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Omelia nella celebrazione eucaristica per l'ordinazione di venti nuovi sacerdoti della Prelatura, l'1_IX_1991, nel Santuario di Nuestra Señora de los Angeles de Torreciudad.

Gratias Tibi, Deus, gratias Tibi, vera et una Trinitas, una et summa Deitas, sancta et una Unitas!

Te damos gracias, Trinidad Beatisima, por tu infinita Bondad con nosotros. Y en Vos, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espiritu Santo, damos gracias a Santa Maria, a San José y —se que os agrada, Dios mio— a nuestro Padre, Mons. Josemaria Escrivá de Balaguer, por su fidelidad heroica a los planes divinos.

Cantaré, Senor, tus misericordias por toda la eternidad[1]. Con estas palabras del Salmo responsorial, expresamos la alegria de la Iglesia por el regalo que en este domingo recibe de su Senor: veinte nuevos sacerdotes que vienen a sumarse a los innumerables que les han precedido a lo largo de los siglos, haciendo visible el Sacerdocio eterno de Jesucristo ante los hombres y las mujeres de todos los tiempos.

Este gozo de la Iglesia se manifiesta hoy especialmente en la Prelatura del Opus Dei e inunda de modo particular mi corazon. Me siento conmovido y lieno de agradecimiento al Senor, que ha querido concederme, despues de mi consagracion episcopal, la alegria de ordenar sacerdotes a estos hijos mios. Y mi pensamiento, necesaria y mas constantemente que lo habitual, vuela hacia nuestro queridisimo y santo Fundador, que, con su ejemplar entrega a Dios, ha hecho posible lo que ahora contemplamos. En esta jornada, desde el Cielo, participa intimamente en el gozo de todos. Nuestro Padre, no lo dudéis, se encuentra hoy aqui, en Torreciudad, muy cerca de cada uno de nosotros, con ese poder suyo de interceder ante el trono de Dios, que la Iglesia ha reconocido oficialmente en el reciente Decreto sobre el milagro atribuido a su intercesion. Le pido con todas las veras de mi alma que los miembros del Opus Dei —hombres, mujeres, sacerdotes— abramos nuestras almas a las urgencias de servicio a la Iglesia Santa, al Romano Pontifice, a la Jerarquia, a la humanidad entera, con que nos invitaba a vivir mientras nos acompañaba en la tierra, y con las que nos invita ahora desde el Cielo.

Al imponer las manos e invocar el don del Espiritu Santo sobre ellos, estos hijos mios se convertiran para siempre en sacerdotes de Jesucristo: escogidos por Dios de entre los hombres[2], y consagrados con la uncion del Espiritu Santo, para ser enviados a predicar el Evangelio y sanar las almas con la gracia de los sacramentos[3]«Llamados, consagrados, enviados. Esta triple dimension- -recuerda el Papa a los sacerdotes—.explica y determina vuestra conducta y vuestro estilo de vida.»[4]

1. Llamados por Dios

En la segunda lectura, tomada de la Epistola a los Hebreos, se nos insiste precisamente en que nadie se atribuye este honor, sino el que ha sido elegido por Dios[5]. Hijos mios, recibis el sacerdocio porque el Senor os ha buscado. No me habeis elegido —os repite Jesus, como a los primeros Doce, en el Evangelio de la Misa—, sino que Yo os he elegido a vosotros[6]. Esta nueva Ilamada de Dios viene a añadirse a aquella otra, tambien divina, que recibisteis como miembros del Opus Dei. Pero, como explicaba claramente nuestro Padre, «llegar al sacerdocio no supone (..) un coronamiento de la vocación al Opus Dei. La santidad no depende del estado —soltero, casado, viudo, sacerdote—, sino de la personal correspondencia a la gracia»[7]. Ningun cristiano esta excluido de la vocación universal a la santidad. A vosotros, hasta ahora, Dios os invitaba a santificaros y a ayudar a otras personas a santificarse en las incidencias de la vida ordinaria, en el trabajo profesional propio de cada uno. En adelante, esa misma urgencia de tender a la santidad resonara para vosotros con acentos nuevos: debeis buscar la intimidad con Dios en el ejercicio del ministerio sacerdotal, que va a ser —por decirlo de algun modo— vuestro nuevo trabajo profesional: predicar la Palabra de Dios y administrar los sacramentos, especialmente la Sagrada Eucaristia y el perdon de los pecados en la Penitencia. Que maravilla: ser sacerdotes de Cristo al cien por cien, como graficamente repetia Mons. Escriva de Balaguer!

No os asuste nunca la desproporción entre vuestra poquedad y la grandeza de estos misterios de Dios de los que vais a ser dispensadores[8]. Que esta desproporción, mientras os impulsa a luchar por la santidad personal, sea siempre motivo de admiración y gratitud a la bondad de Dios. Tambien en esto, nuestro Padre nos ha dejado un ejemplo esplendido de amor apasionado a la Iglesia Santa, através de su sacerdocio. En su heroica humildad, siempre se consideró un pecador —un pecador que ama con locura a Jesucristo-, y se pasmaba, lleno de agradecimiento al Senor, al saberse sacerdote. Asi, un dia de 1934 escribió en sus apuntes personales un resumen del hervor de su oracion: «La vocacion al sacerdocio. El poder del sacerdocio: La Santa Misa, y si fuera una sola Misa en la vida!... El pecador —yo—, perdonando a los pecadores. El miserable (...) santificando! Yo... otro Cristo.»[9]

2. Consagrados

Todos los fieles estan llamados a una configuracion con Cristo cada vez mas plena; todos hemos recibido en el Bautismo el sacerdocio comun: hemos sido hechos, con palabras de San Pedro, linaje escogido, sacerdocio real, nacion santa[10]. Por eso, como ensenaba nuestro Padre, «todos los cristianos podemos y debemos ser no ya alter Christus, sino ipse Christus: otros Cristos, el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de forma sacramental»[11]

Si. El sacerdote, quienquiera que sea, es siempre Cristo, porque en su alma ha quedado impreso para siempre el caracter del sacerdocio ministerial, que le capacita para actuar in persona Christi Capitis[12]: en la persona de Cristo Cabeza de la Iglesia. «La consagración que recibis» —afirma el Santo Padre Juan Pablo II en su Magisterio de Supremo Pastor- «os absorbe totalmente, os "dedica" radicalmente, hace de vosotros instrumentos vivos de la accion de Cristo en el mundo, prolongacion de su mision para gloria del Padre»[13].

Especialmente, el sacerdote es Cristo en la Santa Misa y en la administración de los demas sacramentos, con los que el Señor edifica su Iglesia. Cuando levanta su mano para absolver los pecados, cuando en el Sacrificio Eucaristico pronuncia las palabras que convierten el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, es el mismo Jesus quien actua atraves de su ministro. «Esta es la identidad del sacerdote» - os repito con palabras de nuestro Fundador—: «instrumento inmediato y diario de esa gracia salvadora que Cristo nos ha ganado«[14]. Cabe imaginar un don mas grande? Como escribia un antiguo Padre de la Iglesia, «a moradores de la tierra, a quienes en la tierra tienen aun su conversación, se les ha encomendado administrar los tesoros del Cielo, y han recibido un poder que Dios no concedio jamás a los Angeles ni a los arcangeles»[15]. Con este don, sereis instrumentos para santificar a los demás: no os atribuyais nunca a vosotros mismos Ios milagros de la gracia que se realizarán a traves de vuestras palabras y de vuestras manos ungidas. Nuestro Padre, como atribuia exclusivamente a Dios los frutos de su ministerio sacerdotal! En otra anotación suya, de 1934, entre los motivos de su agradecimiento al Senor, se referia a «ese no sé que santificador, que hace que se enciendan las almas de muchos, al hablarles yo, aunque me encuentre para mi mismo apagado»[16]. No os importe que, quizá con frecuencia, os sintais apagados, es decir, sin entusiasmo sensible: si os esforzáis por identificaros con Cristo, encendereis a las almas con el fuego del amor a Dios, que el Espiritu Santo les infundirá a traves de vuestro servicio sacerdotal.

Deseo que lleveis, con toda su realidad, el peso bendito de la Iglesia sobre vuestros hombros, y que os sintáis enteramente solidarios en la solicitud por todas las Iglesias locales, acompañando con vuestro ministerio, con vuestra oracion, con vuestra mortificación, con vuestro afecto e interes, al Santo padre, a todos los obispos en comunion con la Santa Sede y a vuestros hermanos los sacerdotes del mundo entero.

3. Enviados

Hijos mios ordenandos: vuestra mision —lo sabeis muy bien— es una mision de servicio. Meditad aquellas consideraciones, con las que nuestro Fundador iniciaba una de sus cartas: «os habeis ordenado, hijos mios sacerdotes, para servir. Dejadme que comience con el recuerdo de que vuestra mision sacerdotal es una mision de servicio. Os conozco, y se que esta palabra —servir— resume vuestros afanes, vuestra vida toda, y es vuestro orgullo y mi consuelo: porque esa buena y sincera voluntad que teneis —como vuestros hermanos laicos y vuestras hermanas— de estar ocupados siempre en hacer el bien a Ios demás, me da derecho a decir que sois gaudium meum, et corona mea (Philip. IV, 1); mi gozo y mi corona»[17]. Que, por vuestra respuesta afirmativa a estos deseos, seáis siempre consuelo, gozo y corona, para nuestro Fundador; asi —y es lo que le importaba y le importa— sereis «el consuelo de Dios»[18], para quienes os encuentren en el camino de la vida.

Vuestro espiritu de servicio se manifestard en una permanence disponibilidad, para

atender sacerdotalmente a vuestras hermanas y a vuestros hermanos, a todas las almas. Formulad desde ahora, hijos mios, el proposito de gastaros en vuestro ministerio sin poner limites, sin decir basta.

«Los sacerdotes no tenemos derechos: a mi.» —afirmaba nuestro Padre- «me gusta sentirme servidor de todos, y me enorgullece ese titulo. Tenemos deberes exclusivamente, y en esto esta nuestro gozo: el deber de ensenar el catecismo a los ninos y a los adultos, el deber de administrar los sacramentos, el de visitar a los enfermos y a los sanos; el deber de llevar a Cristo a los ricos y a los pobres, el de no dejar abandonado al Santisimo Sacramento, a Cristo realmente presente en el Sagrario, bajo la apariencia de pan; el deber de buen pastor de las almas, que cura a la oveja enferma y busca a la que se descarria, sin echar en cuenta las horas que se tenga que pasar en el confesonario»[19]. Grande es esta responsabilidad, hijos mios; pero mas grande aun es el poder de Dios, su amor omnipotente, que os precedera, acompañará y seguira constantemente en vuestro ministerio.

4. Permitidme que vaya ahora, con la memoria, al 25 de junio de 1944, cuando recibimos la ordenación los tres primeros sacerdotes del Opus Dei. Aquel dia, nuestro Fundador comentó que, cuando pasaran los años y nos preguntasen que’ decia el Padre en aquella ocasión, habiamos de responder que nos recordó lo de siempre: «oracion, oracion, oracion; mortificacion, mortificacion, mortificación; trabajo, trabajo, trabajo». Yo, en esta jornada de alegria, bajo la mirada amorosa de Nuestra Senora de los Angeles de Torreciudad, parafraseando a nuestro queridisimo Fundador, os digo que el Padre, en este dia en que por vez primera ordenó sacerdotes a un grupo de hijos suyos, pedia para ellos, para los demas fieles de la Prelatura y para los miembros de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz una sola cosa: fidelidad al espiritu que santamente nos lego’ nuestro Padre. Fidelidad a Dios, a la Iglesia, al Papa y a los Obispos; y, para eso, insisto, fidelidad al espiritu del Opus Dei. Asi, seguiremos colaborando eficazmente en hacer realidad aquella ardiente aspiracion de nuestro Padre: Regnare Christum volumus. queremos que Cristo reine!: que reine en todos los corazones y en todos los ambitos del mundo, con su Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz é[20].

Se lo pido a la Trinidad Beatisima, a traves de nuestra Madre Santa Maria, de San Jose, de los Angeles Custodios, de nuestros Santos Patronos e Intercesores, y acudiendo tambien a la intercesion de nuestro queridisimo Padre. Hijos mios: fidelidad, fidelidad, fidelidad! Y a todos, especialmente a los padres y hermanos de los nuevos sacerdotes, ademas de mi mas cordial felicitacion, os ruego que receis mucho por estos hijos y hermanos vuestros, para que —siendo siempre sacerdotes a la medida del Corazon de Cristo— sirvan cada dia con mayor eficacia a Dios y a su Santa Iglesia.

Antes de concluir, permitidme que os dirija unas ultimas breves palabras, con la invitación de que las transmitáis a otras muchas personas. Unamonos a las intenciones del Santo Padre, bien juntos a su oracion y a su mortificacion, por los cambios que estamos contemplando en la Europa Central y del Este. He sido testigo de cómo el Venerable Mons. Josemaria Escriva de Balaguer sentia el peso de ayudar al Padre comun como un buen hijo, y de cómo se gastaba gustosamente en este servicio. Pidamos, pues, tambien nosotros, haciendo eco al Romano Pontifice, que el nuevo orden que se esta instaurando en la tierra sea el que la Trinidad Santisima quiere, y que reine la paz Santa de Dios en el concierto de las naciones. Asi sea.

[1] Ps. Resp. (Ps. LXXXVIII, 2).

[2] Cfr.Hebr.V,1.

[3] Cfr. L. I(Isai. LXI, 1).

[4] Juan Pablo Cfr. Nebr. V, 1.II, Homilia en la ordenacion de presbiteros, Valencia, 8-XI-1982.

[5] L. II(Hebr. V, 4).

[6] Ev. (Ioann. XV. 16).

[7] J. Escriva de Balaguer, Homilia Sacerdotepara la eternidad, 13-IV-1973.

[8] Cfr. I Cor. IV, 1.

[9] J. Escriva de Balaguer, 17-VII-1934, en Apuntes intimos, n. 1747

[10] I Petr. II, 9.

[11] J. Escriva de Balaguer, Homilia Sacerdote para la eternidad, 13-IV-1973.

[12] Concilio Vaticano II, Decr. Presbyterorum Ordinis, n. 2.

[13] Juan Pablo II, Homilia en la ordenacibn de presbiteros. Valencia, 8-XI-198

[14] J. Escriva de Balaguer, Homilia Sacerdote para la eternidad, 13-IV-1973.

[15] San Juan Crisostomo, De sacerdotio, III.

[16] J. Escriva de Balaguer, en Apuntes fntimos. n. 1756.

[17] J. Escriva de Balaguer, Carta, 8-VIII-1956, n. 1.

[18] J. Escriva de Balaguer, Es Cristo clue pasa, n. 74.

[19] J. Escriva de Balaguer, AGP, sec. RFIF 20158.

[20] Cfr. Misal Romano, Solemnidad de Nuestro Senor Jesucristo Rey Universal, Prefacio

Romana, n. 13, Luglio-Dicembre 1991, p. 254-259.

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