místicamente formando su Iglesia (cfr. Lumen gentium, 7). Por ello os exhorto a dar un nuevo impulso a la celebración digna, viva y participada de las asambleas litúrgicas, con ese profundo sentido de la fe y de la contemplación de los misterios de la salvación, tan arraigado en vuestros pueblos.

10. La novedad de la acción evangelizadora a que hemos convocado afecta a la actitud, al estilo, al esfuerzo y a la programación o, como propuse en Haití, al ardor, a los métodos y a la expresión (cfr. Discurso a los Obispos del CELAM, 9 de marzo de 1983). Una evangelización nueva en su ardor supone una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una recia fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, generen una mística, un incontenible entusiasmo en la tarea de anunciar el Evangelio. En lenguaje neotestamentario es la «parresía» que inflama el corazón del apóstol (cfr. Act 5, 28-29; cfr. Redemptoris missio, 45). Esta «parresía» ha de ser también el sello de vuestro apostolado en América. Nada puede haceros callar, pues sois heraldos de la verdad. La verdad de Cristo ha de iluminar las mentes y los corazones con la activa, incansable y publica proclamación de los valores cristianos.

Por otra parte los nuevos tiempos exigen que el mensaje cristiano llegue al hombre de hoy mediante nuevos métodos de apostolado y que sea expresado en lenguaje y formas accesibles al hombre latinoamericano necesitado de Cristo y sediento del evangelio: ¿Cómo hacer accesible, penetrante, válida y profunda la respuesta al hombre de hoy, sin alterar o modificar en nada el contenido del mensaje evangélico?, ¿cómo llegar al corazón de la cultura que queremos evangelizar?, ¿cómo hablar de Dios en un mundo en el que está presente un proceso creciente de secularización?

11. Como lo habéis manifestado en los encuentros y conversaciones que hemos tenido a lo largo de estos años, tanto en Roma como en mis visitas a vuestras Iglesias particulares, hoy la fe sencilla de vuestros pueblos sufre el embate de la secularización con el consiguiente debilitamiento de los valores religiosos y morales. En los ambientes urbanos crece una modalidad cultural que confiando sólo en la ciencia y en los avances de la técnica se presenta como hostil a la fe. Se transmiten unos «modelos» de vida en contraste con los valores del evangelio. Bajo la presión del secularismo, se llega a presentar la fe como si fuera una amenaza a la libertad y autonomía del hombre.

Sin embargo, no podemos olvidar que la historia reciente ha mostrado que cuando, al amparo de ciertas ideologías, se niegan la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre, se hace imposible construir una sociedad de rostro humano. Con la caída de los regímenes del llamado «socialismo real» en Europa oriental cabe esperar qué también en este continente se saquen las deducciones pertinentes en relación con el valor efímero de tales ideologías. La crisis del colectivismo marxista no ha tenido sólo raíces económicas como he puesto de relieve en la Encíclica Centesimus annus (n. 41), pues la verdad sobre el hombre está íntima y necesariamente ligada a la verdad sobre Dios.

La nueva evangelización ha de dar pues una respuesta integral, pronta, ágil, que fortalezca la fe católica en sus verdades fundamentales, en sus dimensiones individuales, familiares y sociales.

12. A ejemplo del Buen Pastor habéis de apacentar el rebaño que os ha sido confiado y defenderlo de los lobos rapaces. Causa de división y discordia en vuestras comunidades eclesiales son —lo sabéis bien— las sectas y movimientos «pseudo_espirituales» de que habla el Documento de Puebla (n 628), cuya expansión y agresividad urge afrontar

Como muchos de vosotros habéis señalado, el avance de las sectas pone de relieve un vacío pastoral, que tiene frecuentemente su causa en la falta de formación, lo cual mina la identidad cristiana y hace que grandes masas de católicos sin una atención religiosa adecuada —entre otras razones, por falta de sacerdotes—, queden a merced de campañas de proselitismo sectario muy activas. Pero también puede suceder que los fieles no hallen en los agentes de pastoral aquel fuerte sentido de Dios que ellos deberían transmitir en sus vidas. «Tales situaciones pueden ser ocasión de que muchas personas pobres y sencillas —como por desgracia está ocurriendo— se conviertan en fácil presa de las sectas, en las que buscan un sentido religioso de la vida que quizás no encuentran en quienes se lo tendrían que ofrecer a manos llenas» (Carta Apostólica Los Caminos del Evangelio, 20).

Por otra parte, no se puede infravalorar una cierta estrategia, cuyo objetivo es debilitar los vínculos que unen a los Países de América Latina y minar así las fuerzas que nacen de la unidad. Con este objeto se destinan importantes recursos económicos para subvencionar campañas proselitistas, que tratan de resquebrajar esta unidad católica.

Al preocupante fenómeno de las sectas hay que responder con una acción pastoral que ponga en el centro de todo a la persona, su dimensión comunitaria y su anhelo de una relación personal con Dios. Es un hecho que allí donde la presencia de la Iglesia es dinámica, como es el caso de las parroquias en las que se imparte una asidua formación en la Palabra de Dios, donde existe una liturgia activa y participada, una sólida piedad mariana, una efectiva solidaridad en el campo social, una marcada solicitud pastoral por la familia, los jóvenes y los enfermos, vemos que las sectas o los movimientos para_religiosos no logran instalarse o avanzar.

La arraigada religiosidad popular de vuestros fieles, con sus extraordinarios valores de fe y de piedad, de sacrificio y de solidaridad, convenientemente evangelizada y gozosamente celebrada, orientada en torno a los misterios de Cristo y de la Virgen María, puede ser, por sus raíces eminentemente católicas, un antídoto contra las sectas y una garantía de fidelidad al mensaje de la salvación.

III. PROMOCION HUMANA

13. Puesto que la Iglesia es consciente de que el hombre —no el hombre abstracto, sino el hombre concreto e histórico— «es el primer camino que ella debe recorrer en el cumplimiento de su misión» ( Redemptor hominis, 14), la promoción humana ha de ser consecuencia lógica de la evangelización, la cual tiende a la liberación integral de la persona (cfr. Evangelii nuntiandi, nn. 29-39).

Mirando a ese hombre concreto, vosotros, Pastores de la Iglesia, constatáis la difícil y delicada realidad social por la que atraviesa hoy América Latina, donde existen amplias capas de población en la pobreza y la marginación. Por ello, solidarios con el clamor de los pobres, os sentís llamados a asumir el papel del buen samaritano (cfr. Lc 10 25-37), pues el amor a Dios se muestra en el amor a la persona humana. Así nos lo recuerda el apóstol Santiago con aquellas graves palabras: «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario y alguno de vosotros les dice: "Id en paz, calentaos y hartaos", pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» ( Sant 2, 15-16).

La preocupación por lo social «forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia» ( Sollicitudo rei socialis, 41) y es también «parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por la justicia en el testimonio de Cristo Salvador» ( Centesimus annus, 5).

Como afirma el Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral Gaudium et spes, el problema de la promoción humana no se puede considerar al margen de la relación del hombre con Dios (cfr. nn. 43, 45). En efecto, contraponer la promoción auténticamente humana y el proyecto de Dios sobre la humanidad es una grave distorsión, fruto de una cierta mentalidad de inspiración secularista. La genuina promoción humana ha de respetar siempre la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre, los derechos de Dios y los derechos del hombre.

14. Vosotros, amados Pastores, tocáis de cerca la situación angustiosa de tantos hermanos que carecen de lo necesario para una vida auténticamente humana. No obstante el avance registrado en algunos campos, persiste e incluso crece el fenómeno de la pobreza. Los problemas se agravan con la pérdida del poder adquisitivo del dinero a causa de la inflación a veces incontrolada y del deterioro de los términos de intercambio, con la consiguiente disminución de los precios de ciertas materias primas y con el peso insoportable de la deuda internacional, de la que se derivan tremendas consecuencias sociales. La situación se hace todavía más dolorosa con el grave problema del desempleo creciente que no permite llevar el pan al hogar e impide el acceso a otros bienes fundamentales (cfr. Laborem exercens, 18).

Sintiendo vivamente la gravedad de esta situación, no he dejado de dirigir apremiantes llamados en favor de una activa, justa y urgente solidaridad internacional. Es éste un deber de justicia que afecta a toda la humanidad, pero sobre todo a los países ricos, que no pueden eludir su responsabilidad hacia los países en vías de desarrollo. Esta solidaridad es una exigencia del bien común universal que ha de ser respetado por todos los integrantes de la familia humana (cfr. Gaudium et spes, 26).

15. El mundo no puede sentirse tranquilo y satisfecho ante la situación caótica y desconcertante que se presenta ante nuestros ojos: naciones, sectores de población, familias e individuos cada vez más ricos y privilegiados frente a pueblos, familias y multitud de personas sumidas en la pobreza, víctimas del hambre y las enfermedades, carentes de vivienda digna de servicios sanitarios, de acceso a la cultura. Todo ello es testimonio elocuente de un desorden real y de una injusticia institucionalizada, a lo cual se suman a veces el retraso en tomar medidas necesarias, la pasividad y la imprudencia, cuando no la transgresión de los principios éticos en el ejercicio de las funciones administrativas, como es el caso de la corrupción. Ante todo esto se impone un «cambio de mentalidad, de comportamiento y de estructuras» ( Centesimus annus, 60), en orden a superar el abismo existente entre los países ricos y los países pobres (cfr. Laborem exercens, 16; Centesimus annus, 14), así como las profundas diferencias existentes entre ciudadanos de un mismo país. En una palabra: hay que hacer valer el nuevo ideal de solidaridad frente a la caduca voluntad de dominio.

Por otra parte, es falaz e inaceptable la solución que propugna la reducción del crecimiento demográfico sin importarle la moralidad de los medios empleados para conseguirlo. No se trata de reducir a toda costa el número de invitados al banquete de la vida; lo que hace falta es aumentar los medios y distribuir con mayor justicia la riqueza para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de la creación.

Hay que buscar soluciones a nivel mundial, instaurando una verdadera economía de comunión y participación de bienes, tanto en el orden internacional como nacional. A este propósito, un factor que puede contribuir notablemente a superar los apremiantes problemas que hoy afectan a este continente es la integración latinoamericana. Es grave responsabilidad de los gobernantes el favorecer el ya iniciado proceso de integración de unos pueblos a quienes la misma geografía, la fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en el camino de la historia.

16. En continuidad con las Conferencias de Medellín y Puebla, la Iglesia reafirma la opción preferencial en favor de los pobres. Una opción no exclusiva ni excluyente, pues el mensaje de la salvación está destinado a todos. «Una opción, además, basada esencialmente en la Palabra de Dios y no en criterios aportados por ciencias humanas o ideologías contrapuestas, que con frecuencia reducen a los pobres a categorías socio_políticas económicas abstractas. Pero una opción firme e irrevocable» ( Discurso a los Cardenales y Prelados de la Curia Romana, 21 de diciembre de 1984, 9).

Como afirma el Documento de Puebla, «acercándonos al pobre para acompañarlo y servirlo, hacemos lo que Cristo nos enseñó haciéndose hermano nuestro, pobre como nosotros. Por eso, el servicio a los pobres es la medida privilegiada, aunque no excluyente, de nuestro seguimiento de Cristo. El mejor servicio al hermano es la evangelización, que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente» ( Puebla, 1145). Dichos criterios evangélicos de servicio al necesitado evitarán cualquier tentación de connivencia con los responsables de las causas de la pobreza, o peligrosas desviaciones ideológicas, incompatibles con la doctrina y misión de la Iglesia.

La genuina praxis de liberación ha de estar siempre inspirada por la doctrina de la Iglesia según se expone en las dos Instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe ( Libertatis nuntius, 1984; Libertatis conscientia, 1986), que han de ser tenidas en cuenta cuando se aborda el tema de las teologías de la liberación. Por otra parte, la Iglesia no puede en modo alguno dejarse arrebatar por ninguna ideología o corriente política la bandera de la justicia, lo cual es una de las primeras exigencias del evangelio y, a la vez, fruto de la venida del Reino de Dios.

17. Como ya lo señaló la Conferencia de Puebla, existen grupos humanos particularmente sumidos en la pobreza; tal es el caso de los indígenas (cfr. n. 1265). A ellos, y también a los afroamericanos, he querido dirigir un mensaje especial de solidaridad y cercanía, que entregaré mañana a un grupo de representantes de sus respectivas comunidades. Como gesto de solidaridad, la Santa Sede ha creado recientemente la Fundación «Populorum Progressio», que dispone de un fondo de ayuda en favor de los campesinos, indios y demás grupos humanos del sector rural, particularmente desprotegidos en América Latina.

En esta misma línea de solicitud pastoral por las categorías sociales más desprotegidas, esta Conferencia General podría valorar la oportunidad de que, en un futuro no lejano, pueda celebrarse un Encuentro de representantes de los Episcopados de todo el Continente americano, —que podría tener también carácter sinodal— en orden a incrementar la cooperación entre las diversas Iglesias particulares en los distintos campos de la acción pastoral y en el que, dentro del marco de la nueva evangelización y como expresión de comunión episcopal, se afronten también los problemas relativos a la justicia y la solidaridad entre todas las Naciones de América. La Iglesia, ya a las puertas del tercer milenio cristiano y en unos tiempos en que han caído muchas barreras y fronteras ideológicas, siente como un deber ineludible unir espiritualmente aún más a todos los pueblos que forman este gran Continente y, a la vez, desde la misión religiosa que le es propia, impulsar un espíritu solidario entre todos ellos, que permita, en modo particular, encontrar vías de solución a las dramáticas situaciones de amplios sectores de población que aspiran a un legítimo progreso integral y a condiciones de vida más justas y dignas.

18. No existe auténtica promoción humana, verdadera liberación, ni opción preferencial por los pobres, si no se parte de los fundamentos mismos de la dignidad de la persona y del ambiente en que tiene que desarrollarse, según el proyecto del Creador. Por eso entre los temas y opciones que requieren toda la atención de la Iglesia no puedo dejar de recordar el de la familia y el de la vida: dos realidades que van estrechamente unidas, pues la «familia es como el santuario de la vida» ( Centesimus annus, n. 39). En efecto, «el futuro de la humanidad se fragua en la familia; por consiguiente, es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia» ( Familiaris consortio, 86).

No obstante los problemas que en nuestros días asedian al matrimonio y la institución familiar, ésta, como «célula primera y vital de la sociedad» ( Apostolicam actuositatem, 11), puede generar grandes energías, que son necesarias para el bien de la humanidad. Por eso, hay que «anunciar con alegría y convicción la "buena nueva" sobre la familia» (cfr. Familiaris consortio, 86). Hay que anunciarla aquí, en América Latina, donde, junto al aprecio que se tiene por la familia, proliferan por desgracia las uniones consensuales libres. Ante este fenómeno y ante las crecientes presiones divorcistas urge promover medidas adecuadas en favor del núcleo familiar, en primer lugar para asegurar la unión de vida y el amor estable dentro del matrimonio, según el plan de Dios, así como una idónea educación de los hijos.

En estrecha conexión con los problemas señalados se encuentra el grave fenómeno de los niños que viven permanentemente en las calles de las grandes ciudades latinoamericanas, minados por el hambre y la enfermedad, sin protección alguna, sujetos a tantos peligros, no excluida la droga y la prostitución. He aquí otra cuestión que ha de apremiar vuestra solicitud pastoral, recordando las palabras de Jesús: «Dejad que los niños vengan a mí» ( Mt 19, 14).

La vida desde su concepción en el seno materno hasta su término natural, ha de ser defendida con decisión y valentía. Es necesario, pues, crear en América una cultura de la vida que contrarreste la anticultura de la muerte, la cual —a través del aborto, la eutanasia, la guerra, la guerrilla, el secuestro, el terrorismo y otras formas de violencia o explotación— intenta prevalecer en algunas naciones. En este espectro de atentados a la vida ocupa un lugar de primer orden el narcotráfico, que las instancias competentes han de contrarrestar con todos los medios lícitos a disposición.

19. ¿Quién nos librará de estos signos de muerte? La experiencia del mundo contemporáneo ha mostrado más y más que las ideologías son incapaces de derrotar aquel mal que tiene al hombre sujeto a servidumbre. El único que puede librar de este mal es Cristo. Al celebrar el V Centenario de la Evangelización, volvemos los ojos, conmovidos, a aquel momento de gracia en el que Cristo nos ha sido dado de una vez para siempre. La dolorosa situación de tantas hermanas y hermanos latinoamericanos no nos lleva a la desesperanza. Al contrario, hace más urgente la tarea que tiene la Iglesia ante sí: reavivar en el corazón de cada bautizado la gracia recibida. «Te recomiendo —escribía san Pablo a Timoteo— que reavives la gracia de Dios que está en ti» (2 Tim 1, 6).

Como de la acogida del Espíritu en Pentecostés nació el pueblo de la Nueva Alianza, sólo esta acogida hará surgir un pueblo capaz de generar hombres renovados y libres, conscientes de su dignidad. No podemos olvidar que la promoción integral del hombre es de capital importancia para el desarrollo de los pueblos de Latinoamérica. Pues, «el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente del dinero ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica» ( Redemptoris missio, 58). La mayor riqueza de Latinoamérica son sus gentes. La Iglesia, «despertando las conciencias con el Evangelio», contribuye a despertar las energías dormidas para disponerlas a trabajar en la construcción de una nueva civilización (cfr. ibid. ).

IV. CULTURA CRISTIANA

20. Aunque el Evangelio no se identifica con ninguna cultura en particular, sí debe inspirarlas, para de esta manera transformarlas desde dentro, enriqueciéndolas con los valores cristianos que derivan de la fe. En verdad, la evangelización de las culturas representa la forma más profunda y global de evangelizar a una sociedad, pues mediante ella el mensaje de Cristo penetra en las conciencias de las personas y se proyecta en el «ethos» de un pueblo, en sus actitudes vitales, en sus instituciones y en todas las estructuras (cfr. Discurso a los intelectuales y al mundo universitario, Medellín, 5 de julio de 1986, 2).

El tema «cultura» ha sido objeto de particular estudio y reflexión por parte del CELAM en los últimos años. También la Iglesia toda dirige su atención a esta importante materia, «ya que la nueva evangelización ha de proyectarse sobre la cultura "adveniente", sobre todas las culturas, incluidas las culturas indígenas" (cfr. Angelus, 28 de junio de 1992). Anunciar a Jesucristo en todas las culturas es la preocupación central de la Iglesia y objeto de su misión. En nuestros días, esto exige, en primer lugar, el discernimiento de las culturas como realidad humana a evangelizar y, consiguientemente, la urgencia de un nuevo tipo de colaboración entre todos los responsables de la obra evangelizadora.

21. En nuestros días se percibe una crisis cultural de proporciones insospechadas. Es cierto que el sustrato cultural actual presenta un buen número de valores positivos, muchos de ellos fruto de la evangelización, pero al mismo tiempo, ha eliminado valores religiosos fundamentales y ha introducido concepciones engañosas que no son aceptables desde el punto de vista cristiano.

La ausencia de esos valores cristianos fundamentales en la cultura de la modernidad no solamente ha ofuscado la dimensión de lo trascendente, abocando a muchas personas hacia el indiferentismo religioso —también en América Latina—, sino que a la vez, es causa determinante del desencanto social en que se ha gestado la crisis de esta cultura. Tras la autonomía introducida por el racionalismo, hoy se tiende a basar los valores sobre todo en consensos sociales subjetivos que, no raramente, llevan a posiciones contrarias incluso a la misma ética natural. Piénsese en el drama del aborto, los abusos en ingeniería genética, los atentados a la vida y a la dignidad de la persona.

Frente a la pluralidad de opciones que hoy se ofrecen, se requiere una profunda renovación pastoral mediante el discernimiento evangélico sobre los valores dominantes, las actitudes, los comportamientos colectivos, que frecuentemente representan un factor decisivo para optar tanto por el bien como por el mal. En nuestros días se hace necesario un esfuerzo y un tacto especial para inculturar el mensaje de Jesús, de tal manera que los valores cristianos puedan transformar los diversos núcleos culturales, purificándolos, si fuera necesario, y haciendo posible el afianzamiento de una cultura cristiana que renueve, amplíe y unifique los valores históricos pasados y presentes, para responder así en modo adecuado a los desafíos de nuestro tiempo (cfr. Redemptoris missio, 52). Uno de estos retos a la evangelización es el de intensificar el diálogo entre las ciencias y la fe en orden a crear un verdadero humanismo cristiano. Se trata de mostrar que la ciencia y la técnica contribuyen a la civilización y a la humanización del mundo en la medida en que están penetradas por la sabiduría de Dios. A este propósito deseo alentar vivamente a las Universidades y Centros de estudios superiores, especialmente los que dependen de la Iglesia, a renovar su empeño en el diálogo entre fe y ciencia.

22. La Iglesia mira con preocupación la fractura existente entre los valores evangélicos v las culturas modernas, pues éstas corren el riesgo de encerrarse dentro de sí en una especie de involución agnóstica y sin referencia a la dimensión moral (cfr. Discurso al Pont. Consejo para la Cultura, 18 de enero de 1983). A este respecto conservan pleno vigor aquellas palabras del Papa Pablo VI: «La ruptura entre evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que haya que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Éstas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva» ( Evangelii nuntiandi, 20).

La Iglesia, que considera al hombre como su «camino» (cfr. Redemptor hominis, 14), ha de saber dar una respuesta adecuada a la actual crisis de la cultura. Frente al complejo fenómeno de la modernidad, es necesario dar vida a una alternativa cultural plenamente cristiana. Si la verdadera cultura es la que expresa los valores universales de la persona, ¿qué puede proyectar más luz sobre la realidad del hombre, sobre su dignidad y razón de ser, sobre su libertad y destino, que el Evangelio de Cristo?

En este hito histórico del medio milenio de la evangelización de vuestros pueblos, os invito pues, queridos Hermanos, a que con el ardor de la nueva evangelización, animados por el Espíritu del Señor Jesús, hagáis presente a la Iglesia en la encrucijada cultural de nuestro tiempo, para impregnar con los valores cristianos las raíces mismas de la cultura «adveniente» y de todas las culturas ya existentes. A este respecto, particular atención habréis de prestar a las culturas indígenas y afroamericanas, asimilando y poniendo de relieve todo lo que en ellas hay de profundamente humano y humanizante. Su visión de la vida que reconoce la sacralidad del ser humano, su profundo respeto a la naturaleza, la humildad, la sencillez, la solidaridad son valores que han de estimular el esfuerzo por llevar a cabo una auténtica evangelización inculturada, que sea también promotora de progreso y conduzca siempre a la adoración a Dios «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23). Mas el reconocimiento de dichos valores no os exime de proclamar en todo momento que «Cristo es el único Salvador de la humanidad, el único en condiciones de revelar a Dios y de guiar hacia Dios» ( Redemptoris missio, 5).

«La evangelización de la cultura es un esfuerzo por comprender las mentalidades y las actitudes del mundo actual e iluminarlas desde el evangelio. Es la voluntad de llegar a todos los niveles de la vida humana para hacerla más digna» ( Discurso al mundo de la cultura, Lima 15 de mayo de 1988, 5). Pero este esfuerzo de comprensión e iluminación debe estar siempre acompañado del anuncio de la Buena Nueva (cfr. Redemptoris missio, 46), de tal manera que la penetración del evangelio en las culturas no sea una simple adaptación externa, sino un «proceso profundo y, global que abarque tanto el mensaje cristiano como la reflexión y la praxis de la Iglesia» (ibid., 52) respetando siempre las características y la integridad de la fe.

23. Al ser la comunicación entre las personas un importante elemento generador de cultura, los modernos medios de comunicación social revisten en este terreno una importancia de primer orden. Intensificar la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación ha de ser ciertamente una de vuestras prioridades. Vienen a mi mente las graves palabras de mi venerado predecesor el Papa Pablo VI: «La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios que la inteligencia humana perfecciona cada vez más» ( Evangelii nuntiandi, 45).

Por otra parte se ha de vigilar también sobre el uso de los medios de comunicación social en la educación de la fe y en la difusión de la cultura religiosa. Una responsabilidad que incumbe sobre todo a las casas editoriales dependientes de instituciones católicas, que deben «ser objeto de particular solicitud por parte de los Ordinarios del lugar, a fin de que sus publicaciones sean siempre conformes a la doctrina de la Iglesia y contribuyan eficazmente al bien de las almas» ( Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos relativos al uso de los instrumentos de comunicación social en la promoción de la doctrina de la fe, 30 de marzo de 1992, 15, 2).

Ejemplos de inculturación del evangelio lo constituyen también ciertas manifestaciones socio_culturales que están surgiendo en defensa del hombre y de su entorno, y que han de ser iluminadas por la luz de la fe. Es el caso del movimiento ecologista en favor del respeto debido a la naturaleza y contra la explotación desordenada de sus recursos, con el consiguiente deterioro de la calidad de vida. La convicción de que «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todo el género humano» ( Gaudium et spes, 69) ha de inspirar un sistema de gestión de los recursos más justo y mejor coordinado a nivel mundial. La Iglesia hace suya la preocupación por el medio ambiente e insta a los gobiernos para que protejan este patrimonio según los criterios del bien común (cfr. Mensaje para la XXV Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1992).

24. El desafío que representa la cultura «adveniente» no debilita sin embargo nuestra esperanza, y damos gracias a Dios porque en América Latina el don de la fe católica ha penetrado en lo más hondo de sus gentes, conformando en estos quinientos años el alma cristiana del Continente e inspirando muchas de sus instituciones. En efecto, la Iglesia en Latinoamérica ha logrado impregnar la cultura del pueblo, ha sabido situar el mensaje evangélico en la base de su pensar, en sus principios fundamentales de vida, en sus criterios de juicio, en sus normas de acción.

Se nos presenta ahora el reto formidable de la continua inculturación del evangelio en vuestros pueblos, tema que habréis de abordar con clarividencia y profundidad durante los próximos días. América Latina, en Santa María de Guadalupe, ofrece un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada. En efecto, en la figura de María —desde el principio de la cristianización del Nuevo Mundo y a la luz del evangelio de Jesús— se encarnaron auténticos valores culturales indígenas. En el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac se resume el gran principio de la inculturación: la íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante la integración en el cristianismo y el enraizamiento del cristianismo en las varias culturas (cfr. Redemptoris missio, 52).

V. UNA NUEVA ERA BAJO EL SIGNO DE LA ESPERANZA

25. Eis aqui, queridos irmãos e irmãs, alguns dos desafios que se apresentam à Igreja nesta hora da nova evangelização. Diante deste panorama, cheio de interrogações, mas também repleto de promessas, devemos perguntar_nos qual é o caminho que deve seguir a Igreja na América Latina, para que a sua missão dê, na próxima etapa da sua história, os frutos que espera o Dono da messe (cfr. Lc 10, 2; Mc 4, 20). Vossa Assembléia deverá delinear a fisionomia de uma Igreja viva e dinâmica que cresce na fé, se santifica, ama, sofre, se compromete e espera em seu Senhor, como nos lembra o Concílio Ecumênico Vaticano II, ponto de referência obrigatório na vida e na missão de todo o Pastor (cfr. Gaudium et spes, 2).

A tarefa que vos espera nos proximos dias é árdua, mas está marcada pelo signo da esperança que vem de Cristo Ressuscitado. Vossa missão é a de serdes arautos da esperança, de que nos fala o Apóstolo Pedro (cfr. 1 Ped. 3, 15): esperança que se apoia nas promessas de Deus, na fidelidade à sua palavra e que tem como certeza inquebrantável a ressurreição de Cristo, sua vitória definitiva sobre o pecado e a morte, primeiro anúncio e raiz de toda a evangelização, fundamento de toda a promoção humana, princípio de toda a autêntica cultura cristã, que não pode deixar de ser a cultura da ressurreição e da vida, vivificada pelo sopro do Espírito de Pentecostes.

Amados Irmãos no Episcopado, na unidade da Igreja local, que tem origem na Eucaristia, encontra-se todo o Colégio Episcopal com o Sucessor de Pedro à frente, como pertencendo à própria essência da Igreja particular (cfr. Carta da Congregação para a Doutrina da Fé sobre alguns aspectos da Igreja entendida como Comunhão, 14). Em torno do Bispo e em perfeita comunhão com ele, devem florescer as paróquias e as comunidades cristãs, como células vivas e pujantes de vida eclesial. Por isso, a nova evangelização requer uma vigorosa renovação de toda a vida diocesana. As paróquias, os movimentos apostólicos e associações laicais, e todas as comunidades eclesiais em geral, hão de ser sempre evangelizadas e evangelizadoras. De modo particular, as Comunidades eclesiais de base devem se caracterizar por uma decidida projeção universalista e missionária, que lhes infunda um renovado dinamismo apostólico (cfr. Evangelii nuntiandi, 58; Puebla, 640_642). Elas, que devem estar sempre marcadas por uma clara identidade eclesial, hão de ter na Eucaristia, a que preside o sacerdote, o centro da vida e da comunhão dos seus membros, em estreita união com os seus pastores e em plena sintonia com o Magistério da Igreja.

26. Condición indispensable para la nueva evangelización es poder contar con evangelizadores numerosos y cualificados. Por ello la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas, así como de otros agentes de pastoral, ha de ser una prioridad de los Obispos y un compromiso de todo el Pueblo de Dios. Hay que dar, en toda América Latina, un impulso decisivo a la pastoral vocacional y afrontar, con criterios acertados y con esperanza, lo referente a los Seminarios y Centros de formación de los religiosos y religiosas, así como el problema de la formación permanente del Clero y de una mejor distribución de los sacerdotes entre las diversas Iglesias locales, en las que hay que considerar también la apreciada labor de los diáconos permanentes. Para todo esto se encuentran orientaciones apropiadas en la Exhortación Apostólica post_sinodal Pastores dabo vobis.

Por lo que se refiere a los religiosos y religiosas, que en América Latina llevan el peso de una parte considerable de la acción pastoral, deseo hacer mención de la Carta Apostólica Los Caminos del Evangelio, que les dirigí con fecha 29 de junio de 1990. También quiero recordar aquí a los Institutos Seculares con su pujante vitalidad en medio del mundo, y a los miembros de las Sociedades de Vida Apostólica, que desarrollan una gran actividad misionera.

En la hora presente los miembros de los Institutos religiosos, tanto masculinos como femeninos, han de centrarse más en la labor especificamente evangelizadora, desplegando toda la riqueza de iniciativas y tareas pastorales que brotan de sus diversos carismas. Fieles al espíritu de sus Fundadores, les debe caracterizar un profundo sentido de Iglesia y el testimonio de una estrecha y fiel colaboración en la pastoral, cuya dirección compete a los Ordinarios diocesanos y en determinados aspectos a las Conferencias Episcopales.

Como recordé en mi Carta a las contemplativas de América Latina (12 de diciembre de 1989), la acción evangelizadora de la Iglesia está sostenida por esos santuarios de la vida contemplativa tan numerosos en todo el Continente, que constituyen un testimonio de la radicalidad de la consagración a Dios, que tiene que ocupar siempre el primer puesto en nuestras opciones.

27. En la Exhortación Apostólica post_sinodal Christifideles laici sobre la «vocación y la misión de los laicos en la Iglesia» he querido poner particularmente de relieve que en la «grande, comprometedora y magnífica empresa» de la nueva evangelización es indispensable la labor de los seglares, en especial de los catequistas y «delegados de la Palabra». La Iglesia espera mucho de todos aquellos laicos que, con entusiasmo y eficacia evangélica, operan a través de los nuevos movimientos apostólicos, que han de estar coordinados en la pastoral de conjunto y que responden a la necesidad de una mayor presencia de la fe en la vida social. En esta hora en que he convocado a todos a trabajar con ardor apostólico en la viña del Señor sin que nadie quede excluido, «los fieles laicos han de sentirse parte viva y responsable de esta empresa (de la nueva evangelización), llamados como están a anunciar y a vivir el evangelio en el servicio a los valores y a las exigencias de las personas y de la sociedad» (n. 64). Digna de todo elogio, como transmisora de la fe, es la mujer latinoamericana, cuyo papel en la Iglesia y en la sociedad hay que poner debidamente de relieve (cfr. Carta Apostólica Mulieris dignitatem ). Particular solicitud pastoral se ha de prestar a los enfermos, en vista también de la fuerza evangelizadora del sufrimiento (cfr. Carta Apostólica Salvifici doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, 11 de febrero de 1984).

Hago una llamada especial a los jóvenes de América Latina. Ellos —tan numerosos en un Continente joven— habrán de ser protagonistas en la vida de la sociedad y de la Iglesia en el nuevo milenio cristiano ya a las puertas. A ellos hay que presentar en su propio lenguaje la belleza de la vocación cristiana y ofrecerles ideales altos y nobles, que les sostengan en sus aspiraciones de una sociedad más justa y fraterna.

28. Todos están llamados a construir la civilización del amor en este Continente de la esperanza. Es más, América Latina, que ha sido receptora de la fe transmitida por las Iglesias del Viejo Mundo, ha de prepararse a difundir el mensaje de Cristo en el mundo entero, dando «desde su pobreza» (cfr. Mensajes al III y IV Congresos Misioneros Latinoamericanos, Santa Fe de Bogotá 1987 y Lima 1991). «Ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos» ( Redemptoris missio, 3). Este momento ha llegado también para América Latina. «¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos», también en las Iglesias de América, «hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal» ( ibid., 2). Para América Latina, que recibió a Cristo hace ahora quinientos años, el mayor signo del agradecimiento por el don recibido, y de su vitalidad cristiana, es empeñarse ella misma en la misión.

29. Queridos Hermanos en el Episcopado, como sucesores de los Apóstoles debéis dedicar todos vuestros desvelos a la grey «en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo para pastorear la Iglesia de Dios» ( Act 20, 28). Por otra parte, como miembros del Colegio Episcopal, en estrecha unidad afectiva y efectiva con el Sucesor de Pedro, estáis llamados a mantener la comunión y preocupación por toda la Iglesia. Y, en esta circunstancia, como miembros de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, os incumbe una responsabilidad histórica.

En virtud de la misma fe, de la Palabra revelada, de la acción del Espíritu y por medio de la Eucaristía que preside el Obispo, la Iglesia particular tiene con la Iglesia Universal una peculiar relación de mutua interioridad, porque en ella se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo que es Una, Santa, Católica y Apostólica (cfr. Christus Dominus, 11). En ella ha de resplandecer la santidad de vida a la que todo evangelizador está llamado, dando testimonio de una intensa vivencia del misterio de Jesucristo, sentido y experimentado fuertemente en la Eucaristía, en la asidua escucha de la Palabra, en la oración, en el sacrificio, en la entrega generosa al Señor, que en los sacerdotes y las demás personas consagradas se expresa de modo especial mediante el celibato.

No hay que olvidar que la primera forma de evangelización es el testimonio (cfr. Redemptoris missio, 42_43), es decir, la proclamación del mensaje de salvación mediante las obras y la coherencia de vida, llevando a cabo así su encarnación en la historia cotidiana de los hombres. La Iglesia, desde los orígenes, se hizo presente y operante no sólo mediante el anuncio explícito del Evangelio de Cristo sino también, y sobre todo, mediante la irradiación de la vida cristiana. Por eso la nueva evangelización exige coherencia de vida, testimonio compacto de la caridad, bajo el signo de la unidad, para que el mundo crea (cfr. Jn 17, 23).

30. Jesucristo, el Testigo fiel, el Pastor de los pastores, está en medio de nosotros, pues nos hemos reunido en su nombre (cfr. Mt 18, 20). Con nosotros está el Espíritu del Señor que guía la Iglesia a la plenitud de la verdad y la rejuvenece con la palabra revelada, como en un nuevo Pentecostés.

En la comunión de los Santos velan sobre los trabajos de este importante encuentro eclesial una pléyade de Santos y Santas latinoamericanos, que evangelizaron este Continente con su palabra y sus virtudes, y —muchos de ellos— lo fecundaron con su sangre. Ellos son los frutos más excelsos de la evangelización.

Como en el Cenáculo de Pentecostés nos acompaña la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia. Su presencia entrañable en todos los rincones de Latinoamérica y en los corazones de sus hijos es garantía del sentido profético y del ardor evangélico que deben acompañar vuestros trabajos.

31. «¡Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!» ( Lc 1, 45). Estas palabras, que Isabel dirige a María, portadora de Cristo, son aplicables a la Iglesia, de la que la Madre del Redentor es tipo y modelo. ¡Dichosa tú, América, Iglesia de América, portadora de Cristo también, que has recibido el anuncio de la salvación y has creído en «lo que te ha dicho el Señor»! La fe es tu dicha, la fuente de tu alegría. ¡Dichosos vosotros, hombres y mujeres de América Latina, adultos y jóvenes, que habéis conocido al Redentor! Junto con toda la Iglesia, y con María, vosotros podéis decir que el Señor «ha puesto los ojos en la humildad de su sierva» ( Lc 1, 48). ¡Dichosos vosotros, los pobres de la tierra, porque ha llegado a vosotros el Reino de Dios!

«Lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». ¡Sé fiel a tu bautismo, reaviva en este Centenario la inmensa gracia recibida, vuelve tu corazón y tu mirada al centro, al origen, a Aquel que es fundamento de toda dicha, plenitud de todo! ¡Abrete a Cristo, acoge el Espíritu, para que en todas tus comunidades tenga lugar un nuevo Pentecostés! Y surgirá de ti una humanidad nueva, dichosa; y experimentarás de nuevo el brazo poderoso del Señor, y «lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Lo que te ha dicho, América, es su amor por ti, es su amor por tus hombres, por tus familias, por tus pueblos. Y ese amor se cumplirá en ti, y te hallarás de nuevo a ti misma, hallarás tu rostro, «te proclamarán bienaventurada todas las generaciones» ( Lc 1, 48).

Iglesia de América, el Señor pasa hoy a tu lado. Te llama. En esta hora de gracia, pronuncia de nuevo tu nombre, renueva su alianza contigo. ¡Ojalá escuchases su voz, para que conozcas la dicha verdadera y plena, y entres en su descanso! (cfr. Sal 94, 7. 11).

Terminemos invocando a María, Estrella de la primera y de la nueva evangelización. A Ella, que siempre esperó, confiamos nuestra esperanza. En sus manos ponemos nuestros afanes pastorales y todas las tareas de esta Conferencia, encomendando a su corazón de Madre el éxito y la proyección de la misma sobre el futuro del Continente. Que Ella nos ayude a anunciar a su Hijo:

¡«Jesucristo ayer, hoy y siempre»!

Amén.

Romana, n. 15, Luglio-Dicembre 1992, p. 194-212.

Invia ad un amico